Opinión | El garbell
Ni abrigo, ni memoria

Una mujer de espaldas y manga corta el pasado sábado / L-EMV
Antes, hace algunas décadas, el primer día de noviembre era sinónimo de estrenar la nueva ropa de abrigo para ir al cementerio. Ahora, ni una cosa ni la otra. En la actualidad, ni hay frío del que protegerse a estas alturas del año, ni la gente acude religiosamente al camposanto como antaño. Algunas costumbres familiares, ya se sabe, acaban perdiéndose o son sustituidas por otras. Pero esta columna no va de Tots Sants, aunque lo parezca. Va de que, en pleno ecuador del otoño, aún dudemos de si añadir el nórdico a la ropa de cama, o de pasear en manga corta en las horas centrales del día. Una nueva prueba, una más, de un fenómeno cada vez evidente: el cambio climático, el calentamiento global. Los termómetros se han instalado en unos registros nada deseables para la confortabilidad y la salud, incluso en invierno.
Por mucho que se empeñen los sectores más retrógrados, la crisis climática no es una entelequia. No es un escenario futurible. Es una realidad que solo puede afrontarse con el apoyo de la ciencia. Hay que huir, a toda costa, de la tóxica agenda de la ultraderecha, porque solo traerá más desolación, más desastre, más horror. Denigrar a la ciencia y a quienes la divulgan resulta obsceno, cuando no, peligroso para la ciudadanía. Lo advertía hace unos días Jorge Tamayo, el delegado de la Aemet en la Comunitat Valenciana, en una entrevista a Levante-EMV. Pero claro, es lo que tiene la desfachatez de algunos personajes de la cosa pública que cuestionan al erudito en materias que requieren años de estudio. La Meteorología, a este paso, acabará convirtiéndose en una profesión de riesgo. Es como quien rebate cuestiones lingüísticas al experto filólogo; incluso, sin hablar la lengua que se arroga como propia. Pasa mucho últimamente por estos lares.
Y, mientras la clase política sigue metida literalmente en el barro un año después del 29-0, la agenda de la extrema derecha va calando entre los más jóvenes. La visita del agitador ultra Vito Quiles a València, donde pretendía lanzar sus arengas en la zona universitaria de Blasco Ibáñez, no ha hecho sino mostrar la preocupante efervescencia de este fenómeno. Una moda en auge. Sobre todo, entre ellos, los chicos. Bajo una mal entendida rebeldía juvenil, abrazan un autoritarismo que han mitificado, pero en el que no resistirían vivir ni un minuto. Los discursos excluyentes de estos activistas, multiplicados en las redes sociales, son un inquietante viraje hacia la nada. Si acaso, hacia la polarización, la mentira y la nostalgia de un tiempo que no fue mejor. Al menos, no para la mayoría de padres y abuelos de los que aclamaban hace unos días al mencionado Quiles. Incomprensible, incongruente y nocivo. Yo, de pequeña y también de adolescente, iba bien abrigada al cementerio. Por mucho que los negacionistas insistan en que calor ha hecho siempre, o en que la crisis ambiental no tiene una causa humana.
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