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Opinión

Mauro Sebastián

València

La línea C1 de Cercanías Valencia deja muchos cadáveres

Los usuarios de los Cercanías Gandia-València se ven afectados

Los usuarios de los Cercanías Gandia-València se ven afectados / Levante-EMV

Sirvan estas líneas para dar voz al hartazgo generalizado de las miles de personas que, día tras día, dependen del servicio de Cercanías entre Gandía y Valencia. Sirvan también para evidenciar que esta realidad trasciende lo local y se repite en muchos otros puntos del territorio nacional.

En los vagones del Cercanías, el nivel de hartazgo se percibe en los rostros de los pasajeros. Basta un simple vistazo para intuir en qué estación de la línea se ha subido cada uno. Quienes lo hacemos en Gandía somos, sin duda, suscriptores del nivel premium del hartazgo: los mismos que, no hace tanto, llegábamos a Valencia en apenas 55 minutos.

Porque no, el tren antes no “iba igual de mal”.

Antes no sentías esa absurda felicidad ni ese alivio casi heroico por haber completado el trayecto Gandía-Valencia en 80 minutos. Ahora, si lo consigues, puedes darte con un canto en los dientes.

Antes había cuatro trenes cada hora. Hoy, si puedes elegir entre dos, date por satisfecho.

Antes existían los Cercanías CIVIS, benditos CIVIS. Hoy habrá quien ni sepa de qué hablo; estaré desvariando.

Antes… antes.

Dentro del hartazgo generalizado al que he hecho referencia, es habitual escuchar comentarios vacíos, con trasfondo político, que pretenden justificar -a quién sabe quién o quiénes- repitiendo que todo funciona igual de mal que antes o que todo se reduce a quejarse por costumbre.

Conviene dejar claro que esta denuncia, en forma de artículo, se escribe desde el total desconocimiento de cuál es la autoridad competente en la materia, pero con pleno conocimiento de la degradación constante en la calidad del servicio de Cercanías. Y, sobre todo, con la convicción de que los contribuyentes merecemos algo mejor.

Merecemos algo tan básico como subir a un tren con la tranquilidad de llegar a nuestro destino sin incidencias, sin retrasos y sin viajar hacinados. Porque no, no tenemos que caer en la resignación ni en el conformismo.

Necesitamos poner en valor el transporte público, por las innumerables y evidentes razones que nuestros gobernantes se afanan en pregonar, aunque solo de palabra. Porque ahí se quedan: sin contenido ni ideología, sin predicar con el ejemplo, sin ejecutar. Sin la vocación de servir al contribuyente mediante acciones concretas que garanticen un servicio de transporte digno, eficiente y acorde al esfuerzo que mes a mes realizamos quienes lo sostenemos con nuestros impuestos.

A los hechos me remito.

Porque exigir un transporte público digno no es una queja: es un acto de responsabilidad ciudadana.

La línea C1 de Cercanías ha dejado, sigue dejando y, me temo, seguirá dejando muchos cadáveres. Y créanme, lo entiendo. Hasta tal punto que últimamente he estado tentado de sumarme a esa lista: la de quienes han tirado la toalla y han cambiado lo impredecible y tedioso del Cercanías por la comodidad y el control de su propio coche.

Aun así, me mantengo firme. Sigo apostando por el transporte público, aunque no sabría explicar muy bien por qué. Quizá por los valores y principios que me inculcaron mis padres, que hacen que usar el coche cuando tengo la estación a pocos minutos a pie me parezca un capricho innecesario. O quizá porque sigo creyendo en eso de que el esfuerzo -el que hacemos pagando impuestos- debería tener su recompensa en forma de servicios públicos dignos.

Claro que, viendo el panorama actual, empiezo a pensar que igual debería replanteármelo.

Pese a todo, sigo siendo optimista. Creo que esta situación es insostenible y que, más pronto que tarde, recuperaremos al menos el nivel del servicio de Cercanías que tuvimos alguna vez. Sigo aferrado a mis valores y principios. Otros lo llamarán masoquismo. Y puede que tengan razón: quizá todavía no me haya dado cuenta.

Seguro que muchos lectores pueden extrapolar este empeoramiento de las líneas de Cercanías a otros servicios públicos. Quienes hemos experimentado en carne propia la involución, decadencia o degradación -llámenlo como quieran- del servicio público de Cercanías sabemos que antes no “iba igual de mal”. Y, como contribuyentes, ya sea del Estado o de nuestra Comunidad Autónoma, tenemos tanto el derecho como la obligación de denunciar esta situación y exigir mejoras en lo público.

Desde mi asiento del Rodalies concluyo estas líneas, satisfecho de haber aprovechado mis 80 minutos del trayecto matutino de hoy – y créanme, ha sido un buen día-, y optimista de que estas palabras no caigan en saco roto, sino que lleguen a la mesa de quien corresponda, para que, con su primer café del día, puedan disfrutar de esta lectura ligera… y tal vez sacar alguna conclusión útil.

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