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Opinión

València

Ya no queda ninguna revolución pendiente

No existe de manera masiva una propensión a cambiar el sistema económico y social de la mayoría de países. Es decir, hay pocas expectativas de una revolución política, económica y social como se avistaba en los movimientos sociales desde mitad del siglo XIX hasta los 70s del siglo XX. La prédica por un cambio radical del sistema está muy reducida en la actualidad. La lucha por una sociedad anarquista, socialista, comunista o fascista está alejada de las mentalidades de la mayoría de la ciudadanía. Existen elementos que recuerdan aspectos puntuales de las reivindicaciones revolucionarias (salarios justos, educación y sanidad gratuitas, igualdad ante la ley, antiautoritarismo, nacionalismo…) pero nada que ver con las ideas que pretendían crear una sociedad totalmente nueva como la que intentaron anarquistas españoles en los años treinta, lo que propugnaron los bolcheviques con la Revolución Rusa de 1917 o la creación de un hombre y una mujer nuevos en el estado fascista/nazi con la pretensión de superar las trabas de los sistemas parlamentarios, las crisis económicas y la cultura de la época.

Hubo brotes revolucionarios como el Mayo del 68, guerrillas urbanas y rurales, atentados contra instituciones y personas desde los 60 a los 80 pero fueron diluyéndose y se redujeron a espacios concretos con inestabilidades económicas y sociales en Sudamérica, y puntualmente en Europa. Incluso en Cuba, símbolo de la revolución, sus habitantes optaron por adaptarse o huir a otros lugares. De ser un símbolo se convirtió en degradación que ya no interesaba reproducir. Otros lugares de Asia, Oriente Medio y África todavía padecieron situaciones de inestabilidad política. La yihad musulmana atacó a Europa y América en nombre de una religión que rechazaba la cultura occidental y el colonialismo. Pero al mismo tiempo se producía un movimiento migratorio de los países islámicos a Europa que, con una población envejecida, necesitaba mano de obra para suplementar la falta de trabajadores autóctonos. Los problemas de convivencia no parece que deriven a una violencia inevitable. A su vez China daba un salto adelante convirtiéndose en una potencia tecnológica capaz de superar a Occidente.

Sin caer en un optimismo inconsciente, la búsqueda de la estabilidad está más presente que nunca en la mayoría de sociedades mundiales: tener un trabajo permanente, un salario adecuado, disfrutar de servicios públicos, acceder a la educación y la sanidad, disfrutar de ocio, vacaciones, poder realizar algún viaje, tener seguridad personal y familiar, proyección para sus hijos…En mayor o menor medida una parte sustancial de la población mundial está dentro de ese parámetro a pesar de las desigualdades sociales. Existe, incluso, en ambientes de pobreza la esperanza de salir de la misma y apostar por cambios que supongan mejoras en la vida cotidiana, sean de tendencias calificadas de izquierdas o de derechas. China, y en menor medida la India, son ejemplos de superación en poco tiempo de situaciones sociales de miseria para una mayoría de la población. En general, a nivel mundial, no se dan las condiciones para movimientos revolucionarios que alteraren radicalmente los sistemas vigentes. Incluso la caída de la URSS y los países con regímenes de economías dirigidas que aspiraban al comunismo no produjo grandes catástrofes y se integraron con mayor o peor acierto en la globalización mundial.

Pero de ello no se infiere que desaparezcan los conflictos sociales, políticos, bélicos y geopolíticos y que todo acabe en sistemas democráticos como apuntaba Fukuyama en el fin de la Historia. Los cambios sociales suelen ser geológicos, a largo plazo, y aunque es difícil prever el futuro si las tendencias. Sigue existiendo lugares de inestabilidad política y social, con grados distintos, en América, África o Asia que pueden ir reduciéndose en Pakistán, Myanmar, Nepal, África Central, Sudan, Congo, Venezuela, Nicaragua, Ucrania… Pero la integración mundial está cada día más consolidada a pesar de los movimientos nacionalistas que se limitan a la administración de un espacio sin desconectarse de los procesos globales. En los últimos 100 años la estabilidad ha ido penetrando en una mayoría de países, sin que haya siempre conducido a sistemas democráticos, pero con la esperanza de transiciones a mayor crecimiento económico y mejoras de vida. En los regímenes políticos de Europa o parte de América las diatribas, a veces con una retórica de insultos, se reducen a reformas. Ni siquiera la socialdemocracia plantea ya la destrucción de la economía de mercado. Se limita a mantener el estado de bienestar con las dificultades propias de su crecimiento, similar a los que plantean los partidos conservadores. ¿El triunfo de la extrema derecha podrá revertir por mucho tiempo los derechos y libertades establecidas? ¿Podrá reprimirse la vida cotidiana y sus costumbres adquiridas? Ni siquiera lo hará la América de Trump. Claro que todo ello quedaría en suspenso ante una guerra nuclear o el cambio climático

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