Los expertos económicos gozan entre el ciudadano del común de tal prestigio de hombres de poca palabrería y afán de precisión, condiciones que se le reconocen por lo general a Pedro Solbes, que cuando el juicio sobre una situación económica es de Perogrullo, como ha pasado con Solbes y el redondeo del euro, da lugar a chistes. Hay menos indulgencia con estos hombres de ciencia, de los que se espera si no exactitudes al menos argumentos que se nos escapan, que con los hombres de letras, más dados aparentemente a la especulación y al desbarre. De un modo no siempre justo, porque si bien se ve no hay un territorio del conoci­miento donde se especule más y se trabajen más las euforias, las ilusiones y los sueños que la economía. Y, por supuesto, los sentimientos. Y quizá por eso se hayan instalado últimamente en el mundo de las finanzas tantos saltimbanquis, demasiados ilusionistas, trapecistas insólitos, alguna que otra bruja de la bola y, por supues­to, Ali Babá con el número de ladro­nes que corresponda.

Pero, según Solbes, ahora nuestro problema con el euro es también de carácter sentimental o psicoanalítico: no hemos acabado de interiorizar la moneda, es de­cir, no hemos acabado de identificarnos con ella, no la tratamos adecuadamente, quizá no hemos conseguido emocionarnos con el eu­ro como con la peseta, quizá porque es pronto para introducirlo en nuestra educación sentiment­al, que coincidirá llegado el tiempo, al menos en eso, con la de italianos, franceses y alemanes, por ejemplo. Pero ayer hablé en la radio de mi panadera, porque ésta sonreía, suficientona, y con ra­zón. Eso de que el redondeo del euro ha hecho que los precios se disparen ya lo había dicho ella, sin ser Solbes, hace ya mucho tiempo, y cuando Solbes estaba en Bruselas y sostenía todo lo contra­rio. Pero además no le perdonaba a Solbes que de esa proclamación de la obviedad pasara a los ejemplos de las propinas con poca fortuna y cierta ridiculez.

La obviedad le había producido desencanto, así que de nada me sirvió aclararle que parece que Solbes dijo su correspondien­te obviedad en una conversación informal, y que en ese tipo de conversaciones todo el mundo tiene su rato de simpleza y su rato de talento. Seguramente no logré convencer a la panadera, entre otras cosas porque Rajoy llamó frívolo a Solbes, pero el propio Rajoy, que tuvo tiempo para pensarse una contestación intelectualmente eficaz a la improvisación de Solbes, proclamó: «Dos euros son dos euros y un capón y un conejo son dos cosas distintas.» La panadera, después de haber escuchado a Rajoy y a Solbes, lo que no le perdonó finalmente al vicepresidente es que dijera que hay que educar a la población para que interiorice el eu­ro. ¿Educar a quién?