Al día siguiente de que la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal española sacase a la luz su Nota ante las elecciones generales 2008, los socialistas valencianos (PSPV-PSOE) entregaron los galardones de La ciudad de los valores. Concedieron el Premio a la convivencia a los rectors del dissabte, unos curas valencianos que se reúnen de tertulia los sábados para hablar de lo humano y lo divino. Mientras los socialistas premian a los curas, sus obispos sacan los pies del tiesto, y cada vez que lo hacen me pongo a canturrear por lo bajini el Maran Tha. Esta canción figura en el vinilo El Profeta, de Ricardo Cantalapiedra, y es expresión del grito del espíritu y de la esposa que suplica llegue cuanto antes el reino de Dios a la tierra. Este Exurge medieval, esta antífona gregoriana, no es ni más ni menos que el «ven, señor Jesús», réplica del «venga a nosotros tu reino» que se reza en el Padrenuestro. Una reclamación a voces, en suma, de la venida final del reino de Dios por medio del retorno de Cristo.

Nuestros obispos han leído, sin duda, más de una vez «sed cautos como serpientes, cándidos como palomas» (Mt 10, 16), pero han desbordado estos consejos evangélicos y traspasado más de una línea roja. Han sido muy cautos, cierto, pero han cometido el pecado de omisión -alguno ha debido de ser educado por los jesuitas. En su nota no mencionan ninguna sigla, partido o persona, pero queda más que claro a quién tienen en mente cuando quieren «orientar el discernimiento moral» de su grey a la hora de votar. Por mi parte, no quiero orientar al lector, y le dejo libre para que, usando su sagrada autonomía discierna, por sí mismo, sobre las cuestiones de las que se ocupa la nota: la defensa de la vida humana, la promoción de la familia fundada en el matrimonio y evitando otras formas de unión, los currículos de la escuela pública y la educación para la ciudadanía, el terrorismo, y los peligros del separatismo. Política en estado puro. ¿Están en su derecho? Por supuesto, ¡claro que sí!, son ciudadanos como cualquier otro. Nadie les pide que se callen -muchos españoles aplaudieron su oposición a la guerra de Iraq-, pero deben saber que si entran en el terreno político pierden crédito pastoral e influencia moral.

No quiero entrar en el debate político de los obispos, entre otras razones porque ante un conflicto de poder como es éste, no cuenta tanto el poder que uno tiene como el que los demás le atribuyen. Aunque los obispos tienen poder -no olvidemos que con su oposición a la guerra, ayudaron a la derrota del PP en las últimas generales-, no les atribuyo tanto como ellos creen tener. Ahora bien, si ellos meten su cuchara en mi tostada y me hablan de política -están en su derecho, ¡faltaría más!- me van a permitir que les meta mi cuchara en su tostada y les hable de fe y del mensaje evangélico de Jesucristo. Me propongo hacerlo con el espíritu de corrección fraterna que ellos tan bien conocen, y ayudado de las enseñanzas que recibí del teólogo Antonio Sanchis, O.P., en enero de 1977 cuando asistí a un ciclo de conferencias sobre Fe y política en la España de hoy.

En aquellas conferencias aprendí que, cuando se habla de los derechos fundamentales de la persona, de las libertades políticas o de la igualdad social, la Iglesia no hace política, ya que estas cuestiones constituyen el fundamento de la política y son, en cierto modo, anteriores a ella. Jesucristo es político en el sentido de que no es neutral porque puso en juego una sola carta, la del hombre. Pero no es partidista. Por eso la fe no puede pactar con ninguna ideología. Una misma fe cristiana, decía Pablo VI, puede llevar a distintos compromisos políticos, pues no se puede presentar un único programa de vida o político como el único auténticamente cristiano. No es esto precisamente lo que hace la nota de los obispos cuando afirma que no todos los programas son igualmente compatibles con la fe, ni igualmente cercanos y proporcionados a los valores que los cristianos deben promover en la vida pública. Nos está diciendo, en román paladino, que unos programas son más cercanos a los nuestros (o sea, los suyos, los de la Iglesia) que otros. Y, sin embargo, la fe no ofrece programas políticos concretos, pues entre fe y realidad hacen falta mediaciones. Desde el prisma de la fe, todas las opciones políticas son criticables, pues ninguna cumple a rajatabla los presupuestos del evangelio. ¿Cómo saben ellos que es más cristiano votar a un partido que no habla de la comunicación cristiana de bienes -para crear más igualdad y que se distribuyan también los bienes a los marginados- que votar a otro que propone el matrimonio entre personas del mismo sexo? Pretender que unos programas electorales sean más cristianos que otros, además de una burda falacia, es hacer un flaco favor al Evangelio, puesto que manejar la fe en beneficio de determinadas opciones políticas es incompatible con el Evangelio.

La Iglesia española ha sucumbido a la tentación del partido protector de la Iglesia. Cuando la Iglesia orienta a su grey hacia un partido que, sin ser necesariamente creyente, está a favor de los valores de la familia tradicional, un partido que es de los nuestros, pone la fe al servicio de opciones políticas discutibles y está ideologizando la fe. El modelo vigente persigue una Iglesia poderosa y segura, para ser libre. ¿Una Iglesia poderosa políticamente, o segura económicamente, haría presente el modo de ser de Cristo y el Evangelio? El peligro es que la Iglesia confunda el carisma de Cristo con la fuerza que recibe de las instituciones, y mezcle el Evangelio con las organizaciones humanas. En realidad, debería trabajar más por ser libre para servir al evangelio. La Iglesia, aunque sea una sociedad perfecta, tiene limitaciones y defectos y debe dejarse criticar. La crítica tendría que centrarse en su poder y en sus privilegios, pues sólo renunciando a ellos será más libre para hablar. Por lo que a mí respecta, los señores obispos tienen todo el derecho del mundo a discrepar de todo lo que antecede. Ya me gustaría poder decir lo que Job refiriéndose a Dios: «De oídas ya te conocía,/pero ahora te han visto mis ojos» (Jb 42, 5). Aunque he oído hablar de Jesús, aún no lo he visto; mientras espero, lo llamo con el Marana Tha (Ven Señor), con la esperanza de que venga y vea todo lo que están haciendo con su mensaje.

*Profesor titular de Economía Aplicada. Universitat de València