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Cuarenta años de la Pantanada de Tous

Las otras víctimas de la pantanada de Tous

Algunas reses fueron recuperadas por pueblos de la Ribera, de Castelló a Cullera

Arriba, una de las vacas que se salvó, entre el barro. A la izquierda, Bernardo Ferrer señala la altura a la que llegó el agua en la pila de sacos de comida para el ganado. Sobre estas líneas, algunas de las vacas muertas amontonadas en el contenedor para su retirada al bajar las aguas. | ARCHIVO FAMILIA FERRER

Bernardo Ferrer García nunca pudo olvidar en vida los desgarradores bramidos del ganado que en la tarde-noche del 20 de octubre de 1982 se ahogaba en la vaquería ubicada junto a la carretera de Alzira a Benimuslem. De las 376 cabezas que había en la granja, 247 vacas, toros y novillos perecieron ahogados pese a los esfuerzos titánicos de los propietarios de la SAT San Bernardo por poner a salvo el mayor número posible de animales en medio de un diluvio y una inundación que pronto provocó que la preocupación principal de los cinco socios que acabaron refugiados en la parte alta del almacén -Blay Ausina, Bautista Clemente, Paco Ferrer, Bernardo Pardo y el propio Bernardo Ferrer- fuera salvar la vida propia.

Las otras víctimas de la pantanada

«Fue una noche muy larga, larguísima, no sabíamos qué hacer ni si el edificio soportaría tanta presión del agua. Todo eran golpes y estampidas de agua. Sin dormir se hizo de día y nadie puede imaginar lo que nuestros ojos estaban viendo. Todo alrededor era un mar de agua sucia, con mucha corriente, que arrastraba todo lo que cogía. Solo podíamos dar gracias por haber salvado la vida».

Las otras víctimas de la pantanada

Bernardo Ferrer Ferrer recuerda palabra por palabra el relato que tantas veces, especialmente coincidiendo cada año con el aniversario de la pantanada, repitió su padre evocando una jornada trágica que, además, la familia vivió dispersa y sin noticias de la suerte que había podido correr el progenitor, más allá de una conversación telefónica poco después de que se incendiara la central de la antigua Hidroeléctrica, que se cortó de forma repentina para mayor suspense. Él tampoco sabía el paradero de su mujer y sus hijos.

La reconstrucción de las vivencias de Bernardo Ferrer aquellos días en la vaquería a través de la voz de su hijo, que entonces contaba con 13 años, complementan las dos exposiciones fotográficas que tituladas «L’empremta de l’aigua» y «La pantanada de Tous: aigua, fang, por i dolor» ha organizado el Museu Municipal d’Alzira (MUMA) con motivo del 40 aniversario de las trágicas inundaciones provocadas en la Ribera por la rotura de la presa de Tous. La narración ayuda sin duda a las generaciones que no vivieron la pantanada a conocer el alcance de la catástrofe.

«Pasamos dos días sin agua ni comida, el poco ganado que pudimos subir a la parte alta del almacén se encontraba desvalido, sin fuerzas, agua ni comida. Desde la cubierta del almacén veíamos pasar arriba y abajo a los helicópteros del Ejército. Al fin, un helicóptero aterrizó sobre la cubierta y nos llevó a la Muntanyeta de San Salvador. Podíamos dar gracias de que estábamos vivos, desde el cielo podíamos ver que la magnitud de la catástrofe multiplicaba por mil lo que veíamos desde la cubierta de la granja, todo un mar de agua sucia que no tenía límite».

Las imágenes de vacas ahogadas, también de algunas que se salvaron de la inundación de forma milagrosa, forman parte de la larga colección de recuerdos de impacto que dejó la pantanada. Con los días, se recuperaron animales por diferentes pueblos, desde Castelló a Cullera, pasando por Algemesí, Albalat o Polinyà. Animales que habían tenido la suerte de alcanzar un punto elevado, en algunos casos la mota del río, al que se aferraron para no perecer ahogados.

Bernardo Ferrer García relata que llegó a la Muntanyeta con la sensación de haber perdido todo lo que tenían, «pero lo peor estaba aún por llegar». No sabía nada de su mujer ni de sus hijos desde la conversación telefónica del día 20 que se cortó y en la que, les pidió que abandonaran Alzira y se refugiaran en la casa que tenían en la Murta, aunque les ocultó que en la granja ya habían dos metros de agua. Habían pasado cinco días.

La familia tampoco sabía nada de él. «Los encontré con vida, fue el mejor regalo que me dio la vida. No puedo continuar hablando más, sufrimos mucho, mucho...», concluye emocionado la narración.

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