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El futuro y los emprendedores

Probablemente nunca como en estos tiempos se debate tanto sobre el futuro de nuestro deporte. Se organizan charlas, debates, encuentros; se analizan las realidades que nos rodean, se cuestiona esto y aquello y se proponen iniciativas. Escuchamos discursos que nos hablan de adaptarse a las nuevas realidades, pero en una sociedad que atiende a las figuras mediáticas individuales- se habla más de Messi y Ronaldo que de los clubes donde juegan- pretender que se cuide la tarea de las gentes que de manera altruista y anónima se dejan la piel para recuperar la pilota en pueblos perdidos es empeño quimérico. Y sin embargo es lo más urgente.

Nos encontramos ante una tesitura complicada. Perdimos el tren de la modernidad en la época del modernismo, a principios del siglo XX. Recuperar cien años es imposible. Las pasiones sentimentales de cada pueblo valenciano, vasco, castellano o aragonés, canalizadas a través del juego de pelota, fueron sustituidas por el fútbol de manera irreversible. Nos quedan los últimos restos, aquellos que han sido capaces de salvar algunos locos románticos en unas decenas de pueblos y los de unos pocos que han tenido este deporte como medio de vida en unos cuantos trinquetes. Esa es la realidad repetida en todas las regiones donde se sostiene la pelota, en Europa y América. No es exclusiva de la pelota valenciana, que, dentro de todas sus dificultades, puede ofrecer un balance exitoso en su caminar desde que decidió construir su propio destino.

La asistencia de espectadores decae en todas las ofertas de ocio. Así es que salvar el juego de pelota pasa, ineludiblemente, por ganar practicantes. Y para ganar practicantes necesitamos personas. Necesitamos gentes anónimas que se ilusionen por un sueño y que no se sientan solas, que perciban el aliento de los ánimos, que construyan fundamentos y disfruten de ver crecer los muros con solidez.

Pero? ¿qué puede motivar a esas gentes a la titánica tarea de reconstruir muros derruidos por el paso del tiempo, recuerdos de viejos que en su juventud vieron jugar a los últimos pelotaris en las calles o en los frontones que eran las paredes de las iglesias? Sólo les puede motivar sentirse acompañadas de otros románticos, de la repercusión mediática y de la ayuda de las instituciones, que no necesariamente ha de traducirse en subvenciones. Hay muchos ejemplos de construcciones hermosas, hoy sólidas, que nacieron desde despachos, se apoyaron en personas anónimas y que no costaron un euro a las arcas públicas. A esas gentes hay que buscarlas, incentivarlas, apoyarlas, mimarlas, atenderlas. Y esas nuevas gentes, con la fuerza de la ilusión juvenil, será la que recoja el testigo que permita legar a las nuevas generaciones esta herencia cultural. Tanto o más que jugadores necesitamos organizadores. Sin ellos no habrá jugadores. Un emprendedor en cada pueblo y el panorama cambiaría radicalmente.

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