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Pilota y olimpismo

Pilota y olimpismo

La pelota vasca, que ha estado presente como deporte de exhibición en tres olimpiadas, la última en Barcelona 92, quería volver a participar como deporte invitado en la próxima olimpiada de París. La FIPV ha trabajado de lleno en los últimos años, incluso introduciendo en sus estatutos la nueva especialidad de Frontball que se juega contra una pared, al estilo del extendido One Wall, organizando torneos internacionales y promocionándolo en varios continentes. Un empeño digno de las alabanzas de todo aquel que estime esta vieja manifestación. La presidencia de la FIPV, en manos de un vasco francés mexicano, ha invertido tiempo, ilusiones y mucho dinero en ese empeño, que se ha topado contra los muros de la indiferencia. No estará la pelota vasca ni siquiera como deporte de exhibición. Parece que estará el baile de salón convertido en baile.

La pelota está muy fragmentada. ¿Qué podemos entender como juego de pelota?, se preguntaba el estudioso Fernando Larumbe? ¿Todo aquel que se juega con una pelota? ¿Aquél que se juega en los frontones? La pelota vasca tiene una docena de modalidades, a mano o a herramienta, la valenciana, otras tantas. Si atraviesas los Alpes encontramos varias especialidades en Italia, y otras en Francia. Incluso en Holanda y en Bélgica las hay. No digamos en Inglaterra o en la pelota irlandesa. ¿Hablamos de la pelota valenciana? ¿Eliminamos algunas de sus modalidades? ¿Nos atrevemos? Sería considerado un atentado a nuestra raíz cultural. Si cruzas el Atlántico descubriremos modalidades diversas en México, en Ecuador o en Colombia; también en Argentina, Chile o Uruguay. ¿Cómo ponemos de acuerdo todas esas variedades y potencialidades? ¿Creamos una modalidad nueva, ajena a las tradiciones locales con el propósito de competir algún día en unas olimpiadas y disponer de una mínima atención mediática durante un par de semanas cada cuatro años? Son reflexiones que deben considerarse con paciencia.

Dispone el Juego de Pilota, incluso reduciéndolo sólo a la mano, de una variedad que no lo enclaustra, sino que lo enriquece. Empeñarse en el olimpismo, que es objetivo loable, puede distraer fuerzas del objetivo principal que , en mi opinión, debe ser el de valorar su condición de herencia cultural. ¿Eso es folklore? No. Eso es respetar la historia diversa de este juego. Cuando en los tiempos de Napoléon los prisioneros españoles en Tournai derrotaban a los belgas y conseguían trofeos y reconocimientos, no pensaban en folklores sino en ganar. Y en dar las gracias a la Virgen de Santiago- según los cronistas belgas-. Cuando los vascos llegaron a Cartagena en 1755 para enfrentarse a los valencianos, que vestían con seda de colores, no vinieron a bailar danzas tradicionales, sino a presumir de que ganaban. Eso es deporte, aunque en aquellos tiempos no existieran federaciones, ni reglamentaciones, ni olimpismo.

Cuando en noviembre de 2017, una buena cantidad de naciones - en la acepción pura de ese concepto tradicional y no liberal despersonalizador- se reunieron en las entrañas de Colombia no fueron a hacer folclore, sino a competir. Con una diferencia respecto a los valores olímpicos actuales: nadie pensó en mercantilizar el evento, sino en que fuera plataforma de una manera de entender el juego de pelota diverso, con profundo respeto a la modalidad de los indígenas pastusos. Por eso se acercaron miles de personas a cada escenario.

Porque eran las almas de sus antepasados, las que se emocionaban contando las chazas. Si ese valor no es olímpico, poco importa, porque es mucho muchísimo más importante. Un valor que cuenta, además, con el reconocimiento de toda gente que ame su identidad y su cultura. Dejemos espacios a la diversidad. Y unámonos en su búsqueda.

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