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Cuando en Tortosa había cuatro trinquetes

Cuando en Tortosa había cuatro trinquetes

La ciudad de Tortosa, capital de la comarca del Baix Ebre, con más de 35.000 habitantes, vive hoy ajena al juego de pelota a mano. Allí, como en tantos y tantos lugares de diversos territorios de la vieja Hispania, el juego más popular desapareció de forma definitiva. Sólo queda en archivos municipales, parroquiales, nomenclatura de calles o libros escritos en clave de recuerdos infantiles. Pero en Tortosa, como en muchos de los pueblos de algunas comarcas del sur de Catalunya, y del norte de Castellón, hubo trinquetes, lugares específicos para el juego de pelota que en este caso coincidían en las líneas básicas de su estructura arquitectónica: recintos de 18 a 20 metros de largo por 8 metros de ancho, de cuatro paredes, para jugar contra una de ellas en las que no podía faltar el tambori vertical que asemejaba la figura de un fraile. Es la que está reconocida por la Federació de Pilota Valenciana con el nombre de Frare. Es la población de Traiguera, en el Baixa Maestrat, donde se mantiene en perfecto estado una de estas instalaciones y donde se han celebrado en los últimos tiempos algunas competiciones abiertas con notable éxito de participación.

Salvador Regal Molina, un profesor de lengua catalana a Sant Pere de Ribes, natural de la localidad de Silla, en l' Horta Sud, aporta datos muy concretos sobre la existencia de trinquetes de pelota a mano, al estilo de los Frares, en la ciudad de Tortosa. Datos extraídos del libro, «Del folclore tortosí», de Joan Moreira, editado en esta ciudad en 1934 y que recoge costumbres arraigadas en la comarca. Dedica varias páginas a recordar la existencia de varios trinquetes y de los nombres más destacados entre la amplia nómina de jugadores que en ellos jugaban. Hasta cuatro trinquetes recuerda el autor del libro: los dos de Ferreries y Remolins, así como el de l' Arrabal i el del Garrofé. Los cuatro siempre muy concurridos. Describe los trinquetes, habla de la falta y «dels frares»; de las telas metálicas y "canysos" para evitar la pérdida de las pelotas y de los lugares reservados a los espectadores, que no eran pocos. Recuerda a los más afamados jugadores en la memoria los más viejos y cita a los hermanos Carraló, Antonio l' Aufarenc, de figura esbelta y vista de águila que acabó siendo sacerdote ejemplar. Cita a Cano, «mà de ferro i elegancia inigualable». Y a otros muchos en una larga lista que certifica lo popular de este deporte hasta los primeros años del siglo XX. El autor se lanza a comentar los lances de un desafío, el más esperado por los aficionados: Cano y El Magre contra l' Aufarenc i Noé, disputado en el trinquet del Garrofé. También recuerda la legítima fama de los pelotaris tortosinos, que vencían a los de otros pueblos que se acercaban. Incluso un desafío montado contra pelotaris vascos del Regimiento de Infantería apostado en el Castell de la ciudad y en el que los paisanos, «van demostrar ser dignes contrincants dels dos afamats pelotaris vascos».

Nada queda en Tortosa. Ya nada quedaba en los años previos a la contienda civil y de ello se quejaba el autor, de la invasión de nuevos juegos, que entierran en el olvido a aquellos que con tanto entusiasmo se entregaban los tortosinos.

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