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El viejo y el nuevo Pelayo

Aspecto del trinquet de Pelayo en los años 60. levante-emv

Una pizarra negra colgaba de la pared antes de entrar en la vieja cafetería de Pelayo. En aquellos primeros días de enero de 1970, en tiza blanca, con buena letra, aparecía la partida del sábado 24: Rovellet y Gatet I contra Eusebio y Peris. Era el mejor cartel de la época. El veterano maestro de Pelayo contra el poderoso resto de Riola, con los dos mejores mitgers? Dos sábados antes, Rovellet y Ruiz habían derrotado a Eusebio y Chato de Museros por 60 a 45. Rovellet había levantado a los espectadores de sus asientos en varias ocasiones. Ahora se anunciaba la revancha con otro cartel de lujo. Aquel destartalado trinquete, sin cubrir, se mantenía, ciento dos años después de su inauguración, casi idéntico al día de su inauguración. Pelayo se llenó a rebosar. Sólo un pequeño anuncio, el más barato y en el último rincón de este diario, era el vehículo de conexión entre la afición y el trinquet. Aquel anuncio y quizás una ligera cita de José Manuel Hernández Perpiñá en su programa deportivo que se emitía a las 21 horas en Radio Nacional en València.

Aquel Pelayo descubierto se llenó a rebosar de gentes que en un día de enero desafiaban el frío. Con una gorra y un caliqueño, el enjuto viejo cuyo nombre no recuerdo era el encargado del marcador manual. El hombre aguantaba con estoica y contenida sonrisa las intencionadas broncas que le llegaban si se equivocaba de tablilla. Linares, un viejo de pómulos surcados por venas rojizas y moradas con voz de pitillo y carajillo baratos se encargaba de las apuestas de los espectadores de la grada del resto. Selfa, que había sido pelotari de cesta punta en el Frontón Valenciano de la calle General San Martin, junto a la plaza de toros, y que llegó a jugar en el frontón de Milán, era el jefe de los corredores de apuestas. De ellos dependía que la tarde fuera rentable para empresa, pelotaris y espectadores. Las pelotas de vaqueta vaciadas volaban con el boleto recibo de apuestas para los espectadores pobres que apostaban en la galería lateral. En aquel ambiente donde el espectáculo, el horario, y el juego estaban en función de la apuesta, y para ello podía eternizarse la partida con paradas insoportables, las gentes disfrutaban de las figuras de la época. Todo aquello era una anormalidad en la capital. Allí se hablaba valenciano y la gentes acudían con «espardenyes de careta».

Todo ha cambiado en este medio siglo pasado. Todo. El trinquete es lugar físico digno; la cafetería se llena de gentes «bien»; las partidas no están sujetas a la apuesta; los pelotaris no fuman entre quinze y quinze; ni acuden con más quilos de los debidos. Las partidas ocupan espacios mediáticos impensables en aquellos años; los torneos muestran imagen acorde con las exigencias de la modernidad. En Pelayo ya no entran espardenyes de careta ni caliqueños; el marcador es eléctrónico de última generación digital. Se televisan partidas todos los fines de semana. Se apuesta por internet y ya no hay pelotas vacías que vuelan en busca del apostador pobre. Nuestras figuras hacen publicidad; tienen estudios universitarios, firman autógrafos?Y sin embargo hemos de esperar a las finales para ver cómo se llena un trinquete.

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