Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tonet IV y el valor de las dinastías

Tonet IV y el valor de las dinastías

Tonet marca orgulloso en su nombre el número IV, en letras romanas. Uno no se imagina el guarismo de una dinastía de pelotaris en caracteres que no sean los heredados del Imperio Romano. Parece como si en cada uno de los números que marcan la historia genética de este joven pelotari se hubieran acumulado lecciones de sabiduría de sus antecesores. Aquellas de su bisabuelo, cuando era el mejor jugador de Galotxa de la comarca. Créanse que hasta los años treinta esta era la modalidad, -entonces se jugaba a rayas-, que acaparaba pasiones en la Costera, la Vall d'Albaida o la Canal de Navarrés, territorios donde el raspall acabó imponiéndose con los años.

El Tio Tonet, cuya fama ha perdurado hasta nuestros días, era habitual en las grandes partidas de Llargues junto al legendario Xiquet de Llanera, o el Gallinero de Aielo, o Arturet el de Gavarda, o Pavía de Villalonga€ y hasta Patilla de Alaquàs. El tio Tonet tuvo un hijo al que le inculcó la afición y que también se anunció como profesional del Raspall, en tiempos contemporáneos a los del Simatero o Pigat€ otras leyendas del juego de pelota surgidas en el pueblo, años antes de que irrumpiera el más grande entre todos los grandes: Paco El Genovés. Tonet II fue grande en los años sesenta, jugó a galotxa, como hacía su padre, en la calle El Mesón de Godelleta, el mismo año -1965- en el que Llanera jugó su última partida de homenaje junto a Telesforo de l'Alcúdia de Crespins. Tuvo la inmensa satisfacción de ver crecer a uno de sus hijos como pelotari hasta convertirse en una de las primeras figuras del profesionalismo del Raspall, varias veces campeón en tiempos de Leandro, Juan, Coeter o Loripet€ Ese mismo Tonet III, que ya luce canas porque los años pasan volando, miraba ayer orgulloso la exhibición ofrecida por su hijo de 21 añitos que llegaba a todas, remataba con precisión, restaba con derecha e izquierda, se movía como una elegante gacela, plantaba cara con desparpajo a la adversidad que le hizo temer por la remontada rival, y acababa abrazado a Pablo, el de Barxeta, cuando sellaba el triunfo definitivo. Una pareja de jóvenes figuras que pueden marcar un tiempo nuevo en la especialidad y que hicieron brotar lágrimas de alegría a sus familiares y amigos.

Reconforta pensar que la pelota pasa de padres a hijos, de abuelos a bisnietos y que todos ellos luzcan orgullosos el número romano que les identifica y que reivindica una historia familiar. En la pelota valenciana las dinastías numéricas han necesitado de sangre transmitida. Y esos detalles simbólicos configuran la identidad de este deporte. Y deben respetarse con mimo. La dinastía de los Llíria estaba unida genéticamente; como la de los Surets de Carlet, o los Xatets y Pereles del mismo pueblo; como la de los Gats de l'Eliana, o los Soro de Massamagrell, los Pigats de Genovés, y tantos y tantos otros. Sin sangre no puede haber dinastía. Y sin dinastía no puede haber números romanos.

El trinquet que levantó a principios de los sesenta el tío Arturo Bataller en Genovés se llenó en la final de la Copa Caixa Popular de Raspall. Llegaron gentes de muchos lugares, desde Oliva, Piles, Barxeta, Ontinyent€ para acompañar a esta joven pléyade de pelotaris que ha llegado para quedarse. Vercher, Brisca, Pablo y Tonet IV protagonizaron la final que pudo verse por televisión y que certificó la alta capacidad técnica y física de todos los contendientes. Todos vimos la intensidad con que se jugó. Vimos que vencieron Pablo y Tonet por 25 a 10 en partida competida que tuvo alternativas y que pudo cambiar su rumbo si Vercher y Brisca hubieran rematado el juego en el que tuvieron Val Net para remontar el 0-10, y ponerse por delante en el marcador. Todos vimos eso que configura la fiesta de una final pero algunos pensamos en las canas del padre del joven campeón y en que su bisabuelo estaría hoy orgulloso de ver a su biznieto.

Compartir el artículo

stats