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Abrazo entre humildes

Abrazo entre humildes

Hace años, en la grada del Nou Estadi, tuve el privilegio de conversar con una señora entusiasta del fútbol, del Barri del Carmen, y apasionada seguidora del Levante UD. Aquella mujer comentaba las jugadas con más criterio que la tropa de comentaristas que se dedican a contar sus paridas, como si nos importaran, sin que podamos enterarnos si el juego transcurre a la altura de los tres cuartos o del medio centro, quién controla ni cómo va el marcador. Aquella mujer, que superaba los 50 años, era en aquellos tiempos una rareza: por ser mujer y acudir a la general de pie de un estadio de fútbol, que había que ser valiente y atrevida, y sobre todo, por ser del Levante UD, es decir, por vivir con un alma «forjada en el yunque de la adversidad». Eso de ser forofa de un equipo sometido a la indiferencia generalizada, que jugaba en un estadio al que había que acceder saltando acequias de la huerta, era cosa de gentes especiales, dotadas de una gran fortaleza anímica. Creo que el Levante es espejo de todos aquellos que silencian el orgullo de la humildad porque nada hay mejor para alcanzar el triunfo futuro que estar sometido a las duras pruebas que hieren el corazón. Para ellos, todo lo que no sea la nada es triunfo.

Es el Levante UD figura de la victoria de las virtudes de la perseverancia, la fidelidad, el espíritu de trabajo en humildad y el respeto a su esencia, nacida en los olores a sal marina, los colores de Sorolla y la lengua de las madres del Cabanyal y del Canyamelar. Por eso aquella mujer del Carmen era tan especial que ha quedado en mi memoria, ahora rescatada tras ver lucir los colores blaugranas en la catedral de la pilota valenciana.

Nació el fútbol en València cuando el Nel y Mari, Hilario y el Chato de la Estació se anunciaban en el trinquet de Pelayo. En poco tiempo se adueñó de las almas y pasiones de las gentes; desplazó a la pilota de las preferencias del pueblo y acabó con el deporte de siglos en casi todos los pueblos. Toca a la pilota ser humilde ahora y reclamar alientos de vida al deporte que le robó el alma de las gentes. De ahí que la Fundació haya recurrido a las marcas más distinguidas que son hoy las del todopoderoso fútbol. Y el Levante abraza el hombro de las gentes que hablan como hablan los que fundaron el club, que sienten el aroma del mar y valoran los valores de su tierra, como aquellos de aquella noche de entrega de premios a escolares pelotaris, cuando entre gambas y mejillones, nos contaba el añorado Paco Gandía sus recuerdos de la elegancia del Fusteret de la Llosa o de la fortaleza del Chato de Pedreguer en el trinquet de su barrio, ya desaparecido.

Vive sobreviviendo la pilota más de un siglo. Ha vivido sobreviviendo el Levante UD más de un siglo. Hoy abraza al deporte hermano patrocinando un gran torneo; su presidente dice en la losas de Pelayo que su club «no podía dar la espalda al deporte valenciano más tradicional». Y entre gentes ignoradas se entienden esas palabras. Los poderosos suelen vivir alejados de la pobreza que hurga en sus conciencias. En esta iniciativa ha habido una alianza entre humildes que refuerza el respeto a los recuerdos infantiles, la lengua de los mayores, las tablas de las carcomidas gradas del viejo Pelayo y del viejo Vallejo; los trenes verdes destartalados que llegaban desde Llíria o el Grao al Pont de Fusta; las alegrías de aquella primavera del 63 con Calpe o Serafín de azulgranas de primera división y Rovellet y el Soro, primeras figuras en Pelayo. Todo aquello que conforma la identidad de un pueblo que respeta su historia. Todo lo que vale la pena. A fin de cuentas, la vida sin sentimientos no deja de ser un cuento chino.

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