Toda la humanidad de Guillermo de El Puig cayó en tierra para besar las losas de Pelayo. Llora de emoción en imágenes que hay que agradecer al realizador de la televisión valenciana. Ese era el mejor quinze que transmitir a las gentes. Siglo y y medio de vida contemplaban el triunfo de la fortaleza anímica. Porque no hay mejor lección lección que extraer de este atípico momento que atravesamos que la ofrecida por el joven «punter». Agradece y dedica el triunfo a sus seres más queridos, saluda a su padre y su madre con la voz entrecortada y con el calor del momento, agotadas sus fuerzas, exprimidas por el axfisiante calor del primer sábado de agosto, nos proclama una lección de vida: «Podemos caer una y otra vez, pero una y otra vez hay que levantarse y al final consigues el triunfo€» Enorme. Su biografía ha consistido en marcarse un objetivo y luchar hasta conseguirlo. La primera vez que vimos a Guillermo recuerdo haber escrito que sus brazos eran los más poderosos que habíamos visto. Lo son. La primera vez jugaba con un sobrepeso imposible de soportar en un deportista que soñaba con ser profesional. Apostó por la autodisciplina, superó lesiones, caídas, tentaciones de abandono. Muchos, con menos problemas, han abandonado. Él quería ser campeón en los trinquetes valencianos. Y ayer no cabía en la amplitud de su pecho toda la felicidad que irradiaba de su corazón. Objetivo cumplido. Lo ha hecho desde la humildad, pidiendo perdón en cada jugada no rematada, escuchando a los maestros de Vinalesa y de Xaló, consciente de que hay que aprender cada día. Por eso, el primer abrazo lo recibe de Puchol, el segundo de Tomás€y con lágrimas incontenibles agradece a amigos y familiares todos lo que les ha hecho sufrir.

Este maldito virus no ha podido con la pilota valenciana y sus valores. La fortaleza de Guillermo simboliza la propia historia de este deporte. Con él no han podido ni guerras ni revoluciones. Ni persecuciones, ni indiferencias. La pilota de vaqueta sigue siendo esa joya que ha pasado de generación en generación como pasaba el Tabernáculo del pueblo hebreo. Algo así simbolizaba también la foto de Rodrigo, Pere Roc, el de Benidorm con su hijo para dejar constancia de que allí hay otro futuro campeón. Mientras exista esa pilota de vaqueta, mientras en los trinquetes se anime en la lengua de las madres de l'Horta, de La Marina o La Costera, lugares de donde procedían los seis protagonistas de la final, existirá ese sentimiento que llamamos "poble". Al virus lo combatiremos con mascarillas, y seguramente sin más miedos de los necesarios; al calor con palmitos y a la indiferencia de la gran mayoría de medios informativos para con el juego de pelota, con la fe que ayer demostraron todos los héroes que quisieron acompañar la fiesta grande de nuestro Joc de Pilota. De peores hemos salido. Y ahí está el ejemplo de Guillermo: mil veces que caigamos, otras tantas nos levantaremos. La final de ayer en Pelayo es la mejor demostración de ese arraigo sentimental, que además se visualiza en la cantidad de jóvenes de ambos sexos que se acercan por los trinquetes. Ayer eran amplísima mayoría.