Un gran retrato de Álvaro de Tibi, el que fuera mejor saque del mundo, preside la pared del resto de la preciosa cancha cubierta donde se disputa la final de la máxima competición valenciana de la más antigua de las modalidades del Joc de Pilota. El cronista piensa en nombres míticos de jugadores de la Marina o de l'Horta, del Camp de Túria o de la Ribera o la Costera que han marcado la historia de legendarias partidas. Piensa en que el espíritu de aquellos hombres flotará entre los jóvenes pelotaris de Benidorm, finalmente campeón, y de Sella, dos clubes ejemplares que protagonizan el espectáculo que finalmente la televisión pública se digna a ofrecer, aunque sea en diferido. Piensa en la heroicidad de haber mantenido esta manifestación en memoria de la historia común europea, pues el Juego de Pelota en calles y plazas se extendía por gran parte de la Europa occidental, desde Franeker a Cádiz, desde Turín a Oiartzun; desde Calp a La Toscana o Canarias. Que se hayan construido canchas específicas, que se hayan articulado campeonatos con decenas de pueblos y cientos de jugadores; que se haya consolidado una competición anual de clubes europeos o campeonatos mundiales de selecciones con países de Europa y América?es una obra gigantesca de la que los valencianos, de una manera especial, deberían sentirse orgullosos. No se entiende desde el valor sentimental, que es el que cabe considerar por encima de cualquier otro, que la Federació haya tenido que poner el grito en el cielo, remover Roma con Santiago para recoger una migaja arrebatada. Alguien, ni sabemos quién ni porqué, decidió que «lamentándolo mucho» se cambiaba la final de la Lliga de Llargues,- la única que se televisa al año- por una de las muchas que a lo largo del año se televisan de Escala i Corda. Flaco favor se les ha hecho a los clubes que, precisamente, son los que cultivan las canteras de las que se nutrirá el mundo profesional. De la Lliga de Llargues han surgido en los últimos tiempos nombres como Santi de Finestrat, Pere Roc de Benidorm o Giner de Murla. ¿No merecen esos clubes que trabajan desinteresadamente que se les respete una vez al año? Pues ya ven, ni eso. A callar y a agradecer.

Han sido los jugadores valencianos que juegan a Llargues los que han popularizado en otras regiones pelotísticas de Europa y de América, -también en la vasca- el conjunto de la pelota valenciana. Nuestro deporte es genéticamente diverso y en ello radica su grandeza. Y justamente aquellas modalidades que se comparten con otras naciones gozan de la energía que aporta el valor de la identidad de un pueblo, de una selección, de un club. Lo normal sería que una final de una competición con más de treinta pueblos y cientos de jugadores, una Champions europea de clubes campeones en cada nación, un Mundial con los mejores pelotaris de Europa y América, hombres y mujeres por igual, o de selecciones nacionales tuviera preferencia en los criterios de prioridad de una televisión. Eso sería lo normal.