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VA DE BO

Los debates también hacen afición

Un testigo muy cercano me contó una anécdota curiosa vivida en Valencia, en un céntrico bar de comerciantes de la madera. Tiempos de Paco Camino y Diego Puerta, dos toreros en las cumbres de la época, a finales de los sesenta. Todavía había en este país mucha afición a los toros y se entabló una discusión entre dos clientes sobre la supremacía de uno sobre otro. Cada uno exponía con voz creciente sus razones hasta que uno de ellos, invidente, alzó el garrote al aire con la inequívoca intención de imponer las suyas a base de certero golpe final. No pasó la cosa a mayores. Lo grande del tema es que el ciego exponía con detallada precisión técnica las ventajas de su torero preferido. A tal extremo llega el sentimiento puesto en desafío.

En el Joc de Pilota, que es «Joc de cavallers», no se recuerdan discusiones de ese nivel. Cuentan los más mayores que la rivalidad más enconada se produjo cuando irrumpió la potencia del brazo de Eusebio para cuestionar la maestría técnica de Rovellet. El de Pelayo era un pelotari carismático como pocos, elegante en todas sus acciones y contaba con el corazón rendido de los espectadores que, al menos en aquellos tiempos, se extasiaban con los mágicos golpes cargados de belleza plástica. Eusebio era en sus inicios una apisonadora, más del estilo de Diego Puerta, a la que el maestro de la calle Pelayo, elegancia de Paco Camino, «toreó» en aquel desafío mano a mano de Sueca, año 1966 que no tuvo color a favor del veterano Antonio Reig, que ganó 60 a 20.

Pelayo no podía permitir que alguien llegado desde un pueblecito de la Ribera como Riola quitase el entorchado de figura al nacido en las entrañas del trinquete de la calle del mismo nombre. Sólo con los años se reconoció la grandeza de Eusebio que se retiró con más de cuarenta años siendo el rival más poderoso de Genovés tras más de tres lustros de encabezar los carteles más atractivos en todos los trinquetes valencianos. Hoy nadie discute la injusticia cometida con Eusebio al no aparecer en la galería de figuras míticas que cuelgan de las paredes de Pelayo. Quién sabe si en esa decisión no pesó todavía aquel viejo sentimiento.

La llegada de Genovés acabó con cualquier debate sobre el mejor del momento y sólo entre los más viejos se planteaban si Paco hubiera ganado a Alberto, el Xiquet de Quart. Un problema irresoluble pues no coincidieron en el tiempo. He de decir que, la mayoría de las opiniones de los viejos se inclinaban a favor de Paco por poseer una izquierda que hasta entonces nadie había visto.

Años después asistimos a un lustro en los que esa supremacía se debatía entre Àlvaro y Genovés II. Protagonizaron varias finales individuales precedidas de intensos debates a favor de uno u otro. Tras la épica remontada de su primer enfrentamiento en Pelayo donde el de Faura se encontró con un trinquete volcado con el «fill de Paco», esa personalidad ganadora del de Les Valls le llevó a consagrarse como el rey indiscutible del Individual durante más de una década.

Llegó la época de Soro III, otro especialista en el mano a mano, con seis títulos, y ahora parece una época de transición en la que Puchol II está un escalón por encima con tres títulos individuales pero con varios jóvenes que llegan fuertes y dispuestos a reverdecer debates sentimentales. La pelota también necesita de discusiones enconadas entre sus aficionados que, eso sí, esperemos no acaben a garrotazos, a palos de ciego.

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