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Belén Gopegui

Imaginación herida

Sus libros, duros, son difíciles a la misma altura de lo inevitable

Imaginación herida

En el Departamento de Literatura de la Universidad de California, San Diego, Belén Gopegui aceptó responder en 2007 a la pregunta: ¿Qué significa escribir una novela hoy? Fue seleccionada para ello por «la imaginación emancipadora de su trabajo literario y por el coraje y la exigencia intelectual de las posiciones políticas que defiende». En este Departamento habían estado antes T. Todorov, K. Scherpe y G. Celati.

Gopegui respondió analizando una frase de Stendhal: «La política en una obra literaria es un pistoletazo en medio de un concierto, una cosa grosera y a la que, sin embargo, no se puede negar cierta atención». ¿El asunto de la literatura y la política es campo minado? El comité de la noche es otro pistoletazo de Gopegui. Dicho con otras palabras suyas: es una novela «candil de nieve».

J. M. Pozuelo Yvancos critica con dureza el planteamiento de Gopegui. En El lado frío de la almohada (2004) y en El padre de Blancanieves (2007) la escritora «sacrifica elementos literarios, tanto la acción como los comportamientos de los personajes, a la contundencia de su discurso político». Sentencia: «no es una buena noticia que haya sacrificado sus cualidades a la claridad de su militancia». Por otra parte, M. Sanz en No tan incendiario matiza que la literatura puede hablar de política, pero «que se hable de literatura desde la política: ésa es la posibilidad realmente blasfema». ¿Es posible una literatura sin ideología? Unas palabras de S. Leys sirven de respuesta. Erudito, genio de la síntesis, apoyándose en S. Weil y en C. Roy, explica que «decir que no nos gusta una obra es decir que no nos gusta su autor. Decir que no nos gusta su obra es hacer a un ser vivo una declaración de enemistad. Por tanto, los escritores son más vulnerables que los ebanistas a las críticas de sus trabajos. Se cree que el juicio recae sobre lo que hacen. Pues no: recae sobre lo que son». La obra es la profundidad de su autor. Entonces, ¿cómo hacer para no enemistarse?

Las palabras citadas de Stendhal desentrañan la política de El comité de la noche. Parte del secreto de esta novela está en la explicación histórica con que la autora legitima las aterradoras relaciones que modula la angustia económica en el seno de lo literario. Esta es la explosión literaria. El negocio de los órganos para trasplantes o lo que unos laboratorios eslovacos pagan por el plasma de donantes humanos desempleados para producir hemoderivados, son los pistoletazos de Gopegui. Malas noticias. En Bruto sí era un hombre honrado, insiste en ello hasta cuestionar que lo suyo sean novelas. Gopegui escribe extensamente noticias duras que hieren. ¿Es tendenciosa? ¿Es objetiva, descriptiva? Dice que ella escribe acerca de una realidad verosímil, aunque suene a interrupción del concierto. Reconoce que los engranajes de este realismo verosímil chirrían. Y había empezado con Stendhal. Gopegui dice que escribir hoy una novela tiene que ser «emulsión de lo no iluminado». Pistoletazo de luz. Novela-candil-de-nieve. Pero, ¿a quién pertenece el concierto que interrumpe?, ¿qué música está sonando? Gopegui dice que el «problema es que no puede irse con la música a otra parte porque ellos tienen la música. Tienen el discurso».

La novela habla de los que aun existiendo y erizados no aparecen hasta que no se escribe de ellos. El dilema del cuaderno y el ordenador ya está en Deseo de ser punk (2009). Gopegui ama las canciones. La música es un código. Se es una música. Es necesaria una letra (de modo admirable, G. Marcus desarrolló estas cuestiones en Rastros de carmín). Las canciones son comandos, individualidades colectivas. Son un lugar. ¿Una canción verosímil lastra su escritura? ¿Tan fulminante es la letra? ¿Tan frágil la literatura y la imaginación?

Existen las ilusiones del sujeto colectivo al que Gopegui compara con un erizo. Si ella ama, por momentos el lector es suyo. Escritora, cada lector: ¿amantes? Gopegui es su libro. Falta el lector. No se puede estar sin sus libros. Cuando la nieve cubre el candil, los erizos, fríos, se arropan. Gopegui diferencia entre erizos negativos (sólo miran al suelo de lo personal y además son zarandeados por el destino mientras gestionan su pequeña mezquindad) y los antihéroes (naturalezas contradictorias, a veces calladas, a veces en exceso parlanchinas, a veces vivaces, a veces melancólicas). Los antihéroes, pese a las heridas que su imaginación sufre, desean. La/el antihéroe en Gopegui es relacional, es un grupo. (M. Barbery emocionó con la historia de una lectora-erizo cuya elegancia y discreción se combinaban a diario). Las novelas, ensayos, lecturas, ¿plantean correctamente la cuestión inicial?, ¿se le piden peras al olmo? Por el momento, es, simplemente, el golpeteo del decurso de un libro.

El deseo, de ser punk, o de ser piel roja, dice M. Morey, se fractura y entonces «no puedes ni imaginarte lo que es sentirse alcanzado por un dolor tan sabido» (antelación de quebranto). Los deseos heridos y la imaginación tiritando, pero el antihéroe sigue, encuentra la metáfora que le reconforta: «la figura de la acción que perpetúan a distancia unas semillas voladoras, llevadas por el azar de los vientos, te parece bien afín a la de este escribir mismo comprometido en hacer rebrotar, aquí y allá, la antigua locura que es la poesía, la moral».

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