Complicidades

Quejosa literatura

Carlos Marzal

Los libreros se quejan de que casi nadie compra un libro: y es verdad. Y se quejan de que las distribuidoras les endilgan, en los pedidos, montañas de libros que no han solicitado, y que deben devolver a tiempo para que no se los cobren, de manera que el oficio se ha convertido en un permanente ejercicio de redacción de albaranes: y es verdad.

Los distribuidores se quejan de que casi nadie compra un libro, y de que tienen los almacenes atestados de palés atestados de cajas que nadie reclama: y es verdad.

Los editores se quejan de que casi nadie compra un libro, de modo que han disminuido el número de publicaciones, la cantidad que daban en adelanto y los trabajadores de sus empresas: y es verdad. Y se quejan de que la aspiración a la alta literatura parece una quimera propia de otros siglos, porque lo único que les resulta rentable es el disimulo de la dorada medianía: y es verdad.

Los directores de los suplementos literarios se quejan de que no hay quien se gaste un duro en publicidad, y de que tienen que escribir sus suplementos, sin renunciar apenas a páginas y contenidos, con la tercera parte de la plantilla de la que disponían hace un par de años: y es verdad.

Los reseñistas de los suplementos literarios se quejan de que les pagan una miseria por sus reseñas, y de que tardan en aparecer sus trabajos mucho más de lo prometido: y es verdad.

Los lectores se quejan de que los libros son muy caros, lo que les sirve como excusa para no comprarlos apenas, y piratear sin cargo de conciencia: y es verdad que piratean felices y contentos.

Los escritores se quejan de que casi nadie compra un libro, y de que han desaparecido los adelantos, y los bolos, los benditos bolos (las lecturas en ayuntamientos, en cajas de ahorros, en universidades; las conferencias, los jurados literarios, los congresos), y se quejan de que publicar se ha convertido en una tarea imposible „ahora que todo el mundo tiene escritos su poemario, y su novela, y su ensayo iconoclasta„, y se quejan de que nadie reseña sus obras, y se quejan de que todos los premios están amañados, y se quejan de que los grandes grupos editoriales lo acaparan todo, y se quejan de que las pequeñas editoriales que no acaparan todo no poseen capacidad para convertirlos en autores de éxito.

„Y vos, Marzal, ¿de qué te quejás?

„Yo no me quejo de nada, pibe. Los Padres Dominicos me enseñaron que no sirve de mucho. Mi senequismo no tiene mérito: no me quejo para ahorrar fuerzas y energía. Me imagino que, entre todos, tenemos toda la razón y sabemos toda la verdad de las cosas. Hubo un tiempo en que parecía que en España se podía ser escritor profesional trabajando como forzado de la escritura, por aquí y por allá. Pero parece que fue un espejismo: la burbuja literaria.

„¿Y ahora vos que hacés, Marzal?

„Lo que hacemos todos. Lo mismo de siempre, pero por la quinta parte.

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