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Espurnes

Un Licurgo de pega

Licurgo fue un legislador mítico, responsable de las severas leyes que regían la vida en Esparta. Como es sabido, se trataba de una república militarista en la que los niños eran arrancados a los padres en edad temprana y confinados en residencias bajo la tutela del Estado. Sin embargo, a mi modo de ver, lo más extraño era la educación que recibían, la cual se limitaba a ejercicios físicos (necesarios para convertirlos en soldados sufridos y resistentes), con absoluto menosprecio de la formación humanística que tan importante resultaba para las otras ciudades griegas. Lo notable es que los espartanos gozaban de buena fama en la antigua Grecia, sin duda por su comprobada imbatibilidad. Hasta que los tebanos lograron vencerles en Leuctra: ahí acabó el mito de Esparta y comenzó un descrédito que llega hasta hoy. Para el hombre moderno, Atenas representa la luz y Esparta, las tinieblas.

Con razón. Pero lo que de verdad llama la atención es el carácter contumaz de dicho militarismo. Lo peor no es la brutalidad, es la complacencia en saberse un animal. Brutos, lo que se dice brutos, lo han sido todos los pueblos que podemos tildar de bárbaros, desde los germanos que invadieron el imperio romano hasta los mongoles que amenazaban la Gran Muralla del imperio chino, mas su brutalidad siempre se debió a que el espejo en el que habrían podido mirarse eran precisamente los enemigos cuya prosperidad envidiaban. Los espartanos no, hasta la guerra del Peloponeso fueron aliados de los demás griegos. Sin embargo, aunque al principio cuidaban las artes y las ciencias, poco a poco las fueron abandonando, mientras en Atenas (y en Corinto y en Mileto y en Siracusa€) estas brillaban como en ninguna otra civilización. Esparta fue un pueblo que nadó contra corriente y recibió su justo castigo: ahora da la impresión de que la historia se repite, aunque sea como farsa.

Salvando las distancias, parece que nuestro Licurgo particular ha emprendido una trayectoria igual de peligrosa. Ya no se trata de militarismo, sino de burricie economicista, pero poco se llevan por lo que hace a la degradación intelectual de la gente. España se ha convertido en la vergüenza de los países de Europa con los que convive en la UE. Un mal día, quitan la filosofía de la enseñanza secundaria; otro día negro, reducen drásticamente el horario de las clases de literatura; el tercero, le toca el recorte a historia; y, desde luego, estas podas incomprensibles no se aprovechan para dar satisfacción a una vieja deuda que todos los planes de estudios tienen pendiente con la música. Se nos objeta que los estudiantes deben asimilar conocimientos útiles. ¿De veras? No importa que entre los menores de veinte, de treinta, de ¿cuarenta? años ya nadie lea, que solo entiendan de ruidos estridentes, que cualquier cantamañanas les coma el coco fácilmente: el legislador ha procurado que las nuevas generaciones no puedan ni saber ni pensar porque les faltan los instrumentos imprescindibles para ello. Hasta se ha preocupado de que si queda algún rebelde autodidacta, el 21 % de IVA le baje los humos sin remedio. Tal vez por eso no se haya atrevido a concurrir a un debate con sus adversarios, los cuales coinciden, entre otras cosas, en proponer una rebaja sustancial del IVA cultural. También -para qué engañarnos-, porque no habría sabido de qué hablar con ellos: mejor que siga de comentarista deportivo. El resultado de tanta dejación de responsabilidades lo conocemos: hay una masa adocenada que no tiene trabajo, que no vota y que ha entrado en un limbo ciudadano del que probablemente no saldrá jamás. La jugada de este admirador de Esparta se ha ejecutado en tan solo cuatro años, pero podría salirle mal. En España el porcentaje de jóvenes parados es tan absolutamente escandaloso que a lo mejor hasta se ponen en marcha en la nueva batalla que se anuncia para el 20 de diciembre. Veremos.

*Ángel López García-Molins

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