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Transitar entre la pintura y la estructura

Transitar entre la pintura y la estructura

Los prismas se van sucediendo a lo largo de los muros de la galería, uno tras otro. En una serie que contiene más de una veintena de lienzos, el trabajo de la artista valenciana Silvia Lerín parece ir encaminado a que sea el espectador, protagonista, quién vaya cambiando su estado anímico en función de las tonalidades que se suceden. No se aprecian cambios drásticos de tamaño, prácticamente impera el mismo formato el grande y rotundo, aunque también el mediano. Tampoco hay movimiento: esas hendiduras que solíamos encontrar en sus obras precedentes y que partían sus lienzos y esculturas bien de forma horizontal, bien en diagonal o vertical ahora se muestran de manera constante dividiendo horizontalmente y de forma radical estas estructuras geométricas.

En términos generales resulta más atrayente el orden que el caos, el equilibrio que la desproporción, las formas armónicas frente a las que parecen inestables. Todas estas premisas son cumplidas sobradamente en esta serie de lienzos y madera. Pero nos atreveríamos a aseverar que acaso lo que más cautive la atención del espectador sea la combinación de colores que la artista ha empleado para procurar en el observador diversas sensaciones que pueden ir desde la serenidad al optimismo y de la alegría pasando por la sorpresa ante la combinación cromática. Se constata en todo caso un empleo y distribución del color meditado y acabado con esmerado cuidado.

El origen de la tipología artística sobre la que Lerín ha ido realizando su trabajo, el estructuralismo, tuvo mucho de reivindicación política, de enfrentamiento con las estructuras de poder. Como es lógico, todo aquello se fue diluyendo con el paso del tiempo. No obstante, ha permanecido el núcleo de este movimiento y es el de reivindicarse como realidad. También podríamos remontarnos a la corriente suprematista y ese esfuerzo por dar relevancia a la forma y el color. En todo caso, destaca la importancia tanto de lo que se muestra con el reiterado geometrismo de las estructuras y el valor del cromatismo, como de las ausencias, aquello que el espectador debe completar, que no es tanto el significado de la obra como lo que la obra transmite en cada uno de nosotros. Y en este caso, viendo las diferentes tonalidades que se van sucediendo y teniendo en cuenta que en ningún momento la sensación que transmiten es de pesadumbre o tristeza, nos lleva a pensar que la artista comunica lo que con seguridad ella misma siente, fundamental para establecer un nexo entre la obra y su receptor.

También es cierto que el título de la muestra, Inspirado en un jardín inglés, colabora en rellenar esos huecos silenciosos que pudieran faltarnos. La construcción de un espacio elegante y equilibrado como son esos jardines en los que la alta sociedad británica ordenaba plantar flores de muy diversa tipología, orígenes, colores y olores, pero siempre gustando de respetar la orografía del terreno e incluso aprovecharla para sus fines. En este sentido también Silvia Lerín aprovecha estas estructuras con relieve para seguir transitando entre la pintura y la escultura, creando lienzos escultóricos, o quizás esculturas pictóricas.

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