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La ironía del viajero

Se fue uno de los grandes, Ignacio Carrión, el periodista con alma de escritor cuya mirada excéptica, ácida y profunda se transmitía mediante una narrativa cristalina. Contempló el mundo para nosotros, los lectores, y para salvarse a través de la escritura, su crónica eterna.

La ironía del viajero

Franz Kafka escribió en sus Diarios: «Advierte uno cómo cada ser humano está irremediablemente perdido a causa de sí mismo, y cómo lo único que puede procurar consuelo es la contemplación de los otros».

Nadie como el recién fallecido Ignacio Carrión para encarnar esa visión del escritor contemporáneo, que observa primero, y luego se complace en narrar, cuidando el estilo como quien pule un diamante en bruto, y tratando con cercanía y complicidad al lector.

Siempre ha sido así en la historia de la literatura, el periodista perdiguero se cuela en cualquier sitio, y olfatea con aspecto ingenuo. Enviará su crónica políticamente correcta -en el caso de Carrión eso era difícil- para luego cocinar ese material y escribir lo suyo.

Carrión escribió el pasado verano a un amigo lo que sigue, dando claves de su estilo único:

«La entrevista con€, fue una experiencia. Escribirla me llevó once horas. Sólo así una pieza puede tenerse en pie aunque azoten todos los vientos, las modas cambien y los entrevistados mueran. A este lo vi muerto y creo que no le entrevisté con vida sino en mi imaginación algo fatigada. Quiero decir: me dejé conducir por el olfato hacia lo más podrido de los seres humanos. Como los carniceros franceses hacen con el solomillo de ternera verdoso».

Ignacio Carrión, residente en la Inglaterra profunda en los ochenta, escribió sus crónicas, para ABC y Blanco y Negro, y a un tiempo, lo hizo para sí mismo. Material narrativo que aparece ahora para gloria de la literatura de viajes.

En una edición innovadora, la editorial Renacimiento ha publicado, de forma póstuma, en su colección Los Viajeros, esta divertida obra del brillante escritor y periodista que fue Carrión. Tras sus recientes libros, Diarios (2016) y Cartas a Lola en la misma editorial, en Ingleses ya no se lee al reportero sino al escritor. En el caso de Carrión ambas condiciones se juntan en una dialéctica creativa que ha hecho escuela.

Ingleses es un libro que se disfruta en cada página; rezuma humor, nada inglés, todo sea dicho, sino socarrón, retranquero y muy ibérico. Carrión nació en San Sebastián en el 38 y murió en Valencia el octubre pasado. Hasta el último momento estuvo ordenando su obra inédita con las escasas fuerzas que le dejaba la enfermedad. Su forma de irse de este mundo pasará a los anales de la entereza.

Carrión andaba muy ilusionado -muy poco antes de reunirse con Kafka y otros míticos diaristas como él- en la preparación y edición de este libro escrito a inicios de los ochenta. Aparte de la obra inédita, que pueda esperar su publicación, el material narrativo de Carrión es una fuente inagotable. Con Carrión sucede como con otros diaristas egregios, como con su admirado Kafka: cuanto más lees sus diarios, más te das cuenta de que son también literatura, narrativa en suma, que en ocasiones supera la obra literaria clásica.

«En 1982 escribí este libro sobre los ingleses. Naturalmente entonces vivía en Inglaterra, el país con fama de ser el más raro de Europa. Este era su encanto. Aterrizabas en la isla y de inmediato te sentías, o te hacían sentir, que estabas en otro planeta. Y era otro planeta».

De esta guisa introduce el cronista al lector, en una sucesión de secuencias que recorren los tópicos de la Gran Bretaña, aderezados con una visión ácida y personal.

Desde lo frívolo -Lady Di y la Casa Real- hasta lo más trascendente; los ingleses en armas, breve y demoledora visión de esa infame pequeña guerra colonial del pasado siglo xx.

El libro es una sucesión de destripamientos de los lugares comunes más virales de la cultura anglosajona del día a día: los clubs, los pubs (public homes), los partys, los aristócratas, los mayordomos, los gentlemen€ En el fondo del asunto late una agresiva visión de la burguesía dominante británica y sus hipocresías y nostalgias imperiales. Pero escrito con tanta gracia que un inglés no se puede dar por ofendido, gracias a su sofisticado funambulismo literario.

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