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Centenario

Pinazo y las vanguardias

¿Pinazo es realmente un pintor moderno? ¿Anticipa al menos la modernidad? ¿Está justificado que el IVAM arranque su colección con el fondo de obras que el museo adquirió en el momento de su fundación?

Ignacio Pinazo en su taller. José M. Cabedo / La Ilustración Artística

Una de las cuestiones capitales a cualquier museo de arte contemporáneo estriba en fijar el momento fundacional del relato artístico que va a articularse en sus salas y bodegas. Es decir, desde dónde o desde qué obra o qué autor/es arranca su colección. Y dado que el primer museo contemporáneo, el MoMA neoyorquino, fundado por sus estelares damas filantrópicas -las señoras Bliss, Quinn y Rockefeller- en la temprana fecha de 1929 se incrustó hacia lo más profundo del arte del siglo xix y en el contexto anglosajón donde el concepto «moderno» abarca un abanico mucho más amplio que en nuestra lengua, es fácil entender que desde entonces la cuestión de la datación de la contemporaneidad -o de la modernidad si se quiere- va dando bandazos en la historia del arte. Cuestión que todavía adquirió mayor confusión, si cabe, desde que en 1986 los franceses ordenasen sus colecciones estatales creando el Museo d´Orsay dedicado al periodo premoderno que abarca de la segunda mitad del xix al comienzo de la Primera Guerra Mundial, 1914, siete años después de Las señoritas de Avignon, la pieza sagrada o vórtice de la colección histórica del MoMA.

La cuestión es tan relevante desde el orden del discurso historiográfico como para aclarar los ámbitos de trabajo, y hasta de las visitas turísticas, en los diversos museos generalmente públicos que se precien. Al respecto, cabe recordar la polémica que se suscitó en nuestro país al hilo del regreso del Guernica a nuestro patrimonio nacional entre partidarios de ubicarlo en el Prado o en el Museo Reina Sofía, cuestión que ha vuelto a la palestra estos días. Un debate del que València no ha estado ausente, primero con la fundación del IVAM -el mismo 1986- y posteriormente con el fallido proyecto de un museo para el fecundo y premoderno siglo xix valenciano.

Y en medio de esa controversia se ha encontrado siempre la obra de Ignacio Pinazo, pues fue la colección que la familia Pinazo vendió/cedió al IVAM en la época de Tomàs Llorens junto a la de las herederas de Julio González, el punto de partida que el citado Llorens fijó para el nacimiento de nuestro instituto artístico. Nadie puso en duda, entonces, la modernidad del escultor de origen catalán a pesar de que buena parte de su obra inicial es estrictamente previa a la revolución de las vanguardias, pues desde que desarrollara su escultura aérea marcando nuevos caminos a la tridimensionalidad moderna no hay dudas al respecto del papel crucial de González en la contemporaneidad. Pero el caso de Pinazo es bien distinto. Su carácter variopinto -nunca mejor dicho- y su aislamiento social en Valencia le otorgan una singularidad poco dada al encasillamiento.

Ignacio Pinazo Camarlench auscultó muchas temáticas y diversos lenguajes, y nunca fue lineal su investigación pictórica. Liberó la pincelada, hasta incluso pintar aplicando directamente el dedo manchado de óleo sobre la tela, al mismo tiempo que regresaba a la tradición ejecutando impecables retratos burgueses finiseculares€ compuso paisajes desde una perspectiva extraña para la época y que aventuraron el advenimiento del scope cinematográfico o los encuadres más radicales de la fotografía, y al mismo tiempo fue capaz de dar a luz un cuadro tan vinculado a la escuela de la gran pintura española de historia como fue el dedicado a la muerte de Jaime I.

Estamos pues ante un pintor heteróclito, refractario a las clasificaciones más convencionales y que, además, produjo su obra en el momento de las convulsiones previas -el modernismo, el impresionismo, el primer cubismo, el expresionismo€- a la radical revolución cultural y estética que propiciaron las vanguardias históricas del siglo xx. Obviamente había que ocuparse de esta cuestión y había que hacerlo desde el IVAM -el centro neurálgico de dicho conflicto- y aprovechando la iniciativa del primer centenario del fallecimiento del pintor que ha desparramado por la ciudad de Valencia una serie de importantes exposiciones dedicadas al pintor que se recluyó en Godella.

Sin embargo, la propuesta que todavía podemos contemplar en el IVAM -programada hasta mediados del próximo mes de septiembre: Ignacio Pinazo y las vanguardias. Afinidades electivas-, es larga en el tiempo pero bastante alicorta en su exhibición. El proyecto de mostrar la conectividad de la obra pinaziana con la estética moderna se ha limitado a un diálogo con los propios fondos del museo -muy extensos y variados por otra parte-, sin que medie una publicación seria de por medio y recluido a una sala inapropiada para esta iniciativa. El IVAM, que últimamente confía buena parte de su oferta artística al espectáculo de montajes grandilocuentes, vengan o no a cuento, ha confinado la lectura de Pinazo con los contemporáneos a la sala de la muralla, cuyos bajos techos confinan la obra -con piezas realmente embutidas- y no permiten ninguna osadía compositiva.

Todo ello ha limitado sobremanera el ejercicio escenográfico del comisario de la muestra y gran especialista pinaziano, Javier Pérez Rojas, quien a pesar de las dificultades sale más que airoso del envite. La propuesta no trata de encontrar casualidades, lazos perdidos o influencias siquiera intuitivas tanto del lado de Pinazo como de los artistas que le sucedieron. No estamos tampoco ante una de esas pelmas exposiciones de diálogo entre antigüedades y moderneces, tan del gusto de hoy y de resultados tan ridículos como extemporáneos -salvo la muestra de Picasso en el Prado no he visto nunca ninguna mixtura de ese tipo con algo de interés.

Lo que le ocupa a Pérez Rojas es una tarea de rastreo de los lenguajes, los temas, las composiciones y las miradas de Pinazo -cuya extensa obra tanto en fondos públicos como privados conoce casi de memoria- en el territorio que le han acotado, el de la colección del IVAM, donde ha buscado reflejos y hasta contraposiciones. En unos casos la relación resulta evidente y en otras cogida por los pelos, pero en los más la osadía del comisario resulta sorprendente y hasta estelar, como en el arranque de la muestra, donde los monaguillos casi goyescos de Pinazo se recrean gozosamente junto al curioso ladrillo de Picasso -que no habíamos visto hasta la fecha- o un Torres García exquisito.

El pasillo del pequeño formato en la ida del recorrido de la exposición es particularmente suculento. El tratamiento de temas faunísticos, de tipos populares, mundos marinos y esbozos surrealistas se suceden de la mano de Pérez Siquier, las fotografías de Horacio Coppola, Barceló, Pancho Cossío o André Masson en diálogo y eco más que fructífero y didáctico con Pinazo Camarlench, un artista de mil caras y, por eso mismo, dado a un divertimento como el que nos depara esta exposición.

Hay encajes realmente sorprendentes que calibran el sentido del análisis estético de Pérez Rojas. De John Cage a Dubuffet, de Sonia Delaunay al delicado y maravilloso collage de Schwitters, Jacinta Gil o Ignacio Vicente, el empaste con Pinazo es sorprendente. Hacia el final la exposición desentona con las piezas de Soulages o Valdés que parecen perdidas y sin relación alguna, aunque, en cambio, alcanza su cénit con el vibrante encuentro de los difuminados de Pinazo con la obra más informalista de Tàpies, Saura o Vedova, incluso con Rauschenberg.

El resultado, finalmente, confirma la reivindicación de Ignacio Pinazo como punto de arranque, foco iniciático de la modernidad desde València, mirando al mundo y volviendo a considerar la espectacular colección que el IVAM, nuestro IVAM, atesoró en los primeros lustros de su nacimiento bajo la batuta técnica de Vicent Todolí.

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