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100 años rojos

Avalancha editorial para conmemorar el centenario de la Revolución Rusa

100 años rojos

El pasado martes, 7 de noviembre, se cumplieron exactamente 100 años de la llamada Revolución Rusa. Ese día en concreto tuvo lugar el famoso asalto al Palacio de Invierno de San Petersburgo que terminó por propiciar el acceso al poder de los bolcheviques liderados por Lenin. Aunque en la mitología revolucionaria se habla del mes de Octubre, lo bien cierto es que el desfase de trece días entre el calendario ruso de entonces -el juliano- y el occidental -gregoriano y que, posteriormente, fue adoptado por la URSS-, ha generado históricamente una cierta confusión en torno a las fechas revolucionarias. Quede claro, pues, que la Revolución ocurrió el 7 de noviembre, que era entonces el 25 de octubre para los rusos, y fue ese mismo día el que durante décadas conmeraron los soviéticos como la gran efeméride de la Revolución de Octubre así comúnmente llamada.

La cuestión revolucionaria, sin embargo, no vino de un día ni de dos. La Rusia zarista entró convulsa en el siglo xx y vivió serias convulsiones políticas y sociales durante ese periodo. Intelectuales y escritores llevaban décadas denunciando los excesos del régimen autocrático y el subdesarrollo del campesinado ruso. El joven Dostoievski, sin ir más lejos, abrazó la causa anarquista, y el mismo Tolstói clamó por la redención del sojuzgado pueblo ruso. Gógol, Gorki, Lérmontov o Turguénev son algunos de los grandes escritores rusos del xix que apuntan en sus novelas y relatos las pésimas condiciones de vida en la Rusia zarista. Y así, las agitaciones y convulsiones sociales se sucedieron hasta la revolución fallida y sangrienta de 1905, cuando se crearon por primera vez los sóviets.

La inestabilidad prosiguió hasta el mismo año de 1917, cuando en el mes de febrero estalla una nueva revuelta que provoca la abdicación del zar, sucediéndose un periodo de grandes sobresaltos: las jornadas de abril y las de julio, el golpe contrarevolucionario fracasado del general Kornílov, hasta los acontecimientos de octubre-noviembre, al parecer menos violentos y épicos de lo que se habían venido celebrando. Acontecimientos a los que sucedió una guerra civil entre «rojos» y «blancos», y lo que es más importante, una conmoción ideológica sin precedentes en el mundo moderno que ha condicionado buena parte de los aconteceres políticos -y algunos artísticos- durante la centuria siguiente.

Cien años después, Rusia mira para otro lado aunque no reniega totalmente de aquellas profundas transformaciones. Su nuevo líder, Vladimir Putin, declara que la Revolución ya no les concierne, pues se trata de un asunto de historiadores. Rusia celebra, eso sí, su victoria «comunista» en la Guerra Mundial como un episodio de autoafirmación nacional al tiempo que exhuma los restos de la familia Romanov y se pregunta a los ciudadanos si ha llegado ya el momento de dar cumplida sepultura a la momia de Lenin que sigue figurando como un reclamo turístico en la Plaza Roja de Moscú, del mismo modo que el buque Aurora se mantiene atracado en la ensenada de San Petersburgo, desde donde se alzó contra el gobierno moderado de Kérenski aquella tarde noche de noviembre de 1917.

No había, por lo tanto, mejor momento para la revisitación historiográfica de la Revolución Rusa que el presente centenario, lo que el lector constatará apenas de media vuelta por sus librerías de confianza, cuyos anaqueles se han colmado de títulos sobre aquellos avatares soviéticos. Curiosamente, las principales novedades provienen del ámbito de la historiografía anglosajona y, en concreto, de la norteamericana, un país todavía fascinado por quien fue su antagonista durante años. De hecho, el principal comercio para los objetos vintage de la Revolución tiene lugar en las grandes ciudades de los EEUU, en cuyos mercadillos uno puede adquirir cualquier gorro, casaca o insignia procedente de los turbulentos episodios revolucionarios.

No es de extrañar que sean historiadores americanos como Richard Pipes (ex-asesor de Reagan), Sean McMeekin (Berkeley, Yale), Rex A. Wade (Stanford, GMU), o Ewan Mawdsley (Glasgow), los que se han aventurado a proponer nuevos relatos sobre el advenimiento soviético, dando más o menos importancia a cuestiones políticas o sociales, incluso militares como en el caso de Mawdsley, y abarcando periodos cortos o distantes o más centrados en los acontecimientos del 17. Se puede elegir, por lo tanto, entre tantas novedades, rescatar incluso textos más clásicos como los del británico E.H. Carr o mucho más accesibles o divulgativos como los del español de éxito Juan Eslava Galán.

En cualquier caso, siempre se puede optar por otra forma de acercarse a la cuestión, a través, por ejemplo, de los testimonios directos de quienes vivieron presencialmente aquellos acontecimientos o los ulteriores de grandes consecuencias para tantas personas. Gracias al centenario se han editado también nuevas ediciones y compendios de clásicos sobre Rusia como el celebérrimo del periodista John Reed, pero también las opiniones sobre la Revolución de Bertrand Russell, las cartas del diplomático militar Jacques Sadoul o el relato del propio Trotski, así como los diarios posteriores de Walter Benjamin y hasta las impresiones de nuestro Vicente Blasco Ibáñez. Así pues, todo o casi todo se ha publicado o vuelto a publicar sobre aquellos acontecimientos que pusieron el mundo del revés.

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