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Entrevista

Antonio Praena: "Frente a tanta cultura de la imagen vacía es necesario volver a la inteligencia"

Antonio Praena: "Frente a tanta cultura de la imagen vacía es necesario volver a la inteligencia"

P ¿De dónde y desde cuándo le viene a usted la manía de hacer versos?

R Recuerdo que cuando murió mi abuelo llevaba en su cartera una hoja de papel con un poema que debí escribir con once o doce años y que él había conservado. Desde pequeño, en el colegio, me había atraído la literatura, los maestros cultivaron en mí el gusto por la lectura. En el bachiller seguí escribiendo versos y un profesor, Fernando de Villena, me dijo que con el tiempo escribiría un libro. Así que la relación es muy temprana, lo que ocurre es que hubo momentos de mi vida en que quedó aparcada porque me centré mucho más en el estudio y orienté mi vocación por otros derroteros, como el trabajo de compromiso personal y el voluntariado. La escritura volvió con fuerza al final de mis estudios universitarios en Salamanca, donde frecuenté una tertulia literaria en la que me enganché de nuevo a la poesía.

P Entre Humo verde, su primer libro, e Historia de un alma, su último poemario, se detectan notables variaciones de orden estilístico y conceptual ¿Cómo percibe usted la evolución de su voz poética?

R El primer librito no tenía nada que ver con lo que he hecho después. Siempre escribimos influenciados por aquello que leemos; la inspiración es inspirar el contexto y las lecturas, y en Humo verde había un pequeño aire surrealista y también de compromiso social porque surgió en el momento de la guerra de los Balcanes y nace a partir de las imágenes de esa guerra. Es un libro primerizo y cuando vuelvo a él me da un poco de vergüenza.

P Después vinieron Poemas para mi hermana y Actos de amor.

R El primero que menciona es un libro que va a las raíces, que está más pegado a la propia biografía y aparecen el pueblo, la tierra, la familia y se plantean preguntas muy esenciales antropológicamente hablando: la muerte, el amor, el sentido de la vida. Hay también ya una familiaridad con el ritmo y la estructura. Fue un paso importante, pero creo que cuando encuentro realmente mi voz y mi sitio es con Actos de amor, que ya cuenta con una forma bastante más trabajada, con un estilo, unas intuiciones y una aportación más peculiar de mi manera de ver el mundo. Además, ya aparece esa forma de integrar diferentes ámbitos: los clásicos, el mundo teológico y el mundo posmoderno, que es un rasgo que se mantendrá después. Obtuvo el premio José Hierro por unanimidad y es un libro al que tengo mucho cariño.

P Los dos siguientes, también premiados, Yo he querido ser grúa muchas veces e Historia de un alma, ¿siguen explorando y desarrollando esa misma veta?

R Bueno, digamos que en Yo he querido ser grúa€ ya estaba el calado temático del libro anterior pero formalmente es mucho más aéreo. Si hacemos una comparación con el ballet o la pintura sentía que tras un arduo entrenamiento podía hacer algo más libre, más suelto. Tienes el aire, el vuelo, pero lo enfocas de una manera más abierta y desenfadada. Aquí aparecen el canto por el canto, el gozo de vivir, la voz por la voz, la ebriedad, la experiencia de saltar del nido. En todos los poemas hay o nidos o pájaros o aviones o aire. Además, van cobrando más protagonismo los elementos del mundo contemporáneo relacionados con temas teológicos o sagrados.

P Esa última característica se acentúa en Historia de un alma, quizá su poemario más atrevido, original y compacto.

R Ese último libro pudo haber sido un auténtico desastre, e igual lo es porque el hecho de recibir premios no es garantía de nada, el tiempo es el que decide, pero era una apuesta bastante arriesgada. Hay poetas que están escribiendo siempre el mismo libro con el mismo tono y los mismos temas y mi forma de trabajar no es ni mejor ni peor, pero sí hay un abordaje diferente en cada libro. Si lo miras transversalmente encuentras una línea de continuidad, pero en Historia de un alma hay una ruptura muy brutal. Este es un libro social o político o moral porque aborda nuestro mundo sólo que desde un punto de vista diferente al de la poesía social española, donde, por lo demás, hay autores maravillosos como Celaya o Blas de Otero. De las reacciones que he escuchado lo que más me gusta es que digan que te obliga a cambiar tu relación con un libro de poemas y ese extrañamiento es lo que buscaba, algo que sí veía en otras artes y no encontraba en la poesía.

P Usted describe una realidad sórdida, pero sobre la que planea un sentido de la trascendencia muy concreto.

R Es un trabajo de inmersión en una historia, en un personaje, en unos ambientes tratando de que el poeta estuviera lo menos posible y fuera el lector el que con esa especie de retablo posmoderno se hiciese su propia idea. Respecto a la trascendencia, yo soy sacerdote católico y doy clases en una Facultad de Teología, pero mi punto de partida no se basa en una estructura de la religión, no son preguntas sobre otra vida que luego se resuelven apelando a un Dios, sino que ese punto de partida nace de la encarnación de un ser humano llamado Jesucristo y a partir de ahí comenzamos a conocer a Dios de una forma completamente diferente, una forma que nos dice que en el amor al ser humano y en el amor del ser humano está lo más genuino. En la medida en que nos sumergimos en la condición humana podemos conocer muchas cosas de Dios y eso se acaba notando en mi obra. La experiencia real y encarnada es el punto de partida, pero no soy un poeta nada místico.

P En el contexto de un ambiente poético que no suele caracterizarse precisamente por su fervor clerical el hecho de ser sacerdote, ¿le ha granjeado recelos, sospechas, desconfianzas, dificultades?

R Sí, sobre todo al principio, cuando la gente parte de unos pocos datos y va un poco prevenida. En cambio, cuando no han tenido ese dato previo el acceso ha sido mucho más fácil y, de hecho, me ha ocurrido que algunos se han sorprendido cuando han descubierto que era cura, pero sí, lo habitual es que existan prejuicios y me he topado con alguna dificultad. Sin embargo, lo curioso es que a mí me han tratado muy bien y han sido muy receptivos con mi obra poetas muy ateos e incluso anticlericales beligerantes; otros, por el contrario, no han sido receptivos. A veces me ha ocurrido la paradoja de sentirme en tierra de nadie porque también hay gente que esperaba que mi obra fuese más explícitamente religiosa.

P ¿Y en el medio religioso le ha generado algún problema su condición de poeta?

R Me lo ha generado, sobre todo al abordar ciertos temas relacionados con el sexo o las drogas, pero menos de lo que yo pensaba. La Iglesia ha caminado por un derrotero muy particular, muy suyo, muy metido en la Facultad de Teología, publicando en librerías religiosas, y no hay vínculo con el mundo de la cultura y muchas veces la cultura piensa que la Iglesia es toda como la Conferencia Episcopal. Creo que, al final, lo que importa es la libertad y pienso que en la situación actual hacen falta personas que estén por encima de los esquemas, de los bandos, de los colores.

P ¿Podría hablarnos de su proceso creativo?, ¿las musas le pillan trabajando o llegan cuando quieren?

R Las musas me pillan en los momentos más inesperados. Mi proceso de trabajo parte siempre del ritmo. Para mí la poesía es ritmo, no necesariamente entendido como una estructura clásica, pero sí partiendo siempre de una musicalidad y de un ritmo, de tal manera que cuando en determinados momentos un pensamiento, una imagen, una cita, una charla o una película despiertan mí atención por su extrañeza y encuentran acomodo en una forma rítmica, poética, es cuando nace el poema. A veces pueden ser dos o tres versos sencillos y a partir de ahí va surgiendo el resto. Es el patrón rítmico el que tira del resto del poema y eso a mí me ocurre cuando estoy inmerso en la realidad tal como es. La siguiente fase es la reescritura, que es donde se va decantando, se va cribando el poema.

P ¿Sabe cuándo está concluido el poema?

R La mayoría de las veces sí, porque hay un sentimiento de placer, de gozo, de trabajo cumplido que sólo tú lo percibes. Sin embargo, el poeta debe observarse a sí mismo como poeta y también llega un momento de comunicación con otros que ven cosas que tú no habías visto y que descubres en su mirada. En otras ocasiones, ante un poema, tienes que obligarte a decir: dalo por acabado. El poeta debe sospechar de sí mismo y verse desde fuera. Muchas veces sabes que hay un narcisismo y un perfeccionismo que pueden ser exacerbantes y tienes que decirte a ti mismo: acepta lo imperfecto.

P Juan Carlos Onetti dijo en una ocasión que Vargas Llosa estaba casado con la literatura, mientras que él mantenía una relación de amante. ¿Qué tipo de relación tiene usted con ella?

R No me siento casado con la literatura. Ojala estuviera casado porque eso me habría proporcionado esa disciplina que quizá me permitiría abordar algo que siempre he soñado y que es escribir una novela, pero no tengo esa relación. El poeta es mucho más anárquico y puede pasarse semanas sin escribir o estar tres horas para que le encajen tres versos. Tengo el deseo de escribir una novela, pero lo voy posponiendo.

P ¿Qué piensa de la actual eclosión de la poesía protagonizada por youtubers e instagramers a través de redes sociales, performances, jam-sessions poéticas y otros espectáculos diversos? ¿Cuánto hay de verdad artística y cuánto de postureo banal?

R Una de las características de nuestro tiempo es que todo el mundo quiere ser artista y la poesía es una forma fácil de parecer artista porque con unos cuantos versitos parece que has creado una obra de arte. Como en nuestra sociedad hay mucho autoengaño, también en la voluntad poética, en la realidad poética, hay mucho autoengaño y, sí, en ese sentido creo que hay mucho postureo. A eso se suma algo que también afecta a nuestro mundo y es que todos quieren ser famosos y un poeta puede sentir legítimamente la necesidad de ser conocido pero primero tiene que ser poeta y luego desarrollar su voluntad de ser conocido, de publicar y eso es bueno y necesario, pero respetando el orden: primero hay que tener algo que decir, luego decirlo bien y, finalmente, pretender que los demás lo lean, lo compren, lo escuchen y lo aplaudan. Sin embargo, está ocurriendo lo contrario y lo primero que encontramos es la voluntad de ser muy visible y estar omnipresente e incluso ser muy premiado. Hay una voluntad de fama que no siempre se corresponde con el compromiso, la seriedad, la autocrítica y la formación que todo arte requiere. Toda esa tendencia banal ha llegado a la poesía. Hemos de volver a ser críticos y frente a tanto sentimentalismo, frente a tanta cultura de la imagen vacía es necesario volver a la inteligencia.

P Las polémicas de género también han llegado al ruedo poético y determinadas voces femeninas han denunciado la discriminación histórica que habrían sufrido las mujeres en términos de reconocimiento literario por el hecho de serlo. ¿Coincide con esa apreciación?

R La buena literatura no es una cuestión de sexo, pero creo humildemente en la discriminación positiva y con ello quiero decir que en el ámbito de la literatura, como en otros ámbitos profesionales, artísticos o empresariales, las mujeres sí han sufrido una discriminación y es un acto de justicia reconocerlo. Hay voces maravillosas de mujeres que necesitan ser más leídas y para eso se necesita una voluntad inteligente y saber que es un paso necesario para conseguir la igualdad como en otros aspectos sociales. Esa voluntad de visibilizar es buena, pero sin confundir las cosas: lo ideal sería que en una antología resulte secundario el hecho de ser mujer, hombre, gay, lesbiana o heterosexual.

P Por último, mencione a tres poetas que hayan resultado fundamentales para usted.

R Luis Rosales es para mí una figura fundamental; reconocida pero quizá no suficientemente visibilizada. Vengo de Granada y, claro, allí Lorca lo ocupa todo, aunque para mí el más grande poeta granadino es Luis Rosales. En mí también ha influido mucho Juan Antonio González Iglesias y un tercero, si nos vamos a los clásicos, sería San Juan de la Cruz. Su aliento siempre ha estado muy presente.

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