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El amargo sabor de la violencia

Hay que tener mucho valor para novelar el conflicto vasco después del éxito arrollador de «Patria»

El amargo sabor de la violencia

Edurne Portela (Santurce 1974) inició su formación universitaria en la Universidad de Navarra y se doctoró en Literaturas Hispánicas por la estadounidense Universidad de Chapel Hill (Carolina del Norte). Entre 1999 y 2016 ejerció la docencia como profesora asociada, siendo directora de un Centro de Humanidades y gestionando iniciativas académicas en torno al estudio de la violencia y sus representaciones culturales.

20016 es también la fecha, tanto de su retorno a Madrid como la de publicación de su ensayo: El eco de los disparos. Cultura y memoria de la violencia, en el que aborda el tipo de sociedad resultante del «conflicto vasco» y lo que de ella —pasados cinco años del cese de la violencia anunciado por ETA— permanece latente, afectando la convivencia de víctimas y perpetradores. Un análisis desde la memoria íntima y una reflexión sobre el uso del cine y de la literatura como factores culturales inmersos en este proceso.

Mejor la ausencia es su primera novela que, publicada en 2017, ha alcanzado en poco más de una año, su sexta edición. Atribuyo en buena medida su temprano éxito a que narra de manera valiente, sincera y con lenguaje directo, a base de párrafos y frases cortas exentas de afectación y adornos verbales, los avatares de la familia Gorostiaga, inmersa en el asfixiante clima generado por la violencia terrorista desplegada a favor o en contra de un abertzalismo doctrinario y prepotente. Todo, en la novela, está visto y contado desde el cuerpo de Amaia, una niña que transita a la adolescencia y la juventud en este ambiente caótico.

Amaia será nuestra guía. Nos llevará a través de su soledad y una desafección indignada y más tarde hostil, a conocer la violencia machista de Amadeo, su padre, maltratador y confidente policial, de su madre Elvira, infeliz aunque acomodada e indiferente a la tragedia en la que viven sus hermanos y ella misma abocados a la marginación, la drogadicción y la muerte como es el caso de Anibal, el mayor, como lo es el de Kepa que abraza la rebeldía sin causa desde Jarrai y la kale borroca o el de Aitor que escoge la ausencia desde una fingida superioridad moral y, finalmente, el desarraigo y la huida de la propia Amaia. Sus lazos con la vida real, fuera de la familia, aparte de esporádicos (encuentros con Iker), son brutales, siendo objeto de agresión sexual por un grupo; pasaje que nos recuerda el tétrico asunto de «la manada». Pili, la criada de la familia y Rocío su compañera de clase y luego de redacción, en su fugaz paso por el periodismo, —un sueño profesional que no llegará a realizarse—, serán sus únicos contactos con la normalidad.

No estamos ante una novela autobiográfica, pese al paralelismo vital entre la protagonista de la novela y su autora pero si ante un diario íntimo del dolor, un vademécum de soledades y un catalogo de violencias compartidos; desde la violencia de género, sufrida en el nicho familiar, hasta la violencia política socialmente imperante, observadas desde ambas orillas del drama vasco. Con Mejor la ausencia Edurne Portela ahonda en las raíces del problema humano de una manera aparentemente sencilla pero muy eficaz. La naturalidad de los diálogos sorprende, consiguiendo el doble efecto de hacernos pensar en un lenguaje y una redacción sencillos, pero no es así. La elaboración es sutil y compleja y las técnicas requeridas para conseguirlo suponen estar en posesión de las claves de los problemas socio-familiares que afectan a Amaia y le llevan a emprender un cambio de rumbo. Y es que Amaia tampoco es inocente€

La novela hiere pese a parecer, en ocasiones, relativamente divertida o desenfadada por el uso de ciertos tópicos o clichés. Poco tiene que ver con la rampante banalidad de Ocho apellidos vascos, la película de Emilio Martínez-Lázaro, estrenada en 2014. La novela por el contrario es cruda y nos muestra los extremos de la conducta humana, desde un egoísmo y frialdad escasamente humanos hasta momentos de cierta calidez y hondura dramáticos. No he dicho porqué la novela es valiente. Lo es porque hay que tener mucho valor para llevarla adelante tras el éxito arrollador de Patria de Fernando Aramburu. Edurne Portela lo ha tenido. Dos buenas novelas que conviven juntas en nuestro escuálido panorama literário.

Si acaso un pero menor que me parece debo advertir. La intensidad lograda en la primera parte que abarca las peripecias de Amaia entre 1979 y 1992, baja en la segunda parte, que marca el regreso a partir del año 2009, afectada no tanto por la huida a un no lugar, que nos deja un misterioso vacío entre certezas presentidas. Es muy poco que objetar. Mejor la ausencia es todo un hallazgo.

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