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Las dos culturas

los seres humanos tenemos una irrefrenable tendencia al maniqueísmo, tal vez derivada de nuestra simetría anatómica. El ojo, la oreja, el brazo, la pierna, el riñón, el pulmón ? derechos y sus correspondientes en el lado izquierdo. Por supuesto, en los animales pasa lo mismo, solo que -suponemos- no son conscientes de ello y no les suscita reflexión alguna. Volviendo, pues, a nuestro mundo, parece que esta simetría dual es algo bueno porque cuando falla un miembro de la pareja siempre queda el otro. De ahí la precariedad biológica representada por el corazón o por la nariz. Cuando aquel se para, no hay una alternativa para seguir bombeando sangre; cuando esta se atrofia, nos quedamos sin sentido olfativo.

Llama la atención que los productos mentales del cerebro -que, por cierto, también consta de dos hemisferios- se presenten emparejados igualmente, solo que aquí la dualidad se concibe como una oposición irreductible. En el límite, el mito del Dr. Jekyll y de Mr. Hyde (o su versión religiosa ángel-demonio), concibe el asunto como un caso de oposición de contradictorios, que diría Aristóteles, o sea que uno es bueno, buenísimo, y el otro representa su negación, es malo, malísimo. En zonas más templadas del espectro los dos términos son simplemente contrarios, como quien dice frío frente a calor o blanco frente a negro. Naturalmente, mientras que no existen los ángeles-demonios, puede haber un clima templado que no sea ni frío ni caliente o un color gris que combine el blanco con el negro. Por desgracia, mientras que aceptamos la colaboración, a menudo obligada, de los órganos físicos contrarios, nos cuesta aceptar que los conceptos mentales contrarios puedan coexistir. Comemos con el tenedor en una mano y el cuchillo en la otra, conducimos con una mano en el volante y otra en la palanca del embrague; en cambio, la cooperación de contrarios mentales nos solivianta. ¿Cómo es posible que te plantees ser a la ver de izquierdas y de derechas? ¿Cómo puedes estudiar Letras e interesarte al mismo tiempo por las Ciencias y viceversa? ¿Cómo se puede ser hincha del Madrid y del Barça? De ahí lo incómodo que resulta en este país declararse moderado en política, practicar lo que ahora se llama consiliencia (que viene a ser una manera de parecerse a Leonardo, el cual tan pronto pintaba como proyectaba ingenios mecánicos) o simplemente ser aficionado al buen fútbol, venga de donde venga.

Esta intolerancia para con el otro (y si es otra, peor todavía), este maniqueísmo radical, ha infectado de lleno la cultura valenciana y la ha sumido en la inoperancia. No es cosa de hoy, pero parecíamos haber superado nuestras actitudes intolerantes y, sin embargo, constatamos atónitos cómo están reverdeciendo. Por un lado, empieza a existir un abismo insondable entre las dos culturas lingüísticas que han conformado la comunidad desde sus orígenes: los que niegan el pan y la sal a alguna de ellas han vuelto a las andadas, en esta legislatura y en la anterior, pues los fanáticos abundan en uno y otro bando. Por otro lado, el contraste entre el interior y la costa se agudiza en la medida en que aquel envejece y se despuebla mientras que esta ve cómo el disparate de la urbanización desmedida arrambla con los últimos espacios sin edificar junto al mar. Finalmente, desde que se hundió la clase media, las diferencias sociales no han hecho más que agrandarse y tenemos el dudoso privilegio de albergar barrios dormitorio con las rentas más bajas de España a escasos kilómetros de urbanizaciones exclusivas para millonarios.

¿Cultura valenciana? De repente, ante la inminencia de unas elecciones, el espejismo de que las cosas van bien -así lo asegura el gobierno- y de que todavía pueden ir mejor -según proclama la oposición- pretende encandilar a los votantes. No lo crean. Aunque llovieran millones del cielo -de Madrid, desde luego, no- seguiríamos postrados. Porque el problema lo tenemos nosotros. Y es que de donde no hay, no se puede sacar.

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