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Disyunciones y copulaciones

en un célebre texto de Otras inquisiciones, Borges enunciaba a su manera la tesis de Coleridge, según la cual todos nacemos aristotélicos o platónicos.

La verdad es que me chiflan las generalizaciones disyuntivas (por llamarlas de alguna forma). Esto o lo otro. Aquello o lo de más allá. Conmigo o contra mí. El día o la noche. Los Beatles o los Rolling. Carne o pescado. Izquierdas o derechas. Con azúcar o sin. La conjunción o es una benefactora universal del conocimiento humano, porque simplifica los asuntos de la realidad hasta proporcionarnos, en cada caso, un cincuenta por ciento de posibilidades de acertar en nuestras decisiones, que no es poco. La conjunción o es la moneda al aire dentro del sistema gramatical: cara o cruz.

Me fascinan las disyunciones: uno se adscribe a un bando, y ya se puede tumbar a la bartola, a esperar que la estadística le dé la razón al cabo de un tiempo. Nómada o sedentario. A oscuras o con las luces encendidas. Con lengua o sin lengua. Con sal o sin sal. Bebedor o abstemio. Apocalípticos o integrados. En tu casa o en la mía.

Mi aportación de hoy mismo al repertorio filosófico de la disyunción es la siguiente: Todos los hombres nacen hímnicos o elegíacos. Es decir, celebran los dones del mundo o se lamentan por tener que perderlos en el tiempo.

Ahora bien, la verdad es que tengo la impresión de que la mayoría de nosotros somos disyuntivos aleatorios, disyuntivos inconstantes, disyuntivos convenietas.

Hay días en que amanezco platónico, y al cabo de dos tostadas con aceite de oliva ya me he vuelto aristotélico. Algunas mañanas me levanto tan nómada y viajero como los personajes viajeros y nómadas de Julio Verne, y veinte minutos después ya me he vuelto partidario furibundo del estatismo físico, y defiendo a machamartillo que no hay nada que encontrar a un kilómetro de distancia del domicilio propio.

Durante algunos meses me declaro cientifista a rajatabla, y solo leo ensayos que contengan fórmulas matemáticas y físicas que no entiendo (pero que me garantizan la impresión de estar acercándome a las respuestas últimas), y en cuanto cambia el clima y hace calor me cambio de chaqueta, y me visto de humanista lírico que sólo hace caso a los vaivenes sentimentales de su temperamento.

Esta mañana, en la ducha he tomado la decisión de escribir un artículo de naturaleza elegíaca, con su poco de llanto contenido, con su pizca de sic transit gloria mundi, con su espolvoreo de melancolía subliminal, algo que pusiera un nudo en la garganta a las almas sensibles; pero ahora, ante el teclado, me están entrando una tremendas ganas hímnicas.

A lo mejor es que tengo el hematocrito anímico un poco bajo, y trato de elevármelo con la administración de odas, que tienen un alto contenido de hierro poético.

O a lo mejor (he aquí la disyunción definitiva) se trata de que no doy el tipo de disyuntivio cabal, sino que soy, un falso disyuntivo, un disyuntivo revisionista, un traidor a la causa de las disyunciones. Esto es: un disyuntivo copulativo.

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