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Veroficción, el fraude virtuoso

«La competencia de lo falso» es una versión mitigada de la tesis doctoral del profesor Marzo que recorre las prácticas del «fake» en la historia del arte, la comunicación y la literatura

Veroficción, el fraude virtuoso

Tradicionalmente ha estado operando el falsificador de obras de arte -figura profesional y discreta, movida por un comprensible deseo de ganarse la vida, y que se ha aprovechado, sin enjuiciarlos, de la codicia o la vanidad hortera de cierto tipo de público.

Sobre este asunto, aunque desde un punto de vista bien distinto, se ha ocupado Jorge Luis Marzo (Barcelona, 1964) que es comisario de exposiciones, doctor en Estudios culturales y profesor de Iconografía y Comunicación en BAU (Centro Universitario de Diseño de Barcelona). Entre sus trabajos más recientes mencionaremos: «Espectros» (2017) «Fake. No es verdad, no es mentira» (2016, que presentó en el IVAM), «Arte en España» (2015), «Ideas, prácticas, políticas» (Cátedra, 2015, colaboración con Patricia Mayayo)

La competencia de lo falso es una versión mitigada de la tesis doctoral del profesor Marzo. Introduce el concepto de veroficción. ¿Qué es veroficción? «Técnica lingüística utilizada por artistas y activistas que se sirven de artificios de apariencia para infiltrarse en contextos determinados a fin de operar en ellos sin revelar su identidad ni su objetivo ulterior, los cuales se desvelan al final del proceso, exponiendo mediante el cortocircuito generado por el engaño la condición de los mecanismos sociales habituales en la construcción de sentido».

Veroficción es pues la aclimación hispana del concepto ampliamente extendida de Fake (fraude).

Marzo efectúa un profuso recorrido por las prácticas del fake en la historia del arte, la comunicación y la literatura. Desde los proyectos sucesivos de Joan Fontcuberta -autor del prólogo del libro- hasta la obra Jusep Torres Campalans de Max Aub, pasando por la legendaria emisión radiofónica del joven Orson Welles sobre la llegada de platillos volantes en las ciudades de Estados Unidos, así como el amplio universo de heterónimos literarios, con ejemplos tan insignes como los de Fernando Pessoa o de Antonio Machado.

El creciente problema que se plantea desde hace años, según el profesor Marzo es que «ciertas formas de enunciar determinan veracidad y objetividad; otras determinan subjetividad y arbitrariedad. La academia, el periodismo, la ciencia, la administración, hacen uso de las primeras. La ficción y el arte han estado tradicionalmente adscritas a las segundas. No obstante, hemos podido constatar que las líneas divisorias nunca fueron tan límpidas históricamente como se pretendía. (€) Aunque las contaminaciones siempre se produjeron, acaso porque los mecanismos de veridicción no eran tan incólumes, la verdad y la ficción vivieron siempre en barrios separados. Eso se acabó».

El artista de progenie conceptual busca la repolitización de la mirada para cuestionar la administración «natural» de la imagen del mundo. Readaptando la concepción de Wttgenstein, Gombrich observaba que «las imágenes son el uso que de ellas hacemos». Los artistas fabricantes de fakes realizan un trabajo de zapa. Programa doctrinal sintetizado Joan Fontcuberta: «Ya no se trata tanto de producir obras como de prescribir sentidos».

Retomando los ilustres lugares comunes de los Estudios Culturales, la Teoría Critica, las modalidades académicas de marxismo espiritual -construcción social de sujeto, creciente poder de los márgenes, guerrillas semióticas...-., el profesor Marzo observa que la veroficción tiene casi siempre una naturaleza política, aspecto éste que ha contribuido a su utilización por parte del activismo contemporáneo. Y postula: «Una parte importante del futuro de una práctica crítica y poética, a la vez que funcional, del arte pasa por embozarse como lo haría un maleante a fin de infiltrar su bomba de relojería. Ello exige invisibilización».

Y a continuación afirma: «una parte importantísima del pensamiento contemporáneo más crítico se ha estado preguntando con recurrencia si la verdad (su régimen de usufructo que la autoridad se otorga) no ha sido precisamente el argumento más poderoso para impedir un debate colectivo sobre la bondad, sobre la alegría de vivir en común y sobre las posibilidades de un diálogo social realmente plural. Para algunos, no hay bondad alguna en la verdad, sino relatos morales; para otras, solo es bueno lo cierto. Unos sostienen que es en lo improbable en donde acaso podemos construir vínculos comunes».

Frente a la pureza loca de la ficción - excéntrica mansión de la verdad- se propone -mediante la denominada veroficción- el fraude virtuoso, el dolo salvífico, una bienhechora prescripción razonablemente autoritaria.

La ficción más pura y silvestre vive ajena a los poderes del progresismo sansulpiciano (como la catequesis de la veroficción) y a los poderes mayoritarios, polimorfos o perversos. Una potente ficción pura va siempre a su aire. Por eso inquieta tanto -y tratan de adiestrarla- a un tipo de poder como a otro.

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