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Dietario semanal de lo cotidiano

Dietario semanal de lo cotidiano

Juan José Millás nacido en València en 1946 es un periodista portentoso, un columnista único que se propuso acabar con el columnísmo, «que no es lo mismo que acabar con el comunismo» dijo en la presentación de su libro La vida a ratos en València, al conseguir firmar la columna perfecta y, creo, que eso lo consiguió hace tiempo. Siguen publicándose columnas pero ya no existe el columnísmo perfecto, un género que nació y ha muerto asesinado (es una broma creíble) por el propio Millás.

Al calor de sus magistrales columnas y las vivencias cotidianas que incorpora a las mismas surgen sus insólitas novelas. Ahora bien, ¿qué es La vida a ratos? Millás nos dijo que no lo sabía hasta que después de varias entrevistas de prensa, programadas por su editorial, supo que era una novela. Y así es como se ha promocionado y vendido. Dada la amplitud con la que se trata este género literario me uno democráticamente a la corriente general para considerar que este dietario personal, esta vivencia de permanente acumulación de Juan José Millás, que avanza devorando semanas, es una novela contemporánea. Y desde luego de las mejores.

Millás es divertido, sugerente, procaz; capaz de entretener, confundir e incluso anular, si se lo propone, la voluntad de sus seguidores y lectores. Me atrevo a decir que Juan José Millás en un país lleno de humoristas de medio pelo podría ganarse la vida como el brillante monologuista que es. El monólogo es una de sus armas de destrucción masiva. Y lo es porque el Juan José Millás oral destruye el aburrimiento y la sosería habituales de los guionistas que para explicarse recitan una lección o intentan, sin éxito, la fábula moral.

Otra cosa es el Millás novelista tan capaz de deleitarnos y conmovernos como de generar dudas sobre cómo terminar felizmente la lectura de algunos de sus libros. No es el caso de La vida a ratos que, a los ingredientes citados más arriba, se les une la invitación al lector a no abandonar la risa que brota cada página y media (como mínimo), añadiendo el sorprendente factor de mantener la unidad temporal en las acciones que se suceden semana tras semana en la vida de un personaje llamado también Juan José Millás. Protagonista y narrador del relato se confunden tanto para orientar como para confundir al lector que llega a envidiar las numerosas opciones de las que dispone el propio Millás para entrar en la más profunda neurosis o en la más aguda de las depresiones: su psicoanalista, sus clases de «escritura creativa» o sus inacabables viajes en el metro de Madrid.

La acción lleva al propio Millás a la reflexión. Una reflexión que surge al conjuro de las ocurrencias y bromas continuas que se suceden a lo largo de este semanario. Veamos: en la semana dieciséis y en el taller de escritura creativa, una alumna deja caer en el suelo un envoltorio que contiene un diente pequeño. Surge, ¡como no! la historia manida del ratoncito Pérez y la discusión sobre por qué el ratoncito compra dientes a cambio de dinero. Como lo dice el cuento a todos les parece normal; aceptan la lógica de este despropósito. Millás escribe al respecto: «€ al poco todos estamos asombrados de que los niños se crean una historia tan rara: que un ratoncito llega por la noche hasta su almohada, se lleva el diente que se le acaba de caer y les deja un euro para compensarlos de la pérdida. ¿Es o no es extraordinario?»; o cuando a propósito del registro de una marca de sardinas en aceite llamada Ana Frank se plantea si sería aceptable o parecería un disparate. Estamos en la semana cuatro y es jueves, y Millás escribe: «Hubo una época en la que corríamos como locos hacía la actualidad. (€) Hoy es la actualidad la que corre hacía nosotros y con muy malas intenciones€».

En la lectura de La vida a ratos, por la dualidad del propio Juan José Millás que abarca tanto al sujeto como al predicado literarios, realidad y ficción se mezclan sin un aparente propósito unidos por el contenedor de forma humana pero separados por un contenido las más de las veces surreal o estrambótico. Entramos en una especie de «punto ciego» a lo Javier Cercas, es decir, en el momento clave de la creación literaria; en una funambulesca historia sin fin. No sabemos si lo que debemos hacer es empalmar la última palabra con la primera e iniciar de nuevo la lectura de la novela o perdernos definitivamente en cualquiera de sus páginas. ¡Léanla!

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