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Un texto y edición singulares: Diccionario histórico y crítico

La voluminosa producción de Pierre Bayle, parte de la cual vio la luz póstumamente, es un monumento contra el fanatismo

Un texto y edición singulares: Diccionario histórico y crítico

En muy señaladas ocasiones un lector, admirador de la imprenta, tiene la oportunidad de sorprenderse al abrir un libro. El bolsillo en sus diversos formatos se ha apoderado de la edición, acuciada por el deseo de subsistir y, por tanto, por el logro del menor coste. Los textos se componen «dejando caer» el archivo dentro de una maqueta; incluso en las publicaciones científicas se adapta el sistema de citas para que desaparezca la organización de los espacios de la página. Todos cuantos consulten la siguiente referencia, juzgarán sorprendente la distribución de los espacios de la página y se habrán de cuestionar las razones de esa organización de espacios y tipos. Hablo del formato de Pierre Bayle, Diccionario histórico y crítico (A- AFRO), KRK Ediciones, Oviedo 2012.

La edición del primer volumen ya fue distinguida con la subvención del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte; en su día estimé que ninguna ayuda sería más merecida considerada la autoría, Pierre Bayle, el título, Dictionnaire historique et critique (5ª edición, Ámsterdam 1740) y quien acogía el cuidado de esa firma y ese título, KRK Ediciones y un cualificado equipo de profesionales de las humanidades. Todos deben ser citados porque el trabajo realizado hasta ahora es excelente considerando la dureza sintáctica de Bayle y la fluidez lograda al primar los modos y formas del castellano. Me refiero a Juan Angel Canal (coordinador de la edición), a Lucía Rodríguez-Noriega (revisora de los textos griegos ) y los traductores: Marceliano Acevedo, Julián Arroyo, Tomás Guillén, José Francisco Noval, Isabel Pardo, Santiago Recio, Anunciación Sánchez, Juan Supiot , Nelia Rosa Vellisca y Carlos Viloria.

Al asumir la edición completa de esta obra no solo quedan desvirtuadas todas las ediciones en castellano, sino que se está haciendo realidad que nuestra cultura y lengua hagan justicia a un pensador que consagró su vida a darnos cuenta del día a día de nuestra transformación cultural en el seno de una Europa atormentada y a valorar la incidencia en los debates generados por las principales obras publicadas en su época; Bayle fue tan sensible a todo cambio y valoración en la dirección del saber, en la selección de las argumentaciones, que nadie que trabaje sobre los siglos XVII y XVIII puede dejar de lado la consulta de sus escritos. A dar cuenta de este movimiento intelectual de renovación del estado de las ciencias y las artes estuvo dedicado El Diccionario histórico y crítico así como su gaceta literario-cultural, Las Noticias de la República de las Letras (1684-1687).

Verdad es que los meses de silencio que siguieron a la difusión del primer volumen generaron en mí una duda acerca de la continuidad de este proyecto. Solo la magnitud del proyecto alentaba esa duda; me parecía una tarea imposible. Hoy cuando ya tengo sobre mi mesa el segundo volumen y he tenido noticia del avanzado estado de importantes secciones del texto, la duda se disuelve para dar paso a una cierta ansiedad: al deseo de poder consultar cualquiera de las 2.100 entradas que integran los 20 volúmenes de esta edición. Entradas que atienden todas las conformaciones culturales mantenidas o generadas en nuestras sociedades, sensibles a la entrada Abraham como a la de Abderramán, la de Alkindi, Agustín o Abelardo. Al hacerlo, no solo presenta su personal juicio sobre las distintas entradas y elabora un texto principal, sino que revisa y valora las publicaciones asociadas a la voz principal, haciendo una justicia sin piedad. Y el impresor ajusta los tipos y la distribución de los textos a la distinta función que éstos cumplen en cada voz. Por supuesto, las entradas principales hacen honor al título (Diccionario histórico) como lo hace el espacio dedicado al análisis de fuentes (Diccionario crítico).

«¡Quién no hubiera deseado tener un Bayle al precio que fuera!». Diderot, dando cuenta de este deseo que estimaba participado universalmente, reconocía en sus desarrollos una clara coincidencia de objetivos con La Enciclopedia tanto en la formulación de los principios que permiten organizar los artículos, como en la aplicación de los criterios. El lector que hoy desee apercibirse de esta comunidad solo debe, por ejemplo, leer la entrada ANABAPTISTAS. En este como en otros casos no solo se pone de relieve una documentación ejemplar, necesaria para construir una posición o debatir con otras, sino que se muestra un redactor «insobornablemente independiente en su propósito de iluminar e ilustrar al hombre» (J. Canal). Para ello no se duda en hacer una valoración de una fuente, v.gr. la radiografía de Moréri se hace con solo decir que «con tal de difamar a los herejes, todo le servía». De igual modo y en el ámbito de los principios se afirma que, por ejemplo, «no puede ser una ley natural, porque la naturaleza no obliga a nada imposible» o se enjuicia a todo un grupo de opinión al afirmar que «las leyes penales son el último recurso de los teólogos». Todos y cada uno de estos elementos que permiten organizar la información que recoge la entrada, advierten de la línea en la que debe desarrollarse la cultura y la organización social que ha de superar los antagonismos que asolaron aquella Europa, transida de conflictos y tan necesitada de la ética que marcó la modernidad y fue formulada en El Discurso del método.

En las lecciones con las que en su día instruía a mis alumnos acerca de los distintos tipos de libros y de la relación que esos libros mantenían con los distintos productos de la cultura, siempre resultaba necesario para un investigador en formación proceder a recuperar el valor documental de los diccionarios y enciclopedias, cuya diversidad a su vez servía a causas muy diversas. Esta recuperación se daba en un contexto que no ha cesado de referirse negativamente al enciclopedismo. Identificados los diccionarios y enciclopedias que pueden facilitarnos los principios y documentos básicos para mostrar cómo ha sido enjuiciado un autor, un sistema o un acontecimiento, por un grupo de pensadores ya era posible articular sobre textos concretos prácticas que daban buena muestra de la historicidad del conocimiento. Una de ellas pasaba por recoger testimonios sobre figuras de la patrística o escolástica y, en tal caso, la remisión a Bayle era obligada. La entrada dedicada a Agustín era todo un ejemplo. ¿Qué es de admirar en esta entrada? Tres aspectos fundamentales: 1) los datos con valor biográfico son tomados de Las Confesiones y se refutan otras fuentes, v.gr. León Allaci quien atribuía a Agustín que a las edad de 12 años había estudiado y comprendido los libros lógicos de Aristóteles; 2) dedicar el segundo cuerpo de texto (notas) a desmontar diversas opiniones sostenidas por uno u otro sector de la tradición; 3) participar de las polémicas en las que se veía inmerso en aquella actualidad («San Agustín y Jansenio son una misma cosa»); 4) marcar las contradicciones en que se incurría al difundir una determinada imagen de Agustín: «no se puede ver sin indignación cómo el tribunal de Roma se jacta de haber condenado a Jansenio mientras preservaba la gloria de San Agustín». Claro está que todos hemos de recordar que Jansenio publica su polémico texto bajo Augustinus.

La pequeña historia que hizo posible este Diccionario bien merecería un amplia mención. Pero no me cabe abusar de Posdata.

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