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En tránsito Involución

La obra de María Gómez puede recordar a los grandes maestros de la escultura del pasado, pero ella se nutre de la identidad propia e inconfundible del expresionismo

En tránsito Involución

Son escasas las ocasiones en las cuales la obra de arte amén de expresar las motivaciones para o por la que fue concebida encuentra circunstancias aledañas contextuales que potencien su lectura, como no fueren destinadas a un efecto emblemático. Pero este es el caso de la muestra escultórica que María Gómez exhibe en el Cubo del MuVIM en el que la asociación entre huésped y anfitrión, lejos de ser antojadiza, resulta casi literal.

María Gómez, artista estudiosa de la anamorfosis, es decir en las cualidades de las experiencias de la perspectiva, presenta aquí un conjunto escultórico de corte expresionista en el que la figura humana lejos de ser icónica manifiesta un proceso de transformación, aspecto tan evidente en la asimilación de sus rostros a la estética de la máscara mortuoria que captura instantes expresivos, como en la exploración dinámica de los puntos de vista de sus anatomías. Su obra, de modelado exclusivamente manual y materiales mixtos naturales y sintéticos, alegoriza sobre la condición humana al desnudo, es decir despojada de los atavíos, los ropajes y las extensiones instrumentales que la caracterizan y justifican socialmente para someterse vulnerable al escrutinio público. Con una factura gestual destacable que no se priva de cánones de la tradición escultórica ni de herencias primitivistas, la artista crea un repertorio tipológico de estados de transitoriedad registrados entre el ensimismamiento alienado y la angustia existencial, cual entidades vacías e inconclusas a la espera de un contenido motor de sentido.

Dispuestas en el escaparate frontal del museo y en El Cubo exterior (un efectivo contrapunto traslúcido al severo hermetismo del edificio) las singulares y enfáticas esculturas de Gómez plantean diversas cuestiones relativas a la identidad y los roles que dirigidas a los transeúntes son extrapolables -invariablemente- a la actualmente desnuda institución que las cobija en su ya extensa indefinición. Y es que el MuVIM se ha despojado de contenidos y cerrado sus puertas para acometer reformas tras un aciago último período en el que se ha sumado a la desaparición de su popular cafetería y su premiada librería, el cuestionamiento de las asociaciones de artistas visuales (AVVAC) y de los críticos de arte (AVCA) a propósito de la designación de su actual director.

Con todo, la institución ha estado en entredicho desde sus orígenes como ambiguo «museo de ideas» y salvando el prestigiado período bajo la dirección del renunciado Román de la Calle enfocado en la expresión gráfica (2004-2010), su periplo de dieciocho años ha sido de vaivenes y un continuo ejercicio de adaptación más propio de un superviviente que de una institución. Aunque las comparaciones sean odiosas y el arte sea más largo que la vida prodigiosamente siempre acaba poniendo en evidencia a la realidad.

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