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Metamorfosis de Philippe Lançon

«El colgajo» es una intensa crónica sobre la fragilidad humana y la capacidad de resistir el dolor

Metamorfosis de Philippe Lançon

Siete días después del ataque yihadista a la revista satírica francesa Charlie Hebdo, el periodista Philippe Lançon, uno de los supervivientes, escribió en el diario Liberation: «De momento solo me quedan tres dedos que salen de las vendas, una mandíbula cubierta con un apósito y unos pocos minutos de energía -más allá de los cuales mi tique ya no es válido- para expresaros todo mi afecto y agradeceros vuestro apoyo y amistad. Solo quería decir esto: si hay algo que este atentado me ha recordado, cuando no enseñado, es por qué ejerzo este oficio en estos dos periódicos: por espíritu de libertad por gusto de manifestarla, a través de la información o de la caricatura, en buena compañía y de todas las formas posibles, incluso cuando no son acertadas, sin que sea necesario juzgarlas». Por primera vez sabía el texto de memoria antes de ponerse a teclearlo, cuenta en El colgajo, la angustiosa y extraordinaria crónica de sus pasos después del terrible atentado.

Lançon recibió un disparo en la cara y fue dado por muerto durante el 7 de enero de 2015 en París. Un capítulo de este libro, las primeras cien páginas, está dedicado al ataque en el que murieron doce personas y once resultaron heridas. El resto, más de trescientas, se basa principalmente en la reconstrucción de la cara y de la vida de Lançon. El autor se compara con los gueules cassées de la Primera Guerra Mundial, cuando la cirugía facial reconstructiva se convirtió en una preocupación médica importante. Gran parte de la narrativa opera en la rutina diaria y los procedimientos médicos en los hospitales parisinos. Inicialmente el autor de El colgajo, que se refiere al cuerpo hecho trizas, permaneció en un ala hospitalaria reservada para víctimas de traumas físicos graves.

A diferencia de la mayoría de los pacientes, lo mantienen bajo protección policial, una decisión administrativa que el autor fuertemente vendado, conducido por los pasillos y jardines del centro sanitario, no deja de contemplar como una ironía. Del mismo modo que reflexiona sobre las muertes que sobrevivieron a sus lecturas de juventud: la de Coupeau, en La taberna, de Zola; la del padre Thibault, en Los Thibault, de Martin du Gard, y la del abuela del narrador de En busca del tiempo perdido. Aviva con dignidad deliberada el recuerdo literario para sentir la magnitud del dolor, consciente de la diferencia que otros perciben. De ese modo, describe las reacciones de familiares y amigos cuando ven por primera vez lo que queda de la parte inferior de su rostro y cómo evoluciona en el transcurso de dieciséis cirugías. Únicamente de esa manera acepta la humillación, se prepara para asumir una nueva existencia y valora como es debido hacer las cosas simples que antes le resultaban naturales: hablar y comer. Volver a la vida normal y a su apartamento parisino se convierte en un desafío alejado de la seguridad familiar que le ofrece el hospital. La lectura en este sentido es aleccionadora, advirtiendo en todo momento de la fragilidad humana y de la capacidad de resistencia. Lançon, también al contrario que otros que sobrevivieron a la masacre de Charlie Hebdo, no se siente culpable por haber conservado la vida, intenta extraer de ello conclusiones positivas.

El enfoque, claro y directo la mayoría de las veces, se pierde otras en las digresiones algo proustianas del francés culto que no quiere dejar escapar el momento para presumir del caudal de conocimientos adquiridos, tanto en las retrospectivas como en la reflexión que le acompaña tras las heridas. Las viejas relaciones, las amistades que se entrecruzan en el relato, contribuirán a que poco a poco se vaya forjando la nueva personalidad del hombre desfigurado.

La lucidez que lo ata al dolor le permite, además, ser insistente en la gratitud hacia los que han actuado con él como ángeles de la guarda, los agentes de policía y la cirugía que le está ayudando a recomponer su maltrecha imagen facial. La mandíbula destrozada por el disparo se la reparan con el peroné de su pierna derecha. El sufrimiento y los temores ante lo que se puede encontrar en el futuro que le aguarda no le impiden que vaya abriendo ventanas de esperanza. Del hombre que ha dejado de existir nace otro y se pregunta por el tiempo que tardamos en saber que la muerte ha llegado, cuando no se la espera.

En El colgajo, Lançon se explica por medio de una alteridad vivida en su propia piel y da paso a un nuevo yo, puesto que el otro ha sido pulverizado por una danza macabra que no acierta a entender. Unos días después del ataque reanuda de inmediato la escritura para protestar, pero también para aceptar su metamorfosis brutal e irreversible, que empieza a rastrear en las cartas de Kafka a Milena para hallar asimismo respuestas y consuelo en la gran literatura.

El héroe de Voyage autour de ma chambre, de Xavier de Maistre, lo acompaña durante 42 días en el hospital, y la reflexión pascaliana de que todos las miserias de los hombres provienen de no saber descansar en una habitación le ayuda a sobreponerse. En cambio, él parece encontrase aliviado entre cuatro paredes, sin televisión ni teléfono, protegido, bajo la vigilancia continua de la Policía.

Es precisamente el entrenamiento que necesita para reincorporar a la vida al nuevo ser surgido de la metamorfosis. No se considera prisionero ni enfermo, sino una víctima, que quiere quedarse en sus hospitales el mayor tiempo posible. Admite que lo protegieron y salvaron de un mal que tenía grandes dificultades para comprender y que a partir de ahora solo entenderá a través de la escritura, algo que equivale a volver a trenzar los hilos de su herida como si se tratara de extender un trauma colectivo a su cuerpo. De ahí se pueden extraer algunas lecciones como, por ejemplo, la de no ceder a la ira y tampoco obsesionarse por un tipo de destrucción de la que resulta prácticamente imposible escapar.

Las idas y venidas a los quirófanos, la tenacidad de los médicos para recomponer el cuerpo enfermo, le hacen pensar que el fracaso absoluto no existe. Incluso brota el sentido del humor cuando se ve a sí mismo como un arlequín diseñado por Picasso. Alguien le manda un texto sobre el dolor, en el que Nietzsche explica que en él existe tanta sabiduría como en el placer. Pero para compensar uno y otro recibe la visita de Gabriel, un amigo violinista, que va al lecho del hospital a interpretar la Chaconne, de Bach. El cirujano de guardia es avisado y acude a escuchar la partitura desplegada sobre la cama. «No hay nada más físico que el violín. Su cuerpo parece sufrir toda la belleza que prodiga. Bach resuena de un modo casi salvaje en el silencio de la habitación y del servicio». No son las únicas cuerdas que rechinan, otras lo hacen de un modo tristemente conmovedor tras la lectura de cada párrafo. El colgajo, lastrado por algunas divagaciones que le pesan, es un libro de una intensidad excepcional.

Corneille escribió que cada hombre vive su noche. La de Philippe Lançon, que empezó un 7 de enero de 2015, termina en noviembre de ese mismo año cuando despierta en Nueva York al informarle un compañero de Liberation del nuevo ataque en Bataclan. Entonces todo comienza otra vez. Es, como él mismo escribe, el hipo sangriento de la Historia y de su propia vida.

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