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La cuadratura del círculo

Seguro que alguna vez han usado la expresión cuadratura del círculo para referirse a algo considerado imposible. También es probable que de niños hayan intentado resolver el reto geométrico consistente en construir con regla y compás un círculo y un cuadrado de áreas equivalentes. Y hasta puede que, durante este año leonardesco que está a punto de terminar, hayan recordado cómo el artista y científico de Vinci estuvo obsesionado por resolver el enigma y nos dejó un conocido dibujo en el que la estructura abierta del círculo pelea con la clausura del cuadrado que lo aprisiona. El de la cuadratura del círculo siempre me pareció un problema misterioso que rebasaba claramente los dominios de las matemáticas. Al fin y al cabo su solución pasa por embridar el número pi (?), algo que, como sabemos, resulta irrealizable porque es un número trascendente. Y aunque el término «trascendente» tiene un sentido matemático muy aburrido -número complejo que no es raíz de ninguna ecuación algebraica-, por supuesto que los locos de pi lo tomamos en sentido filosófico, al estilo kantiano, como forma a priori del conocimiento, del estilo del espacio, del tiempo o de las categorías lógicas.

La literatura tiene bastante de trascendente, consiste en una serie de textos que trascienden, esto es, que nos transportan de un ámbito a otro, que parece que hablan de un mundo, pero siempre aluden a otro. Claro que el Quijote relata la historia de un hidalgo loco que se lanza a recorrer los caminos de España en compañía de su escudero, pero lo que sugiere, propone y deja entrever es mucho más. Por eso existió un Quijote trascendente, el de Cervantes, y una burda imitación, el de Avellaneda, que no está mal, que resulta divertida, pero que no ve más allá de sus narices. Suele ocurrir con lo que hoy día llaman literatura, que casi siempre consiste en textos previsibles, chatos, para olvidar. Ya han empezado los suplementos literarios a aconsejarnos regalos para la Navidad y el diagnóstico se confirma. Las novedades que nos proponen no son tales, representan, en el mejor de los casos, unas horas de evasión para el lector, y en el peor y más frecuente, un aburrimiento insoportable. Me temo que uno adivina las presiones de las editoriales para colocar sus churros en los 40 principales de la fritanga literaria navideña de este año. Mientras tanto, centenares de libros que uno conoce y que representan, estos sí, una novedad estilística, temática y conceptual, dormirán el sueño de los justos.

Tal vez por eso, mira por dónde, se acaba de alcanzar la cuadratura del círculo. Una conocida editorial que posee los fondos del Círculo de Lectores ha decidido eliminar su colección de obras completas y convertirla en pasta de papel. Era de esperar. Esa persona que llegaba a tu casa con un catálogo, te aconsejaba algún clásico, y tú lo recibías a la semana siguiente con veneración y lo devorabas con fruición, pertenece obviamente a otra época, a una época en la que la gente común respetaba la cultura y amaba los libros. Ahora se han convertido en comida basura para el cerebro, como las hamburguesas y las bebidas edulcoradas lo son para el cuerpo. Yo entiendo que esa editorial tenga que adecuarse al cambio de los tiempos puesto que los lectores también han cambiado. Pero hay maneras, Por ejemplo, se podría gestionar con el Ministerio de Cultura la cesión de estos fondos a precio de saldo para las bibliotecas públicas y las de los centros docentes. Todo menos destruir grandes obras que marcan nuestra singularidad como especie frente al resto de los animales, una vesania destructiva que recuerda a la Inquisición y a los regímenes dictatoriales. Si la imagen que damos a la ciudadanía es esta, luego no se quejen de las convulsiones políticas y sociales que estamos padeciendo. Es muy fácil manipular a los tontos y, a juzgar por lo que está pasando, su número crece día a día. Viene a ser como un pi sin coma: 314159265358979323846…

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