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Otredades y mismidades

No sé con qué frecuencia lo hemos deseado, ni con cuánto apetito de realidad, pero me figuro que todos hemos querido ser otros de vez en cuando. Sin grandes negaciones de nuestra naturaleza, sin grandes incomodidades con nuestra persona, sin grandes crisis existenciales: ser otros por curiosidad biográfica, por juego en el espacio y el tiempo, por exploración de otros paisajes humanos, por simple inercia de nuestro pensamiento, que siempre es un artilugio caprichoso, dispuesto a las buenas y las malas ideas, propenso a las excursiones por los meandros de nuestra conciencia a la deriva.

Imagino que a muchos se les ha ocurrido de vez en cuando la posibilidad -por abordar sueños extravagantes- de ser inglés, un inglés de noble cuna, con sus posesiones campestres, sus caballos de pura raza, sus trajes de tweed, sus lingotazos de whisky al acercarse el crepúsculo, y su orgullo isleño. He conocido bastante gente a la que le gusta disfrazarse de individuo más o menos británico, murcianos -por insistir en los universos extravagantes- que han adoptado para siempre la máscara inglesa, y que compran mermelada de arándanos de importación, y sólo leen a Keats y a Eliot (ese gran poeta norteamericano que decidió ser más inglés que cualquier poeta inglés de su época), y que salivan con profusión ante cualquier serie televisiva en la que aparezca, aunque sea en una esquina argumental, la figura de Winston Churchill. Los entresijos neuronales de los seres humanos resultan dignos de asombro.

¿Quién no ha fabulado alguna vez, durante ese estado omnipotente de la duermevela, con ser un héroe: un héroe aventurero, un conquistador de nuevos territorios, modestamente civilizado, un pionero en mundos vírgenes; o un héroe de la cultura, un pintor impecable, un gran poeta intemporal, un filósofo irrebatible que modifique para siempre la manera de observar las cosas; o un héroe épico de la modernidad, un deportista único, el atleta que bata todos los récords y los deje allí arriba, en lo alto, en el cielo impecable de la gloria?

El acto de querer ser otros representa una obligación en el proceso de aspirar a ser siempre nosotros mismos. No puede existir -supongo- nadie tan arrogante como para sentirse siempre conforme con su suerte, ni nadie tan desdichado como para estar en todo momento contra su destino. El sueño de la variación -y de la variedad- constituye un requisito indispensable durante el sueño de la permanencia.

Por mucho que la meditemos -ya lo dijo el doctor Freud, y estoy de acuerdo con él, sin que este precedente nos lleve mucho más lejos-, la muerte propia resulta inconcebible, es algo que sólo existirá para quienes nos observen. De la misma forma, el hecho de querer ser otros sólo puede deberse a la voluntad de no serlo del todo jamás. Aspiramos a la otredad como quien aspira a tener, además de una casa en la playa, una cabaña en el monte, y un velero de velas blancas, y una mansión en la gran ciudad. Otredades y mismidades.

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