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Libro

Narraciones extraordinarias de gente corriente

Ana Merino dibuja en "El mapa de los afectos" una gran balada literaria sobre una comunidad donde la bondad es una forma de resistencia

Narraciones extraordinarias de gente corriente

Empezamos en un universo de superhéroes: «¡Los Cuatro fantásticos' solo han empezado a pelear!» Ana Merino pone en el umbral de El mapa de los afectos (premio Nadal) una cita de Stan Lee que invoca resistencia, lucha, coraje. Afectos y efectos especiales. No es una evocación revoltosa. Ni provocadora. Tiene mucho sentido porque avanza un camino de sentimientos donde el protagonismo es para la buena gente. Merino indaga con prosa cristalina que no esquiva las aguas turbulentas en las vidas (cruzadas) de esas personas que transmiten cariño y amabilidad, constructores de espacios acogedores y humanos. Muy humanos. Superhéroes, en definitiva, con el poder especial de hacer más luminosas y habitables las viñetas más oscuras. Como escribió Walt Whitman: «Contengo multitudes». Y los personajes de Ana Merino se convierten en universos singulares donde el tiempo y el espacio buscan la armonía a partir de una realidad común, eterna y, en cierto modo, infinita. La bondad, también, como expresión de rebeldía frente a la maldad. Un ejemplo: si los pobres son los que siempre van a morir a las guerras (la patria de los pobres soldados), ¿qué pasaría si todos los hombres se hubieran quedado en casa junto a las mujeres? El fin de las matanzas, tal vez. Una fórmula inmersiva de feminismo, una manera de convertir el bien en hazaña antibélica.

El mapa de los afectos cartografía con acierto las razones y sinrazones del amor. De la confusión que provocan sentimientos escondidos y mal vistos. Hay muchos personajes pero llaman la atención algunos especialmente. Romances clandestinos de mujeres jóvenes con hombres mayores. Desapariciones inexplicables y viajes alrededor de insatisfechos obsesionados con las mujeres que recurren a lugares de mala suerte para ahogar penas. Seres malqueridos o directamente dañados por la mala fortuna que viven en una comunidad rutal del Medio Oeste estadounidense donde se fraguan a lo largo de los años secretos de baja estrofa, misterios sin brillo, afectos que se reclaman unos a otros, juegos de azar vital siempre traviesos y, en ocasiones, sucesos imprevisibles que ponen orden en el desconcierto de los destinos. Como en La última película (memorable novela de Larry McMurtry, notable película de Peter Bogdanovich) el aprovechamiento de espacios es fundamental y por ellos circulan viajeros con los horizontes desvanecidos. Un coleccionista de eclipses, huellas en la nieve que aventuran caminos insospechados. Climas, luces, accidentes geográficos: cualquier rincón es importante para encontrar en él hilos con los que tejer narraciones extraordinarias de gente normal y doliente que atesora ausencias, momentos inexplicables e inolvidables, campos minados de los que solo se puede salir bien librado si alguien bueno nos tiende una mano.

Como en esa obra maestra incontestable de Truman Capote que es El arpa de hierba, Ana Merino se sirve a veces de miradas inocentes para merodear la andanzas de los adultos. Tantas veces extrañas y contradictorias. Es de sobra conocida la querencia del ser humano por rodearse de sueños rotos, ilusiones desvencijadas. Asomarse al vacío y aferrarse al clavo ardiendo del amor como aditivo del valor. Un árbol puede esconder todos los tesoros que alguien necesita, un suspiro basta para resumir una identidad. El mapa de los afectos alimenta su prosa de cauto lirismo con una naturalidad y destreza admirables, sin renunciar nunca a extender apuntes bien dosificados sobre la América profunda dibujando personajes de todo tipo y rendición. Los seres de Merino no son unos pardillos ni unos santurrones que piensan que todo el mundo es bueno. Ni mucho menos. A su alrededor se desarrolla el mal devastador, los crímenes sin sentido, las injusticias en cadena, el racismo, los desarreglos, el odio, la villanía. Las guerras y la crueldad en estado puro.

En estos tiempos en los que la literatura, el cine y la televisión dan el protagonismo a distintas manifestaciones del mal como expresión de carisma y fascinación (véase el Joker o «Juego de tronos», sin ir más lejos), El mapa de los afectos apuesta sin santurronerías ni maniqueísmo por dar voz a las víctimas y a sus defensores más nobles. Sin ñoñerías ni buenismos empalagosos. Con crudeza y sensibilidad extrema, discrepando de la tendencia predominante. Merino no habla de oídas: 25 años viviendo en «la pequeña América» la convierten en voz autorizada para exponer el día a día de un pueblo de Iowa desde 2004 hasta 2019. Personajes principales y secundarios se mueven por un amplio decorado de encuentros, reencuentros y desencuentros donde los fantasmas de la guerra se mueven a sus anchas. Hombres mutilados en muchos aspectos, superheroínas en permanente e invisible (como Susan Storm) y frustrante lucha por sus derechos.

La religión que reconforta y aprisiona. El perdón como refugio, el apoyo entre afinidades electivas, un corrillo de plegarias desatendidas y apelaciones polinizadoras a un mundo donde el ecologismo luche contra el apocalipsis venidero. En la balada literaria de Merino se esponjan influencias de lo más variado: la pureza emocional galdosiana, el estilo transparente y lírico de Pardo Bazán, los ramajes expresivos de Borges, Cortázar o García Márquez y las enseñanzas inagotables de los clásicos rusos, franceses y alemanes. Riquísimo legado al que se incorporan Edgar Lee Masters y su libro de poemas, Antología de Spoon River con su ciudad de lápidas a modo de comunión de voces en ámbitos vecinos, o los cómics geniales de «Love and Rockets» de Gilbert y Jaime Hernández.

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