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Nuestras madres

«Hay cientos de miles de vidas de mujeres que no sólo merecen ser contadas, sino por las que hemos de luchar para que se cuenten»

Nuestras madres

El 20 de marzo de 2019, Belén Gopegui dio una conferencia en Madrid, dentro del ciclo «Ni ellas musas ni ellos genios». A ella le propusieron hablar sobre las relaciones de Rafael Sánchez Ferlosio y Carmen Martín Gaite. Entonces les sugirió que, en vez de eso, podría hablar sobre sus padres, los de la propia escritora. Y lo hizo. Y de ahí salió un libro tan pequeño como, ya lo apunto aquí, imprescindible. Así, con todas las letras: imprescindible: Ella pisó la luna. Ellas pisaron la luna.

«Voy a narrar la historia de una pareja que, en otras circunstancias, resultaron ser mis padres. Hablaré sobre todo de mi madre, Margarita Durán». A partir de ese párrafo inicial viene el recorrido por la historia familiar, por el despojamiento, por ir dejando huella de lo que escribía Emily Dickinson: «El más sublime objetivo del tiempo / Es un alma olvidada». Leo las páginas dedicadas a Miriam, hermana de la autora, a su fragilidad, y la Luna se ve convertida de pronto, cuando aquel viaje de 1969 y a través de lo que cuenta de su madre y su hermana, en un mapa lleno de huellas de mujeres: «El cuerpo que pisa la Luna, como el que descubre un bacilo o el que acuna a una anciana, no termina jamás en sí mismo». Ahora que tanto se habla de la dependencia en el marco de las políticas sociales, no se esconde -nunca lo hace en ese u otros asuntos igual de comprometidos- esa escritora inmensa: «un país donde no hay un apoyo real para la dependencia es un país indigno».

No sé si he leído en los últimos años páginas más rabiosamente conmovedoras. Seguramente no. Ahora mismo escribo a mano este texto. Treinta años por lo menos que no lo hacía. Acabo de leerlas, esas páginas, en el viaje de Madrid a Santander con mi última novela. Y ahí mismo, después de la lectura, en ese instante en que empiezan de verdad los libros excelentes, escribo esto para que luego pueda leerse en mejores condiciones en Posdata. Hay en la vida de Margarita Durán una voluntad de meterse en lo que pasa en el mundo, no escurre el bulto, mira de una parte a otra de ese mundo y descubre que sola no se es nada, o muy poca cosa. Pero lo hace sin que ese compromiso sea carne de estereotipo: «Como muchísimas personas, Margarita estuvo donde pudo, y no estuvo donde no pudo estar». Ha muerto Miriam el 12 de septiembre de 1986, a los veintisiete años. Han quedado con ella, con la madre, los cuentos que le escribía, alguno de ellos «hecho para todas las personas a las que pueda ayudar». No hay espíritu sacrificial en lo que hace la madre, sino la constatación de que, si al mundo no se lo pone en la picota de la transformación y a ratos de la ruptura, siempre será un revoltijo de intereses que a mucha gente nos llenan de vergüenza.

Cuando a Belén Gopegui le hacen entrevistas, muchas veces le preguntan por su padre, Luis Ruiz de Lopegui, reconocido físico, con amplias responsabilidades de la NASA en España, pero nunca lo hacen por su madre: «Nunca nos preguntan por nuestras madres», escribe, y añade refiriéndose a la suya: «de ella viene casi todo lo que sé».

Y es en aquel compromiso decidido por ella misma, y en lo que de ella cuenta la hija, donde descubrimos que no es una mujer, sino las mujeres, las que pisan la Luna -aunque la noticia diga que es el «hombre» el que ha plantado la bandera en ese inacabable y oscuro desierto para dejar ahí su huella imborrable-: «Hay cientos de miles de vidas de mujeres que no sólo merecen ser contadas, sino por las que hemos de luchar para que se cuenten». Ojalá lean ustedes esta invitación y se pongan, desde ya mismo, manos a la obra. O sea: a leer este libro, pequeño en sus dimensiones físicas y, como les decía al principio, absolutamente imprescindible.

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