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Un festín con los artículos de Álvaro Cunqueiro

"Al pasar de los años", una recopilación de más de medio siglo de la excelente prosa periodística del obispo laico de Mondoñedo.

Un festín con los artículos de Álvaro Cunqueiro

Con googlear «Cunqueiro Pla Torrente Ballester», verán ustedes la foto. Ahí están juntos tres grandísimos articulistas o columnistas, da igual el nombre. Posan -en compañía de otras personas- a la puerta del restaurante vigués «El Mosquito», dizque en el verano de 1972. Tres colosos que vivieron de la literatura, en general, del periodismo en particular. ¿Quiere ello decir que distingo y diferencio entre periodismo y literatura? Todo se vuelven preguntas, así que sigamos indagando desde el principio. ¿Qué es un columnista o un articulista, dentro de un periódico? ¿Alguien que opina o alguien que informa? ¿Informa opinando u opina informando? ¿Un oficio fácil que se liquida en un pispás ?600 ó 700 palabras y a correr? o una artesanía compleja que requiere extrema capacidad de síntesis y buena mano literaria para transmitir una idea con brillantez? Que cada cual responda como le plazca, pues cada lector soberano tiene sus articulistas o columnistas de cabecera. Volvamos, pues, a si un articulista o un columnista es un literato. Y dejemos que responda el primero de esa tríada arriba nombrada: «El periodismo es un género de la literatura, aunque los preceptistas no lo hayan empadronado en su censo». Así lo sostuvo Álvaro Cunqueiro, periodista por necesidad, pero también por devoción. Y qué mejor que una gran antología de sus artículos para dar respuesta ejemplificada a las cuestiones planteadas aquí. Aunque ya contábamos con alguna selección de sus artículos publicados en prensa, el arte de Miguel González Somovilla nos ofrece ahora este esplendoroso festín de doscientas columnas que el mindoniense (gentilicio de los nacidos en Mondoñedo, provincia de Lugo: su obispo Fray Antonio de Guevara solo murió allí, era cántabro) más universal firmó.

Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911-Vigo, 1981) fue articulista o columnista de primer orden, y también creador de ficción de primera categoría. En gallego y en castellano. Creó dos escuelas: los «cunqueirianos» ?a quienes caracteriza una veneración sin límites por el maestro? y los «cunqueirólogos», que encuentran en su prosa materia más que suficiente para estructurar, deconstruir, formalizar y montar mil simposios al efecto. Escribió columnas y artículos en las más importantes cabeceras gallegas, desde que los iniciara a sus 19 años hasta que lo visitó la muerte. Mete miedo la cosa: como dice el autor de esta superantología, «en una aproximación muy prudente consideramos que no habrá menos de veinte mil artículos de Cunqueiro en las hemerotecas». El otrora ministro y cunqueiriano César Antonio Molina afirma que Cunqueiro «tenía tanta facilidad para escribirlos que tampoco les daba el valor que les corresponde». Obvia que esa «facilidad» exige una práctica continua y un previo saber mirar y saber dónde escuchar casi milagrosos o sin duda mágicos. Resumía así su método y su propósito: «A primera hora de la mañana me siento a escribir y es como estar diciendo algo a algunos amigos. La intención última es encantar con la palabra». Tiemblo de envidia al pensar que cuatro columnas podían salir en un día de su «Smith Premier 10» de doble teclado, a dos dedos. ¿Sobre qué escribía? Fíjense en su aspiración: siempre quiso que el primer canto primaveral del cuco fuese en la primera plana. Acaso sea esa la esencia de un columnista de fondo: rodeado por todas partes de las urgencias informativas de sus compañeros de redacción, escribe contra la inmediatez de la novedad, sabe lo que es perenne: lo fugitivo, lo único que permanece y dura. La hija de Cunqueiro lo define con metáfora gastronómica: «La sencillez general de mi padre en todas las esferas de la vida se reflejaba también en sus hábitos alimenticios: una comida simple y casera, hecha de buena materia prima y bien preparada, quiero decir, la comida casera gallega tradicional».

Cunqueiro fue galleguista de joven, falangista en los primeros meses de la Guerra Civil, algo irregular -al parecer, digámoslo así- en sus contabilidades, lo que le valió su expulsión del periodismo durante largo tiempo. ¿Franquista? Él se definía como un «viejo liberal» (de nuevo acudan ustedes a la foto de la que hablé al comienzo: fíjense en los tres citados) que aspiraba a dejar «una leve huella, apenas un eco» de su paso por el mundo, por Galicia. Guardó fidelidad «a una interpretación providencialista de la historia». Lealtad, «a un humanismo [de] alegre expectación del siglo» y una «aceptación humilde de las grandes riquezas terrenales». No quiso más que «señalar la esplendidez de la vida cotidiana». Eso sí, trufada de «una mirada filial y entrañable al pequeño reino nuestro», a Galicia, digo de nuevo. Quiso este epitafio: «Eiquí xaz alguén que coa súa obra fixo que Galicia durase mil primaveras máis». Estoy seguro de que no precisa traducción a la otra lengua de Cunqueiro, al castellano, una dualidad idiomática que aceptaba como natural aun con su penitencia incorporada: «Ya sabemos que seremos juzgados sin piedad, y por motivos que nada tienen que ver con la obra, grande o modesta, que uno haya realizado».

Quien nos sirve los manjares cunqueirianos es no un filólogo sino el periodista asturiano Somovilla (1956), ejerciente durante más de cuatro décadas en La Nueva España, Cambio16, Asturias, La Voz de Galicia o El País. También como jefe de Cultura en RTVE en los 90 y, más tarde, como director de Comunicación de dicho ente, hasta que acepta la misma responsabilidad en la Real Academia Española. Lector fino, prologuista y epiloguista prudente, estupendo: su afición por Cunqueiro no viene de ayer, véase su blog. Al pasar de los años son, pues, artículos a porrillo del «obispo laico de Mondoñedo», dividido en diez apartados en «agrupación temática», encabezado por la «Introducción» correspondiente, más la necesaria cronología y un puñado de fotos, y finalizada casi 700 páginas después por un «Epílogo» del propio Somovilla, al que se suman una entrevista que Francisco Umbral realizó a Cunqueiro en 1969, así como una larga necrológica que Francisco Carantoña firmó en 1981, y el celebrado y premiado «Mondoñedo no existe» de Juan Cueto Alas, de un año después. Quien lo lea encontrará noticias de poetas, Galicia por todas partes (incluida la ruta jacobea), historias de la mar, retratos, cocina, magias y curaciones, ángeles y los días que pasan. Y en una prosa excelente. Un festín, quiero decir.

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