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El caminante

Rosas y claveles de abril

Rosas y claveles de abril

Cuando estas líneas vean la luz se habrá celebrado en confinamiento el Día del Libro y estaremos en el 46º aniversario de la Revolución de los Claveles en Portugal. El encierro que vivimos a causa de la pandemia impide que, por primera vez en muchos años, la Rambla de Barcelona se inunde de rosas rojas para acompañar los libros que celebran Sant Jordi. En Lisboa tampoco habrá claveles rojos en recuerdo de la recuperación de la libertad en 1974 después de la siniestra dictadura fundada por António de Oliveira Salazar y que duró 42 años.

Un Sant Jordi sin libros y rosas es especialmente extraño, pero lo son todas las circunstancias que estamos viviendo, con una situación que recuerda las grandes epidemias históricas de peste y de cólera, pero cuyo precedente más próximo fue la Gripe Española de 1918, que acabó matando a 40 millones de personas en todo el mundo.

Y tan extraño es un 25 de Abril en Portugal sin los claveles rojos que simbolizan la rebelión democrática de un Ejército cansado de larga guerra colonial y de una dictadura que entonces dirigía Marcelo Caetano, tras la muerte de Oliveira Salazar en 1970 a causa de las secuelas de una fortuita caída en 1968. Oliveira Salazar, como el general Franco, murió en la cama. Pero en Portugal fue el Ejército el que canalizó las ansias de libertad y acabó con la dictadura cuando aún faltaba un año largo para que la muerte de Franco abriese la puerta a ese extraño camino hacia la normalidad democrática que se llamó la Transición.

Recuerdo que los hechos de Portugal generaron un aluvión de esperanza de este lado de la frontera, cuando el franquismo hacía ya tiempo que daba inequívocos síntomas de descomposición. No podré olvidar las fotos, en Triunfo, semanario de cabecera del progresismo de la época, de los soldados con claveles asomando en la bocacha de los cañones de sus fusiles. « Nossas armas são frores», titulaba Luis Carandell su crónica del Primero de Mayo siguiente a la revolución, el día en que los líderes socialista y comunista, Mário Soares y Álvaro Cunhal, se pasearon del brazo por Lisboa, a la vuelta del exilio, y el pueblo identificaba y detenía por la calle a los miembros de la PIDE, la policía política salazarista.

Desde aquí yo seguía con envidia los acontecimientos de Portugal, el turbio comportamiento de António de Spínola, los primeros Gobiernos provisionales, y los casos de militares marcadamente izquierdistas del Movimento das Forças Armadas, como Vasco Gonçalves, Otelo Saraiva de Carvalho, el héroe de la Revolución, y António Alva Rosa Coutinho, llamado el Almirante Rojo. Todo el periodo revolucionario acabó en 1976 con las primeras elecciones democráticas que ganó el Partido Socialista de Portugal y Mário Soares se convirtió en primer ministro.

Afortunadamente para cuantos vivimos confinados en estos extraños días, los avances tecnológicos, especialmente internet, permiten mitigar el aislamiento y facilitan una amplísima conexión con el mundo.

Ahora, ante un 46º aniversario de la Revolución de los Claveles sin celebración ni flores rojas en Lisboa, el encierro no me ha impedido consultar por internet aquel ejemplar de Triunfo del 11 de mayo de 1974, con las firmas de Eduardo Haro Tecglen, Manuel Vázquez Montalbán, Manuel Leguineche y Luis Carandell, para rememorar la sensación de envidia esperanzada de entonces. También desde el encierro podemos recordar con nostalgia la canción de José Zeca Afonso Grândola, vila morena, que fue emitida a las 0.25 horas de aquel 25 de abril de 1974 por Rádio Renascença y supuso la señal definitiva para el levantamiento que acabó con la dictadura.

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