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Neorrealismo en viñetas

Neorrealismo en viñetas

¿Se puede encontrar una línea que una neorrealismo italiano con el cómic español de hoy? Es indudable que la obra de los directores italianos tuvo un impacto fundamental en la cultura española, desde la literatura de Aldecoa, Sánchez Ferlosio, Goytisolo o Martín Gaite al cine de Berlanga o Fernán Gómez. Tiene incluso su datación exacta en 1951, en la semana de cine italiano de Madrid que trajo a los Rossellini, Visconti, Zavattini y De Sica. Pero€¿llegó ese neorrealismo al tebeo? Si se hace una lectura laxa (quizás menos de lo que se pueda pensar) del concepto neorrealista, se puede considerar que llegó primero a los tebeos de humor de Bruguera, con el mítico DDT a la cabeza. Series como Apolino Tarúguez, Casildo, Doña Tula o La Familia Cebolleta son obras que esconden tras el recurso del slapstick una negra realidad que se vislumbra con facilidad. Quizás ese neorrealismo o el cinema-verité godardiano pueda parecer más evidente en El Víbora de los años 80, en las series del lumpen callejero de Alfredo Pons, Marta Guerrero y Galiano, o en las historias más costumbristas de Roger y Tornasol. Sin embargo, ese estilo realista y callejero tuvo una reconversión posmoderna a finales de los 80, heredero de la movida urbana pero con aires de vida cotidiana treintañera en la serie Lola y Ernesto, de Bartolomé Seguí. Una versión patria coetánea de la famosa sitcom coral yanqui, que marca un trayecto que se inicia en la Italia cinematográfica para terminar tomando caminos de divergencia hacia la televisión americana. Una separación que puede ser solo aparente y sea una necesaria actualización y relectura por la vía del necesario humor. Puede parecer que ese realismo sucio precarveriano, esa pureza neorrealista, se hubiera abandona, pero nada más lejos de la realidad: en pleno siglo XXI, de nuevo Bartolomé Seguí, reconvertido ya en uno de los dibujantes que mejor ha expresado la realidad urbanita, se alía con Gabi Beltrán para recuperar con Historias de Barrio (Astiberri) el espíritu de Antoine Doniel y de Antonio Ricci en la Palma de Mallorca de los años 70. El propio guionista será ahora protagonista de un ejercicio de memoria que entronca directamente con ese espíritu de realidad cruda y descarnada, componiendo un relato creíble y vivo, un testimonio narrado por una voz que hurga en la memoria. Sexo, drogas, delincuencia€las historias cortas que componen este volumen son anécdotas vividas en los suburbios mallorquines, que fueron marcando un camino de maduración labrado desde la marginación a golpes, muchos de los físicos, de los que duelen y sangran; todos, siempre, morales, de los que hacen herida que no cura y gangrena. Sin una línea que los separe, el lector asiste a una doble narración: una, la de las viñetas, directa, dolorosa, rabiosa en su respuesta y reacción. Otra, la del narrador, omnipresente, que mira el pasado con la distancia del tiempo, creando una nueva interpretación de lo que estamos leyendo. No juzga. No condena. No pide cuentas ni busca venganza ni culpables. Solo vuelve a esa memoria desde el conocimiento de lo que vendrá, reflexionando sobre su presente. No es fácil mantener esa tensión entre pasado y presente, entre recuerdo y gestión de la memoria, pero Seguí consigue crear espacios de diálogo entre texto e imagen a través de los silencios, lo literario y lo gráfico se compensan creando una fluidez perfecta, con pequeños detalles gráficos que dotan de una sorprendente coherencia y solidez a la obra, como esa tipografía de antigua máquina de escribir para un narrador que, quizás, no es consciente de seguir en ese pasado escrito a sonoro golpe de tecla y empujón de tabulador. Una obra magistral.

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