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La literatura sobre el fútbol

El balompié tardó en ser considerado un tema de estudio de la historia y la sociología, porque existía un cierto rechazo entre los intelectuales a convertirlo en una investigación de valor rigurosa

Una escena del desenlace final de la serie de Netflix «Un juego de caballeros» (The English Game).

El fútbol, a pesar de ser un invento de las altas clases sociales inglesas como otros tantos deportes, es la gran aportación de la clase obrera a la cultura universal. Fueron los trabajadores de la Revolución Industrial quienes se hicieron seguidores de los clubs de las ciudades industriales inglesas y le dieron su empuje popular. Lo señala bien Alan Sillitoe, un escritor representativo del realismo social de la Inglaterra de los años 50 y 60 del siglo XX, en su obra Saturday night and Sunday morning, publicada en 1958 y que dirigida por Karel Reisz, catalogada como una de las 100 mejores películas del cine británico. Representaba la manera en que los trabajadores consumían su ocio los sábados o los domingos en aquellos campos construidos con una estética semejante a la de las fábricas donde trabajaban. Así ocurría con el viejo Anfield del Liverpool, creado en 1892 y sus aficionados adoptaron la canción de un musical de Hollywood, «You'll never walk alone» como himno. Igual que el Manchester United, fundado en 1878 perteneciente a una empresa ferroviaria, North Road, hasta desembocar en Old Trafford en 1910 y que cuenta actualmente con 659 millones de seguidores en todo el planeta. J.H. Hobsbawm investigó el fenómeno en sus trabajos sobre la cultura obrera (El mundo del trabajo. Estudios históricos sobre la formación y evolución de la clase obrera, 1987). En España fueron los ingenieros ingleses en las minas de Riotinto, Huelva, quienes introdujeron el juego a finales del siglo XIX para ir extendiéndose por toda la península, hasta convertirse en el deporte más popular de los españoles con un total de 20.558 equipos federados, masculinos y femeninos.

Pero tardó en ser considerado un tema de estudio de la historia y la sociología. Existía un cierto rechazo a convertirlo en una investigación de valor rigurosa. Lo habitual era señalarlo como una manera para distraer a las masas para que no se ocuparan de otras reivindicaciones. Ya X. Pujadas y C. Santacana en el núm. 41 de Historia Social (2001) señalaron que pretendían analizar el ámbito del futbol «en tanto que componente de la industria del ocio popular a principios del siglo XX» como mercantilización de un deporte que se convirtió en un espectáculo a partir de los años 20 (p.147). Venían publicándose diversos estudios, ensayos y creaciones literarias en Gran Bretaña, Italia, Chile, Uruguay, Brasil y Argentina sobre un fenómeno que adquiría grandes dimensiones con unos medios especializados en la narración de los partidos y jugadores. El conocido escritor uruguayo Eduardo Galeano escribió un libro El futbol. A sol y Sombra (1995) en el que decía: «¿En que se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que de él tienen muchos intelectuales», (p.7). Borges por ejemplo concertó una conferencia a la misma hora en que Argentina disputaba su primer partido en el Mundial del 78 que ganó. Y además ha habido una relación estrecha entre negocios y política. El fascismo de Mussolini lo utilizó como una manera de exaltación de la patria italiana. Igual que los nazis eliminaron a muchos jugadores ucranianos del Dínamo de Kiev porque estos derrotaron a Alemania en 1942. Ahí está el estudio de C. Villalobos Fútbol y Fascismo (2020) donde analiza la simbiosis con las dictaduras fascistas. De igual manera el profesor Alessandro Curletto publicó Fútbol y poder en la URSS de Stalin (2018) donde analiza la relación del Spartak de Moscú con los equipos promocionados por el régimen, Dinamo y el CDKA perteneciente al Ejército Rojo.

Hoy hay enfoques desde la identidad. Representaría un símbolo de lo que el sociólogo inglés, Michael Billig, denomina el «nacionalismo banal» (2014), aquello (banderas, platos típicos, fiestas, música €) que la gente identifica con una nacionalidad, una región o una comarca o un municipio, pero que no necesariamente desemboca en la reivindicación de un Estado. «Cuando Maradona, contratado por el Nápoles jugó su primer partido fuera de su campo, en Verona (Italia del Norte) los aficionados imprimieron una pancarta: 'Bienvenido a Italia, Maradona', como si Nápoles no fuera parte de la nación italiana». En el caso de la Comunidad Valenciana se han celebrado los centenarios del Levante U.D y del Valencia C.F. y junto a ellos existen otros con trayectorias brillantes como el Hércules de Alicante, el Elche C.F., el Castellón o el Vilarreal, junto a otros de diversas categorías en muchos municipios. Conservo, por ejemplo, la Historia del Valencia C.F. de J. Hernández Perpiñá que Levante-EMV distribuyó en fascículos. Precisamente mi llegada a València a los 15 años y mi residencia en la calle Finlandia me permitió acudir a muchos encuentros, y durante unos años fui socio. Y ahora Vicent Flor publica Nosaltres som el València. Futbol, poder e identitats (Afers, 2020) con el deseo de que el Valencia se convierta en el equipo de la Comunitat, como ocurre en Cataluña con el Barça, o con el Osasuna en Navarra. Es una manera, tantas veces manida, de estimular la configuración de un nacionalismo valenciano por si alguna vez se hace hegemónico y se eliminan las diferencias políticas, sociales y lingüísticas que en su día dieron lugar a UV, a la UPV o el Bloc, que acabarían convergiendo en Compromís. Ninguna objeción para que el Valencia sea el club de la CV, pero, hoy por hoy, su espacio real coincide con el de la diócesis arzobispal de València.

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