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EL CAMINANTE

El ombligo prohibido

El ombligo prohibido

Actualmente muchas películas y series de televisión ofrecen grandes dosis de violencia, sexo y lenguaje marcadamente grosero. Es verdad que también hay muchas que no, lo que es de agradecer; pero conviene destacar que el que la sangre casi salpique o no al espectador no va necesariamente parejo con la calidad. Quentin Tarantino tiene grandes películas con dosis elevadas de violencia explícita, y hay otros grandes directores, como Roman Polanski, cuya gran habilidad para crear tensión cinematográfica sin necesidad de exhibiciones hematológicas me parece admirable.

Ahora depende de la voluntad del realizador, y también del productor, el que las películas tengan mayor o menor carga de sangre, sexo explícito y habla barriobajera. Sin embargo no fue así durante más de tres largas décadas en el cine estadounidense. Y eso no evitó que pudiésemos disfrutar de extraordinarias obras maestras producidas por la industria de Hollywood, todas ellas sometidas a unos criterios de censura previa que hoy nos parecen no solo inaceptables, sino también extremadamente ridículos. Me refiero al llamado Código Hays, que recibe su nombre del político republicano William Harrison Hays, que fue presidente de la Asociación de Productores y Distribuidores de cine de América y que estuvo vigente desde 1934 hasta 1967.

Una lectura detenida de los preceptos del Código Hays lleva a preguntarse cómo es posible que se pudiese hacer cine, y en muchos casos cine verdaderamente genial, bajo esos criterios. Por ejemplo la técnica del asesinato debía ser presentada de forma que no suscitase imitación. Las escenas con brutalidad o violencia extrema estaban prohibidas y las heridas debían mostrar «un mínimo estricto de sangre, incluso en los films de guerra».

Especialmente jugosos son los criterios relativos a la sexualidad y el desnudo. El adulterio o los comportamientos sexuales considerados «ilícitos» no debían ser mostrados de manera demasiado precisa ni ser justificados. Estaba también prohibido mostrar a una mujer quitándose las medias y también a un hombre desprendiéndose del pantalón.

La prohibición de mostrar los genitales afectaba incluso a los de los recién nacidos y, por lo que se refiere a los masculinos, se especificaba que en los casos de pantalones ajustados por razones históricas, «la forma característica de los órganos genitales debe ser suprimida en la medida de lo posible». Los genitales femeninos no debían mostrarse «bajo un tul ni en sombras ni como un surco». Y de forma taxativa se prohibía «toda alusión al sistema capilar, incluidas las axilas».

Pero lo que más me llama la atención es que había una prohibición expresa de mostrar el ombligo. Todos recordamos, sin embargo, un ombligo memorable anterior al levantamiento del Código Hays, el de Ursula Andress saliendo del agua en Jamaica con un célebre bikini en Dr. No, la primera película de la saga James Bond. Esa película, efectivamente, es de 1962, pero era una producción británica. Ni el director, Terence Young, ni los productores, Albert R. Broccoli y Harry Satzman, ni por supuesto, el ombligo de Ursula Andress estaban sometidos al estúpido Código Hays.

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