Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El Prado virtual

En tiempos de pandemia, cuyo fin parece todavía lejano, están configurando un panorama muy diferente en las artes y en su percepción por el público mediante la utilización de la tecnología. He escrito en otras ocasiones sobre cómo la Orquesta Filarmónica de Berlín y el Metropolitan Opera House de Nueva York, por poner dos buenos ejemplos, están ofreciendo una magnífica y atractiva programación en abierto por internet. Esto contrasta con la actitud de otros centros culturales cuya oferta está entre la insignificancia y la nada. La diferencia está en las personas que dirigen las instituciones: entre los que poseen amplios conocimientos, cuya gestión los pone en valor, y los que miran al cielo esperando en vano que les caigan gotas de sabiduría.

El Museo del Prado, con la colección pictórica probablemente más significativa del mundo, que actualmente dirige el valenciano Miguel Falomir, ha tenido el buen criterio de organizar una exposición de obras selectas para estos tiempos en que es preciso evitar aglomeraciones y aquilatar tiempos de visita. Esta especie de muestra selectiva recoge un total de 250 obras, pinturas en su mayoría y alguna escultura, y permite al visitante hacerse una magnífica idea de sus fondos. Además el museo posee una estupenda web que permite contemplar las obras en alta definición desde casa a través del ordenador.

Siempre he sido reacio a las visitas masivas de los museos, que consisten en recorrer en tiempo récord amplias galerías con miles de obras sin contemplar detenidamente ninguna. Recuerdo muchas visitas al Prado, al Reina Sofía, al British Museum, tropezando con multitudes de turistas, en un ambiente más propio de rebajas en grandes almacenes que de la serena contemplación que merecen las obras de arte. Y creo que siempre tendré grabada la imagen de un sarcófago de piedra en el Louvre, allá por los setenta, repleto de billetes de metro, mientras cadenas de turistas americanos y japoneses circulaban amontonados por las galerías para no llegar tarde a formar un muro humano ante la Gioconda.

Yo prefiero hacer visitas selectivas; de manera que cuando voy al Prado suelo optar por alguna exposición y revisar obras que me atraen especialmente. De ese museo citaría tres. Una es Las hilanderas o la fábula de Aracne. Ahora, además, se puede contemplar en su aspecto original, sin el añadido que se le hizo en el siglo XVIII. Me impresiona cómo Velázquez plasma la llamada perspectiva aérea, esa especie de polvillo en suspensión que atraviesa la luz y que refuerza la idea de profundidad.

Otra es El descendimiento de Van der Weyden, tabla en forma de remate de cruz. Es portentoso el movimiento de las figuras encuadrado en el espacio singular de la tabla y el detallismo de las túnicas, e incluso de las pequeñas plantas y la calavera en el suelo.

Finalmente, siempre me ha fascinado el ambiente mágico de El paso de la laguna Estigia de Patinir, con su variedad de azules: desde los añiles de las montañas del fondo a la izquierda hasta los turquesa de las aguas de la laguna, supuestamente azufradas. Sin olvidar los fuegos, el cancerbero y las imágenes infernales que pueblan la parte derecha, sumida en la noche, a diferencia del resto del cuadro.

Son solo tres ejemplos; hay miles al alcance del ordenador.

Compartir el artículo

stats