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Tebeos para una pequeña tienda

Tebeos para una pequeña tienda

En un Salón del cómic de A Coruña, Yoshihiro Tatsumi contaba que vivía de una tienda de manga en la calle con las mejores tiendas dedicadas al noveno arte de Tokyo. La suya era diminuta pero muy bien situada, especializada en el gekiga, el género que ayudó a crear. Nos relataba con resignación que, mientras el resto de tiendas estaban llenas a rebosar, la suya siempre estaba desierta. Atribuía el maestro japonés semejante diferencia a que, de toda la calle, su tienda era la única en la que entraba el sol todo el día.

Un sol demoledor y de justicia que hacía inaguantable estar en la tienda, espantando a unos pobres clientes acalorados con los que Tatsumi empatizaba fácilmente, perdonando su desbandada. Una historia amable, que nos sorprendía por el contraste entre la afabilidad con la que el dibujante contaba sus penurias y dispensaba el comportamiento de sus clientes con el inmisericorde retrato de la humanidad que dibujan sus historias. No necesitaba de los gruesos volúmenes a los que nos ha acostumbrado el manga: en apenas una decena de páginas, Tatsumi revelaba las miserias del ser humano con una inquietante minuciosidad que golpeaba sin piedad al lector. No hay lugar en sus páginas para héroes, villanos o víctimas: todos esconden secretos inconfesables que pervierten cualquier posible discurso, con la terrible conclusión de que la mentira es la única verdad segura y demostrable en hombres y mujeres.

La editorial Satori recopila en Tatsumi (traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés) algunas de las mejores historietas de este autor, como Goodbye o Inferno, en un volumen absolutamente imprescindible. Seguro que, en esa pequeña tienda, el maestro japonés reservaría un espacio para una de las autoras más singulares que ha dado nuestro cómic: Ana Galvañ. Poseedora de un estilo personalísimo, consigue componer siempre en sus obras un caleidoscopio cromático que actúa a modo de estímulo mesmerizante. Una vez abierta la primera página de uno de sus cómics, se produce un extraño fenómeno de transporte que nos lleva a otras geometrías, a percepciones alteradas que nos lanzan a una lectura magnética, obligados a llegar hasta la última página. Su nueva obra, Tarde en McBurger´s (Apa Apa Cómics), arrastra por estallidos de color que trastocan las líneas temporales. Viajes en el tiempo y el espacio, reconvertidos en juegos infantiles baratos que regalan las tiendas de comida rápida, en extrañas experiencias de maduración profetizada, en futuros alternativos que se entrecruzan con el presente. Lecturas que descubren en nuestro cerebro rincones que antes no existían?

Pero lo que ni siquiera Tatsumi pudo imaginar era cuál sería el comportamiento de la especie humana cuando llegara la hora de un horror real, de afrontar un apocalipsis palpable y próximo. La pandemia ha cambiado nuestra percepción de las ficciones del desastre: ¿cómo creer en un Armageddon representado por la lucha por el papel higiénico en el supermercado? Quizás no vuelvan a ser nunca posible, o quizás necesitemos previamente el ejercicio catártico de contar lo que ha pasado, de transformar en ficciones la realidad a través de su traducción al relato personal. Víctor Coyote, cantante y dibujante en los tiempos del Madriz, retomó los lápices durante el confinamiento y consigue publicar el primer diario en cómic del encierro durante la pandemia: Días de Alarma (Salamandra Graphic). Una mirada reflexiva que nos recuerda la sorpresa ante la incertidumbre y el miedo a una realidad que nos sobrepasaba en cada momento, haciendo de notario indignado de unos tiempos donde todos fallaron, desde los dirigentes a la sociedad, abrumados por la terrible e insidiosa desvergüenza de la desgracia imprevista. Una obra que levanta acta de una realidad que seguimos viviendo y que Coyote nos obliga a mira a la cara. Y , ahora, vayan ustedes a una pequeña tienda de cómics.

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