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Las formas mandan

Las formas mandan

«(…) está recubierta por un pavimento teselado compuesto de paxilos capitados cuyas cabezas, en estrecha aposición, se combinan para formar un mosaico constituido por facetas groseramente hexagonales». Esta frase, abreviada, está extraída del libro El viaje del Challenger, de Linklater. El texto pertenece al diario de a bordo de los científicos que se embarcaron en esa larguísima expedición de tres años que dio la vuelta al mundo y describe con escrupuloso detalle la superficie dorsal de una estrella de mar encontrada entre las cargas de la draga y la rastra. Las manos de Nieves Torralba hacen lo mismo que aquellos naturalistas: con extraordinaria precisión, delicadeza, observación y gusto, Torralba va dibujando un universo de fascinante vegetación.

Aquellos naturalistas estaban obligados a una observación microscópica en la que debían estudiar y describir con rigurosidad cada bicho viviente que encontraban en su travesía, cada organismo marino, concha, piedra o tallo. Y no solamente, ya que también debían dejar plasmados en fieles dibujos tales hallazgos. De igual modo es la exquisita labor de Torralba. Centrando su atención en plantas crasas, de origen sudamericano nos arriesgaríamos a apuntar, la artista va desgranando cada hojita, cada tejido, cada una de las vejiguitas o filamentos que cualquiera de nosotros ni habríamos reparado. Nada escapa a su observación.

¿O es acaso todo producto de su imaginación? Si es así, entonces el esfuerzo es triple. Ya no bastan pues esas formas arbóreas extraías de su mente, alojadas entre sus pensamientos e ideas esperando a ser reproducidas -primer esfuerzo-; ya no solo es plasmar cada nervadura, tamaño, haz y envés -segundo esfuerzo- con la rigurosidad con la que aquellos científicos, aquellos Humboldt, Cavanilles, el mismo Darwin, o la ilustradora botánica Elisabeth Blackwell, por citar nombres conocidos, plasmaban sus descubrimientos. Es el hecho de que, además, Nieves Torralba no olvida contextualizar cada elemento: como seres vivos que son y con esa necesidad de luz para sobrevivir, a todas y cada una de esta veintena de obras que llenan el espacio expositivo Nieves las ha llenado de luz. Parte esencial en la obra de esta autora, la iluminación deviene el contrapunto exacto del grafito con el que va perfilando y sombreando esta imaginativa naturaleza que va desde los negros absolutos a los grises más claros. La luz imprime vida, movimiento incluso. Olvidamos por un momento el formato bidimensional y casi nos vemos invitados a alargar el brazo y pincharnos con alguna de esas hojas, plantas que con el paso de los años Torralba ha ido sintetizando con minuciosidad. Les recomiendo observar la primera de esas creaciones, metida en una urna de cristal; parece viva.

Lo maravilloso de esta artista es que se siente igual de cómoda dibujando sobre una cuartilla de papel que sobre toda una fachada. Aun la recordamos con manos y rostro manchados de carbón y encaramada a un andamio en la sala de la Universitat o la portada de una ermita en el casco antiguo de la ciudad de Sagunt. Geometrías morfológicas, propuestas vegetales que se han ido «simplificando» con el tiempo y cuyos fondos, ya sean los muros, paredes o resmas de papel son los únicos que aportan el color. Dialéctica entre el blanco y el negro, oposición radical entre las luces y sombras, esa búsqueda constante por dar protagonista a la forma ha implicado dejar fuera el color. Lo cual no deja de sorprender teniendo en cuenta que la muestra trata de botánica. Y sin embargo, no lo echamos de menos. Damos la razón a la autora: el color sería hasta un elemento fútil.

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