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Judíos en tornoa Wagner

La Ópera Estatal de Leipzig, en Alemania, ha programado para 2022 un ciclo que incluye los 13 dramas musicales que compuso Richard Wagner. Que se haga Wagner en Alemania no es una rareza, sino más bien una costumbre. Incluir las muy tempranas Las hadas y La prohibición de amar, junto con Rienzi, más madura pero aún alejada del estilo que definiría sus grandes obras, es una singularidad. Ese ambicioso exceso programático ha sido concebido por el director general del teatro Ulf Schirmer, antes de abandonar el cargo, como homenaje a un antiguo director, Gustav Brecher, judío, que se suicidó en 1940 junto con su mujer huyendo de la persecución nazi. Brecher tuvo la idea de programar en su día las óperas de Wagner en orden cronológico, y eso es lo que ahora se hará, con excepción de las cuatro que integran El anillo del nibelungo, que irán seguidas para no romper la continuidad entre ellas.

Brecher, víctima del nazismo, fue un destacado defensor de la obra de Wagner, pero, en contra de los estereotipos y de la prohibición no escrita de interpretar Wagner en Israel, la realidad es que son muchos los músicos judíos que trabajan habitualmente sus composiciones. E incluso algunos de ellos, como Daniel Barenboim, son destacadísimas figuras del wagnerismo. Sin olvidar que Kirill Petrenko, titular de la Filarmónica de Berlín, ha dirigido de 2013 a 2015 tres ciclos completos del Anillo cada año en el Festival de Bayreuth.

Si nos alejamos en el tiempo, no está de más recordar que Parsifal, último drama musical de Wagner, fue estrenado en Bayreuth en 1882 por Hermann Levi, que era hijo de un rabino. Que Gustav Mahler era devoto de la obra de Wagner y que otros directores judíos, como Erich Leinsdorf y George Szell, lo interpretaron frecuentemente y han dejado importantes testimonios grabados. Como Bruno Walter, cuyo nombre artístico procede del Walther von Stolzing de Los maestros cantores de Núremberg. Cabe reconocer a Georg Solti haber llevado a cabo a principios de los sesenta el primer registro fonográfico de estudio de la Tetralogía, con un espléndido reparto vocal, y su Tannhäuser es considerado referencia absoluta. Y en cuanto a Otto Klemperer, que dejó Alemania a causa de la persecución nazi, tiene grabada una impresionante versión de El holandés errante, unánimemente aclamada por la crítica.

Es cierto que el nazismo se intentó apropiar de la música de Wagner y que el Festival de Bayreuth, bajo la dirección de Winifred Wagner, apoyó decididamente a Hitler. Pero no lo es menos que, como suele decir Barenboim, identificar a Wagner con el nazismo sería tanto como dar la razón a Hitler.

No solo entre los músicos ha habido y hay importantes nombres judíos vinculados a Wagner. La escritora Susan Sontag decía en su artículo titulado El opio en la ópera: «Wagner inaugura un nuevo capítulo en esa tradición operística de crear belleza que sea eróticamente turbadora, desgarradora del alma». Para Sontag, tras la conexión histórica de la obra de Wagner con el fascismo «se acabó el devanarse los sesos» para averiguar lo que significan sus óperas. «Ahora a Wagner solo se lo disfruta… como una droga». Es mejor no resistirse a la tentación.

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