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La «gripe española», el enemigo invisible

«gripe española»,

La brutal intensidad de la segunda oleada del Covid-19 (virus Sars-Cov-2) ha disparado el interés por el estudio, esperemos que provechoso, en torno al virus de la gripe A (H1N1). En 1918, el último año de la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra Europea este virus atravesó el viejo continente y se expandió por el mundo provocando millones de muertos, rebasando con mucho, los fallecidos en combate. Sin embargo la gran noticia de aquellos años fue la Gran Guerra y no la gran pandemia de 1918-1919, aunque existió una inequívoca y profunda relación entre ellas.

Un libro sobre el tema ha conseguido atrapar mi atención: ‘El jinete pálido. 1918. La epidemia que cambió el mundo’, del que es autora la periodista británica Laura Spinney, especialista en divulgación científica, colaboradora habitual de National Geographic, The Economist, Nature o The Telegragraph.

Spinney considera que la gripe 1918 generó la peor de las catástrofes humanitarias de la era moderna. Bautizada como «gripe española» por la prensa internacional, se silenció su existencia debido a la censura militar impuesta por los países beligerantes. Los diarios españoles fueron los únicos en informar de sus tres oleadas (la peor, como ahora, la segunda), así como de las precarias, contradictorias medidas adoptadas por las autoridades para contenerla.

Desde el rey Alfonso XIII, al presidente del Gobierno, ministros, funcionarios y sobre todo médicos y sanitarios que se aprestaron a combatirla quedaron tocados por la gripe. El libro nos lleva a investigar por nuestra cuenta y conocer, por ejemplo, el sacrificio del médico zamorano Mariano Serrano, vecino de València que se dejó la vida en el barrio de Ruzafa, uno de los más pobres y afectados. Tan solo en el mes de octubre de 1918 València registró 700 fallecidos por la gripe, llamada ‘influenza’ por los italianos y «el soldado de Nápoles» por los soldados de reemplazo que tarareaban la pegadiza romanza de una popular zarzuela. Una placa esculpida en una de las paredes laterales del mercado de Ruzafa nos recuerda la gesta del doctor Serrano.

Y hablando de Zamora, Spinney dedica algunas de sus páginas más crudas a contarnos lo sucedido en esta ciudad «profundamente religiosa» pero con gente escasamente alimentada y deficiente en higiene. El obispo Antonio Álvaro contando con ‘El correo de Zamora’ (sancionado anteriormente por la Iglesia), ordenó una novena con plegarias vespertinas en la iglesia de San Esteban. Nueve días de multitudes que acudían a recibir la sagrada comunión convencidos de que «el mal (…) era debido a nuestros pecados e ingratitud». Los fieles, entonces muy numerosos, visitaban también las reliquias de San Roque, haciendo largas colas para besarlas… La cifra de contagios y muertos por gripe A fue en Zamora la más numerosa de España. La prensa local tuvo que comunicarlo. La oración ‘Pro tempore pestilencia’ que declara que «la enfermedad es voluntad de Dios, seguía resonando entre los muros románicos».

El libro engancha. Es ameno y se adentra en las variadas geografías de la epidemia desde España a Río de Janeiro, de Sudáfrica a Boston, Alaska o la base naval francesa de Brest… La narración discurre fluida entre el afán historicista y la divulgación pedagógica. Spinney trata de reconstruir parte de las historias de la historia silenciada de aquella gripe remontándose a sus orígenes en el campamento militar de Funston (estado de Kansas) en los Estados Unidos, donde un cocinero acudió a la enfermería «con irritación de garganta, fiebre y dolor de cabeza». A la hora del almuerzo la enfermería se veía desbordada «con más de un centenar de casos similares».

El virus ya estaba presente y sin control desde 1917 en los campamentos militares de adiestramiento de la Fuerza Expedicionaria Estadounidense. En 1918 millares de estos soldados desembarcaron en los puertos de El Havre y Brest y desde allí fueron trasladados a los frentes. En abril la gripe se instalaba como epidemia en las trincheras. Al conjuro de las batallas se extendió por Alemania, Bélgica y Holanda, Gran Bretaña y así hasta los últimos confines del continente. En la retaguardia se contaba con mano de obra asiática y africana lo que aseguraba la extensión universal de la pandemia.

La gripe llegó a España en mayo. Saltó la barrera pirenaica al tiempo que penetraba por los puertos mediterráneos. València era la reina de las exportaciones de arroz y naranjas a los beligerantes e importadora a su vez de los codiciados productos llamados entonces «ultramarinos»…

Misteriosamente, este azote de la humanidad se esfumó tras 1919 con el mismo sigilo con el que se presentó en 1918. Ninguna vacuna acabó con él…

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