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Peyró: la comida sensible

«Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida», es un libro autoparódico, y por encina de todo, bien escrito y con humor

Peyró

Libros de cocina hay muchos. Unos nacen con la respetable voluntad de informar y orientar a las diversas gentes de morro fino, o tosco pero muy activo. Otros traen recetas con propósito parecido, benditos sean, pero un par de veces en cada siglo emerge un auténtico libro de cocina, sabio y erudito, desde luego –la sobremesa es el momento de la recordación y la anécdota -, divertido o como en el caso de ‘Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida’, al menos autoparódico, y por encina de todo, bien escrito y escrito con humor. Su autor, Ignacio Peyró, acaba de ingresar en la cuarentena y muestra unas galas que le dan derecho a participar como poco en la final olímpica, nunca mejor dicho.

Reacción y ascenso

Algo más que un poco de substancia tiene un señor capaz de facturar un fragmento como éste: «A Montaigne la gula no le permitía ni hablar en la mesa y el doctor Johnson comía tan en trance que le entraban sudores y se le marcaban las venas de la frente. Y luego aquí andamos nosotros, preocupados por si pedir o no un poco de queso».

El libro de Peyró lo obtuve por esa forma de fatalidad que parece un accidente. Luego mostró su cara, el autor, en una amable reseña de Jordi Amat que le tacha de «nieto de Josep Pla que vive en Madrid». Pero esa distinción se la encasquetaban por otro libro, un dietario con el milagroso título de ‘Ya sentarás cabeza’, pero ese es otro tema distinto de la comida. Y de la bebida, casi más importante en los achaques fantasiosos y evocativos de Peyró que, en muchos aspectos, es un reaccionario de la cocina que se levanta en armas contra el nitrógeno líquido y otras faramallas químicas que convierten el cordero en materia levitante. Un reaccionario liberal, de derechas, europeo y cultísimo. Aquí ya se mostraba su cara: de bigote y perilla chinos, burlones, y frente tan larga y despejada como el casco del Bribón.

A los 25 años entra en el suplemento cultural de ABC por recomendación de Valentí Puig y es que, como dice un crítico «en un país donde casi todos los escritores menores de cuarenta se parecen, Peyró parece único». El parlamento será su escuela de cronista, donde sobran modelos insignes, y al final escribirá discursos para Mariano Rajoy que tal vez necesitaba a alguien mejor que él mismo que, por cierto, es capaz de redactar algunos más que buenos, sus adversarios le temen.

Más que un chaval ocurrente

La cocina tecnoemocional tenía glosadores raquíticos y con los dedos en garra. Sus críticos parecían entrenadores de los cien metros lisos, contando décimas de punto y midiendo con contador Geiger el blanco nuclear de los retretes. Peyró se guarda de descalificar a los moleculares: son un puntal del PIB en un país de mesoneros.

En este libro te puedes extraviar por piezas tan memorables como la larga marcha hacia el Porto perfecto o la evocación de los clubs ingleses y su ceremonial y clasismo como de opereta y al mismo tiempo nada inocuo. No es tan suicida como para elogiar frontalmente la cocina inglesa, pero se acerca a ella de modo tan elegante que consigue hacerla atractiva.

La estructura del libro es periodística, como de aluvión, pero no pasa nada porque cada pieza se defiende sola, como en ese sugestivo apartado en el que confronta el vino blanco con la masculinidad.

A Peyró, que en los santuarios burgueses de la cocina madrileña donde se inició debía parecer un chaval a quien su padre invita por ser premio extraordinario del Bachillerato, le fastidian esos locales donde llaman chico a un patriarca de sesenta años.

Sentido común, gratitud

A Peyró no le gustan sus compañeros de generación del 15-M como era de suponer y como pone de manifiesto aquí y allá, pero parece una persona muy capaz de gratitud empezando por sus padres. Es un tipo bien nacido, pues, y aunque a veces en su estilo se infiltre, para mi gusto, demasiada melancolía, un exceso que le hace parecer demasiado compuesto, no tengo derecho a pedirle más virtudes que las que le exigiría una hipotética suegra que tal vez ya existe.

Sus referencias tanto de fuentes francesas como inglesas, más de las segundas que de las primeras, es impresionante y sin embargo su facilidad tan trabajada para atraer al lector se confirma a cada paso, da lo mismo que hable de los huevos de puntuado oscuro de cierto tipo de gaviota que de la ausencia de la miel de la cocina moderna pese a sus impecables credenciales clásicas y al Cantar de los Cantares. Sus observaciones como de pasada sobre la paella valenciana –aborrece a los predicadores de la «autenticidad»- y el esmorzaret (que le provoca júbilo) tienen una precisión inusual en nuestros visitantes de la Meseta por más preclaros que sean. Un libro que alimenta el espíritu: como la cocina concebida con amor y disfrutada sin reparos.

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