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Más que la chica de Bob

Más que la chica de Bob

Es una de las imágenes más famosas de la historia del pop. La atractiva pareja recorre una calle nevada del Greenwich Village. La chica, con un abrigo verde, coge del brazo al chico, que lleva una chaqueta de ante mal abrochada («eligió con cuidado un look desaliñado», recordaría ella muchos años después). Se nota que están pasando un frío del demonio. 

Él se llama Robert Zimmerman -o Bob Dylan, como ustedes prefieran- y esa foto tomada en febrero de 1963 por Don Hunstein apareció en la portada de su segundo disco, ‘The Freewheelin’ Bob Dylan’. Ella se llama Suze Rotolo y en 2008, tres años antes de fallecer, publicó ‘A freewheelin’ time’, un recorrido por la memoria de una relación sentimental y de una época efervescente.

Traducido por Fiona Songel y publicado por primera vez en España con el título de ‘En el camino con Bob Dylan’ por la editorial valenciana Barlin Libros, la obra de Rotolo es bastante más que la historia de amor entre una joven activista de 17 años que ha crecido en Queens en el seno de una familia de comunistas perseguidos por el macartismo, y un joven de 20 que acaba de aterrizar con su guitarra y su armónica en Nueva York dispuesto a cambiar el mundo. 

En las páginas de ‘A freewheelin’ time’ aparecen personajes secundarios de lujo como Fidel Castro, el Che Guevara, Phil Ochs, Joan Baez o Andy Warhol y se retrata el inicio de una revolución cultural que trascendió los surcos de los vinilos y los garitos de música folk hasta marcar a varias generaciones. Suze cuenta, por ejemplo, que fue una de las pocas ciudadanas estadounidenses que viajaron a Cuba durante los años del «terror comunista», y que al volver a Estados Unidos las autoridades le retiraron el pasaporte.

Pero volvamos a los jóvenes de esa foto que de alguna manera personifica un momento histórico de libertad, fragilidad y desarraigo. Suze cuenta que Bob y ella se conocieron durante un concierto en el que los artistas recaudaban fondos para financiar una estación de radio. Dylan subió al escenario, cantó y provocó risas sobre todo entre las mujeres del público. Rotolo lo recuerda como una combinación juguetona entre Woody Guthrie y Harpo Marx, un ídolo en ciernes que no dudaba en usar el humor para atraer a sus fieles. 

«Recuerdo pensar que tenía aspecto de pertenecer a otra época -escribe Suze sobre aquel primer encuentro-. Adorable, aunque desaliñado. Sus vaqueros estaban tan arrugados como su camisa e, incluso siendo verano, seguía llevando esa gorra de pana negra de siempre».

«Desde el principio no pude apartar la vista de ella», escribió por su parte Dylan en ‘Chronicles’. «Era la cosa más erótica que había visto en mi vida. Era de piel clara y cabello dorado, italiana de pura sangre ... Comenzamos a hablar y mi cabeza comenzó a dar vueltas. Era mi tipo». 

El efecto de Suze sobre Bob, en todo caso, fue mucho más allá de lo físico. Dylan se empapó de la pasión de ella por los simbolistas franceses, por Brecht y la política de la disidencia, por la pintura de Picasso y Cezanne, por la figura de Lord Byron. La influencia también fue política. Dylan había llegado a Nueva York desde Minessotta con unas ideas básicas de izquierda aprendidas en las canciones de Woody Guthrie y su «máquina de matar fascistas» con forma de guitarra. Pero fue Suze quien le introdujo en los conceptos de lucha sindical y derechos civiles. El cantante le comentó a uno de sus biógrafos que las canciones de alto octanaje político que escribía por aquella época se las mostraba a su novia antes de cantarlas. «Sabía que su padre y su madre estaban asociados con los sindicatos y ella estaba interesada en esto de la igualdad y la libertad mucho antes que yo». 

Dos meses después del primer encuentro entre Suze y Bob, el periodista Robert Shelton reseñaba con entusiasmo en The New York Times un concierto de Dylan, y en marzo de 1962 el cantautor publicaba su álbum de debut. No fue un éxito de ventas pero el mito empezaba a fabricarse y cada vez eran más los fieles que seguían sus pasos. Bob «era un faro y un agujero negro», describe Suze. 

En el verano de ese año, ella viajó a Perugia, en Italia, para estudiar arte durante cuatro meses. La lectura allí de una biografía de Françoise Gillot, compañera sentimental de Picasso, le supuso un shock. «Me hizo pensar en Bob -escribe en sus memorias-. Picasso hacía lo que quería sin preocuparse por las consecuencias que pudiera tener eso para la gente que le rodeaba, o por el efecto que sus acciones tuvieran sobre los demás. No asumía la responsabilidad, no clarificaba, no decidía (...). Era un imán, y el campo magnético que le rodeaba era tan fuerte que era difícil alejarse».

De hecho, ella no pudo hacerlo y tras volver de Italia retomó su relación con Dylan, que durante su ausencia había compuesto canciones de despedida como «One too many mornings», «Tomorrow is a long time» o «Don’t think twice». Esta última se incluirá junto a «Blowin’ in the wind» o «A hard rain’s» en el segundo disco de Bob, ‘The freewheelin’.  

Fue entonces cuando entró en escena Joan Baez, una estrella del folk que se enamoró consecutivamente de la música de Dylan y de su persona. Bob salió de gira con Baez y pronto entablaron una relación que el cantante compartió con la que mantenía con Suze. «Nos queríamos mucho, y cuando terminó acabamos los dos con el corazón roto -escribe ella-. Su forma de gestionarlo era hacer lo que quisiera y dejar que las cosas se solucionaran solas sin tener que tomar decisiones que pudieran doler. Pero eso dolía más». Hubo una pelea, un aborto ilegal, un reencuentro y una ruptura. Es un final triste, pero no hay rencor y sí un montón de vivencias. «Escuchaba las canciones de Dylan diseminadas en sus primeros discos y recordaba cómo era: era como leer un diario. Una sonrisa en privado porque nadie sabía eso, una risa porque eso otro había sido muy divertido, o una lágrima porque aquello había sido duro».Es una de las imágenes más famosas de la historia del pop. La atractiva pareja recorre una calle nevada del Greenwich Village. La chica, con un abrigo verde, coge del brazo al chico, que lleva una chaqueta de ante mal abrochada («eligió con cuidado un look desaliñado», recordaría ella muchos años después). Se nota que están pasando un frío del demonio. 

Él se llama Robert Zimmerman -o Bob Dylan, como ustedes prefieran- y esa foto tomada en febrero de 1963 por Don Hunstein apareció en la portada de su segundo disco, ‘The Freewheelin’ Bob Dylan’. Ella se llama Suze Rotolo y en 2008, tres años antes de fallecer, publicó ‘A freewheelin’ time’, un recorrido por la memoria de una relación sentimental y de una época efervescente.

Traducido por Fiona Songel y publicado por primera vez en España con el título de ‘En el camino con Bob Dylan’ por la editorial valenciana Barlin Libros, la obra de Rotolo es bastante más que la historia de amor entre una joven activista de 17 años que ha crecido en Queens en el seno de una familia de comunistas perseguidos por el macartismo, y un joven de 20 que acaba de aterrizar con su guitarra y su armónica en Nueva York dispuesto a cambiar el mundo. 

En las páginas de ‘A freewheelin’ time’ aparecen personajes secundarios de lujo como Fidel Castro, el Che Guevara, Phil Ochs, Joan Baez o Andy Warhol y se retrata el inicio de una revolución cultural que trascendió los surcos de los vinilos y los garitos de música folk hasta marcar a varias generaciones. Suze cuenta, por ejemplo, que fue una de las pocas ciudadanas estadounidenses que viajaron a Cuba durante los años del «terror comunista», y que al volver a Estados Unidos las autoridades le retiraron el pasaporte.

Pero volvamos a los jóvenes de esa foto que de alguna manera personifica un momento histórico de libertad, fragilidad y desarraigo. Suze cuenta que Bob y ella se conocieron durante un concierto en el que los artistas recaudaban fondos para financiar una estación de radio. Dylan subió al escenario, cantó y provocó risas sobre todo entre las mujeres del público. Rotolo lo recuerda como una combinación juguetona entre Woody Guthrie y Harpo Marx, un ídolo en ciernes que no dudaba en usar el humor para atraer a sus fieles. 

«Recuerdo pensar que tenía aspecto de pertenecer a otra época -escribe Suze sobre aquel primer encuentro-. Adorable, aunque desaliñado. Sus vaqueros estaban tan arrugados como su camisa e, incluso siendo verano, seguía llevando esa gorra de pana negra de siempre».

«Desde el principio no pude apartar la vista de ella», escribió por su parte Dylan en ‘Chronicles’. «Era la cosa más erótica que había visto en mi vida. Era de piel clara y cabello dorado, italiana de pura sangre ... Comenzamos a hablar y mi cabeza comenzó a dar vueltas. Era mi tipo». 

El efecto de Suze sobre Bob, en todo caso, fue mucho más allá de lo físico. Dylan se empapó de la pasión de ella por los simbolistas franceses, por Brecht y la política de la disidencia, por la pintura de Picasso y Cezanne, por la figura de Lord Byron. La influencia también fue política. Dylan había llegado a Nueva York desde Minessotta con unas ideas básicas de izquierda aprendidas en las canciones de Woody Guthrie y su «máquina de matar fascistas» con forma de guitarra. Pero fue Suze quien le introdujo en los conceptos de lucha sindical y derechos civiles. El cantante le comentó a uno de sus biógrafos que las canciones de alto octanaje político que escribía por aquella época se las mostraba a su novia antes de cantarlas. «Sabía que su padre y su madre estaban asociados con los sindicatos y ella estaba interesada en esto de la igualdad y la libertad mucho antes que yo». 

Dos meses después del primer encuentro entre Suze y Bob, el periodista Robert Shelton reseñaba con entusiasmo en The New York Times un concierto de Dylan, y en marzo de 1962 el cantautor publicaba su álbum de debut. No fue un éxito de ventas pero el mito empezaba a fabricarse y cada vez eran más los fieles que seguían sus pasos. Bob «era un faro y un agujero negro», describe Suze. 

En el verano de ese año, ella viajó a Perugia, en Italia, para estudiar arte durante cuatro meses. La lectura allí de una biografía de Françoise Gillot, compañera sentimental de Picasso, le supuso un shock. «Me hizo pensar en Bob -escribe en sus memorias-. Picasso hacía lo que quería sin preocuparse por las consecuencias que pudiera tener eso para la gente que le rodeaba, o por el efecto que sus acciones tuvieran sobre los demás. No asumía la responsabilidad, no clarificaba, no decidía (...). Era un imán, y el campo magnético que le rodeaba era tan fuerte que era difícil alejarse».

De hecho, ella no pudo hacerlo y tras volver de Italia retomó su relación con Dylan, que durante su ausencia había compuesto canciones de despedida como «One too many mornings», «Tomorrow is a long time» o «Don’t think twice». Esta última se incluirá junto a «Blowin’ in the wind» o «A hard rain’s» en el segundo disco de Bob, ‘The freewheelin’.  

Fue entonces cuando entró en escena Joan Baez, una estrella del folk que se enamoró consecutivamente de la música de Dylan y de su persona. Bob salió de gira con Baez y pronto entablaron una relación que el cantante compartió con la que mantenía con Suze. «Nos queríamos mucho, y cuando terminó acabamos los dos con el corazón roto -escribe ella-. Su forma de gestionarlo era hacer lo que quisiera y dejar que las cosas se solucionaran solas sin tener que tomar decisiones que pudieran doler. Pero eso dolía más». Hubo una pelea, un aborto ilegal, un reencuentro y una ruptura. Es un final triste, pero no hay rencor y sí un montón de vivencias. «Escuchaba las canciones de Dylan diseminadas en sus primeros discos y recordaba cómo era: era como leer un diario. Una sonrisa en privado porque nadie sabía eso, una risa porque eso otro había sido muy divertido, o una lágrima porque aquello había sido duro».

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