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EL CAMINANTE

Verlaine en otoño

Verlaine en otoño | ILUS.: T. GORRIA

Las largas horas de reclusión a que nos fuerza la pandemia invitan a sumergirse en la música, la literatura y el estudio con más comodidad que en la añorada vida normal. Entre obras de narrativa y pensamiento, releo alternativamente estos días poemas de Charles Baudelaire y Paul Verlaine. Volvía sobre los ‘Poèmes Saturniens’ del segundo, cuando reencontré la ‘Chanson d’automne’, de singular musicalidad en versos cortos de cuatro y tres sílabas: «Les sanglots longs / des violons / de l’automne / blessent mon coeur / d’une langueur / monotone». «Los largos sollozos / de los violines / del otoño / hieren mi corazón / de una languidez / monótona», reza la traducción de Manuel Machado, que escojo por su literalidad.

Más allá de la concentrada belleza de esos seis primeros versos, de gran poder evocador, pienso en la transcendencia histórica que tuvieron a principios de junio de 1944, cuando fueron leídos en las emisiones de la BBC para Francia como mensaje en clave destinado a alertar a la Resistencia de la inminencia del desembarco en Normandía, que se produjo el 6 de ese mes. También musicó el poema Léo Ferré, quien, por cierto, cantaba «bercent» («acunan») en lugar del original «blessent» («hieren»), más poderoso poéticamente.

Pero por encima de todo esto está la fuerza nostálgica del propio poema, que continúa: «Tout souffocant / et blême, quand / sonne l’heure, / je me souviens / des jours anciens / et je pleure ; / et je m’en vais / au vent mauvais / qui m’emporte / deçà, delà, / pareil a la / feuille morte» («Agitado y pálido / al dar la hora, / me acuerdo / de los antiguos días / y lloro; / y me dejo ir / al mal viento / que me lleva / aquí y allá / igual a la / hoja muerta».

Los versos de Verlaine me hacen pensar en la reciente polémica desatada en Francia el pasado septiembre, tras la petición de un grupo de intelectuales al presidente Emmanuel Macron de trasladar los restos de Verlaine y Arthur Rimbaud al Panteón. Esa bella construcción neoclásica, en el corazón del Barrio Latino de París, proyectada por Jacques Germain Soufflot, con sus característicos cúpula y pórtico clásico de frontón y columnata, fue concebida como iglesia dedicada a Santa Genoveva y convertida en monumento funerario laico tras la Revolución. Alberga en su cripta los restos de buen número de destacadas figuras de la cultura francesa, como Voltaire, Rousseau, Victor Hugo, Zola, Jaurès, Malraux, Alexandre Dumas y el matrimonio Curie, entre muchos otros. Eso me ha hecho recordar «los antiguos días» cuando viví un verano, a principios de los setenta, en una residencia de estudiantes muy cerca del Panteón, junto al que solía pasar en dirección al bulevar de Saint Germain y los jardines de Luxemburgo. Rimbaud está enterrado en Charleville-Mezières, en las Ardenas, y Verlaine en el cementerio de Batignolles de París.

Un Verlaine ebrio disparó a Rimbaud con un revólver en Bruselas en 1873 tras una tormentosa relación sentimental entre ambos. Verlaine tenía 29 años; Rimbaud, diez años más joven, resultó herido en la muñeca, y el primero hubo de cumplir por ello dos años de prisión. Los que se oponen a que ambos vayan juntos al Panteón alegan lo inadecuado de tratarlos como pareja estable y el desprecio de ambos en vida por los honores oficiales. Como si sepultarlos allí fuera a menoscabar su reputación de poetas malditos.

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