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Crónicas de la incultura

La vieja normalidad

La vieja normalidad

Los cambios bruscos de situación social y cultural se traducen normalmente en la aparición repentina de una serie de términos y de expresiones características. Ha ocurrido varias veces en la historia y el último ejemplo lo tenemos en la pandemia que todavía estamos viviendo. Ahora se habla de desescalada, de confinamiento o de aplanar la curva, pero estas palabras, que ya existían, no aluden a bajar una montaña cortada a pico haciendo rappel ni a estar encerrado en un convento ni a retocar un dibujo, como bien sabemos. También han surgido numerosos neologismos, desde el acrónimo ERTE, que no está claro si designa unas vacaciones imprevistas o un paro inminente, hasta el despectivo balconazis, implacable denuncia del borreguismo, y pasando por el curioso eufemismo asintomático, que ya existía aunque con un sentido neutro (cáncer asintomático, etc.).

Ahora quiero reflexionar sobre una frase que, cuando la oí en boca del presidente del gobierno, me dejó inquieto y azorado: la más tarde tan cacareada nueva normalidad. La primera impresión no pudo ser peor: me recordó al nuevo orden europeo (Neuordnung Europas) postulado por Hitler en 1941 y que iba a consistir en la dominación alemana sobre toda Europa, previa eliminación de las «razas inferiores». Llámenme exagerado, si quieren. Ya sé que Pedro Sánchez se limitaba a repetir la consigna que habían dado en la OMS y en la UE. También sé que dicho concepto no tiene nada que ver con los nazis, pues remonta al congreso de Viena (1815) y luego, referido al mundo entero, lo potencia el presidente Wilson de los EE. UU. cuando se propuso reorganizar el planeta tras la primera guerra mundial creando la Sociedad de Naciones. La expresión Novus Ordo Seclorum figura hasta en el reverso de los billetes de dólar. Pero cuidado con los lemas euforizantes: a veces las tonterías buenistas esconden la vuelta a lo de siempre.

Imagino que lo que le molaba a Pedro Sánchez era lo de «nueva normalidad», es decir, que aunque el futuro post pandemia no sería tan bueno como antes, se podría tildar de normal. A mí, por el contrario, lo que me preocupa es lo de «nueva normalidad». En nuestra cultura nuevo/a es sinónimo de mejor: coche nuevo, vida nueva, la new age, todo lo nuevo nos suena bien. Por eso nos gusta derribar los edificios viejos y que nuestras ciudades se parezcan a las de cualquier otro sitio, nos gusta tirar las vajillas y los muebles antiguos y comprar baratijas de mala calidad en los centros comerciales, nos gusta arrasar los viejos bosques y campos de cultivo para crear parques naturales con más cemento que verde. Vale, viva el progreso, pero el de verdad, no me confundan lo nuevo con lo viejo maquillado. Escuchen esta cita tan instructiva. Durante la segunda guerra mundial H. G. Wells (The New World Order, 1940) clamaba contra la obnubilación de los británicos porque pretendían derrotar el nuevo orden de Hitler con una vuelta al pasado sin más: «Mediante una sarta de desatinos casi increíbles esta gente ha metido a lo que resta de su imperio en una gran guerra ‘para acabar con Hitler’ y no tiene ni una sola sugerencia que ofrecer a sus antagonistas y al mundo en general respecto de lo que ha de sobrevenir después de Hitler. Aparentemente esperan paralizar a Alemania no se sabe cómo y retornar después a sus campos de golf o a pescar en el río y dormitar junto al fuego tras la cena».

Pues bien, pregunto: ¿en qué va a consistir la nueva normalidad post covid? ¿No será que pretendemos recuperar los viejos hábitos culturales insolidarios que nos han llevado al desastre? ¿Otra vez el disparate de los botellones, de los viajes depredadores, de los empleos basura, del derroche sin freno? Y luego se extrañan de que hayamos llegado a encabezar el ranking mundial del desastre del covid. Uno esperaría que la nueva normalidad -cultural, sí- consistiese en una sanidad mejor, en una educación menos clasista, en un país menos crispado. No parece que los tiros vayan por ahí, me temo.

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