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Memoria, recuerdos

A partir de una foto de su madre de 1946 en la antigua playa de Natzaret de València, Paco Roca dibuja un fresco sobre la España de la posguerra a través de una de aquellas familias humildes, con serios problemas para acceder al sustento.

Memoria, recuerdos

¿Qué es la memoria? Dice el diccionario que es la «capacidad de recordar» y, también, «las imágenes de hechos o situaciones que quedan en nuestra mente». Dos definiciones que en ningún momento hablan de realidad, pasado o historia. La memoria es una construcción de nuestra mente, una grabación pasada por el tamiz del dolor y la alegría de las imágenes que nos impactaron, imperfecta y creada para nuestro particular disfrute, que se nos asemeja vívida, pero creada con el mismo pincel del realismo de los sueños. Durante casi toda su carrera, las obras de Paco Roca han investigado de una u otra forma los recuerdos: los del pasado, con Los surcos del azar o El invierno del dibujante, o cómo nos llegan en forma de legado a la actualidad, con El tesoro del cisne negro, pero sobre todo ha indagado cómo se construye esa memoria. Regreso al Edén, su última obra editada por Astiberri, completa una magistral «Trilogía de la Memoria» que se inició con Arrugas y La casa. El premio nacional del 2007 narraba el terrible avance del Alzheimer como una sombra que va desdibujando cruelmente los recuerdos y, con ellos, la persona. El fin de la memoria era el final de lo que sea que llamemos el alma del ser humano: cuando los recuerdos desaparecen por completo, la persona se diluye, se pierde en un cuerpo sintiente que ya no guarda los instantes que le dieron vida. Con La casa, Roca surca el camino de la memoria íntima a partir de la muerte de su padre. Un terrible acontecimiento que actúa como detonador de una profunda búsqueda a través de los recuerdos, de los pequeños detalles que esconde una casa de verano familiar, apenas inapreciables, pero cargados de emociones y sentimientos. La tinta de su dibujo actúa de extraño catalizador de una reacción que convierte el olvido en remembranza, en una realidad palpable, que no tiene que ser fidedigna, pero es su verdad.

Regreso al Edén parte de una fotografía de su madre, el retrato alegre de una reunión familiar en la playa que, impresa de forma indeleble en el papel, se nos asemeja como una realidad objetiva e inalterable de la niñez. Sin embargo, esa foto es apenas un fragmento de un inmenso puzzle de vidas paralelas: cada uno de los que aparecen en la fotografía tiene su parte de una verdad que no tiene por qué encajar en la de los demás. Roca estira de delicados hilos que le llevan a encontrar la memoria de las presencias y, sobre todo, de unas ausencias que reclaman su protagonismo con fuerza. Contra más estira, más hilos aparecen, mostrando poco a poco una minúscula parte del inmenso tapiz de la memoria de la sociedad. Y Roca vuelve a demostrar su inmensa capacidad para contar historias, para enlazarlas y hacernos partícipes de ellas. Exprime el lenguaje del cómic en todas sus posibilidades, de las más evidentes a las más recónditas, expandiéndolo para que todas esas piezas se muestren simultáneamente al lector, maravillado al asistir al descubrimiento de ese particular tejido del destino que solo el noveno arte es capaz de trasladar al papel. Lo infinito cabe con facilidad en los resquicios de los espacios entre las viñetas y, con él, la historia de una familia que es la historia de todo un país, la de todo nosotros y nosotras, la que hemos edificado con nuestros recuerdos, nuestras nostalgias, aceptándola como cierta.

La memoria íntima, la memoria colectiva y la desaparición de la memoria, tres momentos que cierran en un círculo perfecto una mirada lúcida a las complejas relaciones que entrelazan la sociedad con los individuos que la componen a través de lo único que comparten desde que nacen hasta que mueren: los recuerdos.

Se acaban los adjetivos para calificar la obra de Paco Roca: disfrutemos de un autor instalado en un magisterio incansable que no renuncia nunca a la reflexión y el reto.

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